Carmelo y el Limonero – Capítulo 3: El Huerto

El huerto se desplegaba detrás de la casa como un lugar suspendido en el tiempo, un espacio que oscilaba entre el desorden y la dedicación. Las matas de tomates, cargadas de frutos rojos y pesados, se doblaban bajo su propio peso, mientras las enredaderas crecían sin control, abrazando las cercas como si intentaran escapar. Al fondo, un limonero se alzaba majestuoso, rodeado de hierbas altas y rebeldes que desafiaban cualquier intento de orden. Desde la sombra de un olivo cercano, el abuelo observaba en silencio, con las manos apoyadas en su vieja azada.

—Esto está hecho un caos —comentó el abuelo, con un deje de resignación en la voz, casi como una disculpa.

—No está tan mal —respondió ella, aunque la verdad era que no estaba completamente convencida de sus propias palabras.

El abuelo le ofreció un par de guantes desgastados, señalando con la barbilla una hilera de plantas jóvenes apenas visibles entre las hierbas altas.

—Si de verdad quieres ayudar, empieza ahí. Aquí no basta con quedarse mirando.

Se puso los guantes y se arrodilló junto a las plantas. Pronto descubrió que la tarea era más ardua de lo que había anticipado. Las raíces se aferraban a la tierra con una fuerza casi desafiante, como si estuvieran luchando por sobrevivir. El sol de media mañana empezaba a calentar su nuca, pero no se detuvo. Había algo en el esfuerzo, en arrancar esas hierbas, que le resultaba extrañamente reconfortante, como si cada tirón fuera una manera de reconectar con algo que creía perdido.

No pasó mucho tiempo antes de que Carmelo hiciera su entrada triunfal en el huerto. Con su caminar majestuoso, se movía entre las plantas como un inspector en su ronda. De vez en cuando se detenía a escarbar en la tierra o a examinar los surcos que ella intentaba despejar, como si estuviera juzgando su desempeño. En un momento, soltó un cacareo breve, que ella decidió interpretar como un gesto de aprobación.

—¿Carmelo siempre anda por aquí? —preguntó, levantando la vista hacia el abuelo.

Desde su puesto bajo la sombra del olivo, él asintió lentamente.

—Siempre. Es como un centinela. Lo observa todo. A veces pienso que conoce este huerto mejor que yo mismo.

Bajó la cabeza y continuó arrancando hierbas. Mientras trabajaba, encontró diminutos caracoles pegados a las hojas y una hilera de hormigas que se movían con diligencia, completamente ajenas a su presencia. Había algo en esa actividad que transmitía vida; el huerto parecía respirar, como si tuviera su propio ritmo secreto.

—Ese limonero lo plantó tu abuela —dijo el abuelo de repente, rompiendo el silencio que los envolvía.

Ella levantó la vista hacia el árbol, cuyas ramas estaban llenas de frutos amarillos y brillantes. Había algo en la manera en que el abuelo lo miraba, una mezcla de melancolía y orgullo, que le dejó claro que aquel limonero no era solo un árbol.

—Siempre decía que los limones eran como pequeños soles en pleno invierno. Siempre había uno en la mesa, aunque nadie lo tocara.

Ella asintió en silencio, conmovida. Había algo en esas palabras que no lograba articular, pero que resonaba profundamente dentro de ella.

Más tarde, cuando el sol alcanzó su punto más alto, el abuelo apareció con un cántaro de agua en las manos. Ella bebió un trago largo y refrescante, dejándose caer después sobre la hierba, agotada pero con una sensación de logro. Carmelo seguía allí, ahora medio adormecido bajo la sombra del limonero, como si también tomara su descanso.

—Para ser tu primer día, no lo has hecho tan mal —dijo el abuelo, con una pizca de burla en su tono.

Ella sonrió y dejó que su mirada recorriera el huerto, que ahora lucía un poco más limpio y organizado. Tal vez no era un cambio espectacular, pero era un comienzo. Y por primera vez desde su llegada, sintió que quizás estaba empezando a encontrar su lugar, entre la tierra fértil, las plantas rebeldes y el constante canto de Carmelo, que seguía siendo un vigilante incansable.

 

En el siguiente capítulo, la nieta se adentrará en el desván de la casa, donde los recuerdos olvidados de su familia comenzarán a salir a la luz, despertando preguntas y emociones que no esperaba encontrarse.

 

Nicanor García Ordiz presenta su nuevo libro “Carmelo y el limonero”, que llegará por entregas a los lectores de Bembibre Digital

Prólogo y Capítulo 1: El regreso

Capítulo 2: Carmelo

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