Los días después de la partida de Carmelo trajeron un silencio extraño al patio. Era un vacío que parecía absorberlo todo, como si el espacio mismo echara de menos su presencia. Ella no podía evitar mirar hacia el limonero o el abrevadero cada vez que salía al huerto, esperando ver su figura altiva, moviéndose con esa dignidad que lo hacía inconfundible.
El abuelo, en cambio, mostraba una calma que ella no había anticipado. Pasaba horas en el huerto, entregándose al cuidado de las plantas con una atención inusual, casi meticulosa, como si intentara llenar el vacío de otra manera.
Una tarde, mientras cavaba la tierra alrededor del limonero, el abuelo se detuvo de repente. Su mirada se fijó en la piedra que marcaba el lugar de descanso de Carmelo, y en su rostro apareció una expresión de introspección que la hizo dejar de trabajar.
—Cuando encontré a Carmelo, acababa de perder a tu abuela —murmuró finalmente, sin apartar los ojos de la piedra—. Era tan pequeño, tan frágil… No sé por qué lo recogí. Tal vez me vi reflejado en él de alguna manera. Lo cuidé porque no sabía qué otra cosa hacer —admitió, con un suspiro que cargaba años de emociones—. Cuando tu abuela se fue, todo pareció apagarse. Cuidar de ese pequeño me dio una razón para levantarme cada día.
Con un suspiro profundo, el abuelo se dejó caer sobre un viejo tronco, dejando la azada a un lado. Ella caminó hacia él con pasos cuidadosos y se sentó a su lado, en silencio, dándole espacio para continuar.
—Al principio, era un desastre. Picoteaba las plantas, se metía donde no debía, hasta intentó dormir en mi cama una noche.
El abuelo dejó escapar una risa leve.
—Pero con el tiempo… se volvió parte de mi día a día.
—¿Por qué nunca me hablaste de esto antes? —preguntó ella, en un tono casi susurrado.
—A veces es más sencillo quedarse las cosas para uno mismo —respondió, pensativo—. Pero tú… tu regreso ha traído algo diferente. No sé cómo explicarlo, pero me hace querer hablar.
Más tarde, mientras recogían las herramientas, el abuelo se detuvo frente a un rincón del huerto que llevaba tiempo descuidado.
—Este rincón era el favorito de tu abuela —dijo el abuelo, su voz cargada de nostalgia—. Siempre decía que las flores podían alegrar incluso el día más oscuro.
—Podríamos recuperarlo —sugirió ella, con una convicción que brotó de manera espontánea.
Esa noche, mientras compartían una cena tranquila, ella notó que algo había cambiado en el ambiente. El silencio persistía, pero ya no se sentía como un peso aplastante.
Ambos sabían que la ausencia de Carmelo había dejado un vacío, pero también un legado: un recuerdo que los conectaba, una razón para mirar hacia adelante.
En el siguiente capítulo, la nieta descubrirá un álbum oculto que contiene imágenes y secretos que darán nueva luz a su historia familiar. Lo que parecía enterrado emergerá, cargado de emociones y revelaciones.
Prólogo y Capítulo 1: El regreso