Carmelo y el Limonero – Capítulo 6: La enfermedad de Carmelo

Los días posteriores a la tormenta trajeron un aire pesado, casi asfixiante, que parecía quedar atrapado sobre el pueblo, inmóvil. En el huerto, la tierra todavía conservaba la humedad, y las plantas se erguían lentamente, como si el agua las hubiera devuelto a la vida. Pero Carmelo no compartía ese renacimiento: su canto habitual había desaparecido, y sus pasos eran arrastrados y lentos, como si cada pluma cargara con un peso invisible.

—¿Siempre es así de tranquilo? —preguntó ella al abuelo, señalando al gallo, que estaba plantado junto al abrevadero, inmóvil como una estatua.

El abuelo se acercó al patio y fijó la vista en Carmelo. Había en su expresión una mezcla de preocupación y resignación que resultaba difícil de ignorar. Dio un par de pasos hacia el gallo, pero este apenas reaccionó, girando la cabeza con lentitud, como si hasta eso le costara esfuerzo.

—No está bien —murmuró finalmente, tras un silencio que pesó más de la cuenta—. Algo no anda como debería.

El abuelo se inclinó con dificultad y posó su mano en el cuello del gallo, acariciándolo con una delicadeza inusual. Carmelo no emitió ni un sonido, ni siquiera intentó apartarse, un comportamiento tan extraño que ambos sintieron cómo una alarma comenzaba a encenderse dentro de ellos.

—Te lo dije, ya no es joven. Tal vez esto sea cosa de los años.

Ella lo observó, extrañada por el cambio en su tono. Había algo en su voz, un matiz de vulnerabilidad que rara vez dejaba asomar, incluso frente a ella.

—Podríamos llevarlo a algún lugar —sugirió ella, con un hilo de esperanza—. Alguien podría ayudarlo.

—Por aquí no hay veterinarios que se ocupen de gallos —respondió el abuelo, intentando sonar firme, aunque la preocupación era evidente en sus palabras.

Aun así, ella se negó a rendirse. No podía simplemente quedarse ahí, mirando cómo Carmelo se apagaba, dejando atrás la energía y vitalidad que siempre lo habían caracterizado.

—No es “solo un gallo” —murmuró el abuelo, en un tono más dirigido a sus propios pensamientos que a ella.

Aquella noche, el silencio llenó la casa con un peso insoportable. El canto de Carmelo, siempre presente al anochecer, no se escuchó.

—No hay nada más que podamos hacer, salvo esperar.

Ella se arrodilló despacio a su lado y pasó la mano por sus plumas con suavidad. Carmelo la miró con sus ojos profundos, y por un breve instante, le pareció que en ellos brillaba un destello de gratitud.

—Carmelo era mucho más que un gallo —dijo finalmente, con una voz que intentaba mantenerse firme, pero que traicionaba su fragilidad.

Carmelo se había ido, pero su presencia permanecía latente, en el limonero que lo resguardaba, en la tierra húmeda del patio, y en el aire cargado de silencios. Algo de él seguiría ahí, inmortal, como un eco imposible de borrar.

 

En el siguiente capítulo, el abuelo compartirá recuerdos del pasado mientras la nieta y él trabajan juntos para revivir el rincón de flores olvidado. Las raíces de las plantas y de su relación comenzarán a entrelazarse.

 

Nicanor García Ordiz presenta su nuevo libro “Carmelo y el limonero”, que llegará por entregas a los lectores de Bembibre Digital

Prólogo y Capítulo 1: El regreso

Capítulo 2: Carmelo

Caítulo 3: El huerto

Capítulo 4: Fotografías del pasado

Capítulo 5: La tormenta

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