Una semana después, los primeros brotes tímidos y verdes comenzaron a emerger de la tierra que habían trabajado juntos. Cada mañana, ella y el abuelo se acercaban al rincón del huerto, regaban las plantas y observaban su avance con atención. Aunque eran diminutos, los brotes parecían infundirle vida al lugar, llenándolo de un movimiento sutil pero constante que hablaba de renovación.
—Tu abuela estaría orgullosa de esto —comentó el abuelo una mañana, arrancando con paciencia las malas hierbas que amenazaban los pensamientos recién plantados.
Ella respondió con una sonrisa cargada de orgullo y una nostalgia que no podía ocultar. Había algo diferente en el aire del huerto, como un tenue hilo de esperanza que impregnaba cada pequeño gesto, cada palabra. Pero esa sensación también traía consigo una certeza inevitable: el final de su tiempo allí se acercaba. Aunque ninguno lo decía, ambos lo sentían.
Esa misma tarde, tomó su cámara y se dispuso a fotografiar el rincón del huerto. Necesitaba capturar ese espacio renacido, crear un recuerdo tangible al que pudiera aferrarse cuando estuviera lejos.
Ajustó el objetivo de su cámara para enfocar las margaritas, que ya comenzaban a abrirse tímidamente. Luego giró el lente hacia el abuelo, sentado bajo el limonero, con su sombrero ligeramente ladeado y las manos apoyadas en su bastón.
—No nos olvides —dijo el abuelo de pronto, sin levantar la mirada.
Esa noche, durante la cena, el abuelo sacó una botella de vino que había estado reservando durante años. Con movimientos pausados, la descorchó y sirvió dos copas, cuidando cada detalle como si fuera un ritual.
—Esto es para celebrar —dijo, alzando su copa hacia ella—. No por las despedidas, sino por lo que hemos logrado juntos. Y por todo lo que aún nos espera.
El trayecto de regreso estuvo envuelto en silencio, pero su mente bullía de recuerdos: el canto de Carmelo anunciando el día, las historias del abuelo cargadas de melancolía y sabiduría, y el rincón del huerto cobrando vida bajo sus manos.
De vuelta en la ciudad, colocó con cuidado la fotografía del huerto en un rincón destacado de su escritorio. Pasó largos minutos observándola, sintiendo que ese espacio seguía vivo, no solo en la tierra que había dejado atrás, sino también en algún rincón profundo de su propio ser.
En el siguiente capítulo, la decisión de la nieta la llevará de vuelta al limonero y al rincón de flores. Allí encontrará no solo su lugar, sino también las respuestas que siempre buscó.
Prólogo y Capítulo 1: El regreso
Capítulo 4: Fotografías del pasado
Capítulo 6: La enfermedad de Carmelo