HISTORIAS Y DIRINDAINAS / Un rey Arturo en Bembibre. Astures, susarros, paemeiobriguenses (1)

Los astures eran los habitantes de un país que existió hace 2.000 años y que se llamaba Asturia. Los Susarros, antiguos pobladores de nuestra comarca, pertenecían a la “nación” astur, que luchó (y perdió) su última guerra contra Roma. Los historiadores y geógrafos romanos nos proporcionan informaciones valiosas acerca de nuestros antepasados; aunque conviene saber que los escritos de estos intelectuales romanos iban dirigidos a justificar la conquista de “pueblos sin civilizar” y a alabar la figura de los generales y emperadores romanos. Aunque ofrecen un punto de vista de menosprecio de todos los pueblos no conquistados por Roma, los datos que nos proporcionan estos antiguos intelectuales, junto con la arqueología, la lingüística y la historia de las religiones, permiten conocer los rasgos culturales de los astures. Todo ello proporciona el esquema cultural general que provee explicaciones válidas a los hallazgos arqueológicos e, incluso, al contenido de las propias fuentes documentales.

Algunas de las armas de bronce halladas en Bembibre

Sabemos que Asturia era un pueblo céltico. Antes de ser conquistada por Roma, la mayor parte de la península Ibérica era céltica y en ella se diferencian tres grandes grupos: los celtíberos y los pueblos limítrofes con ellos, culturalmente semejantes; los celtas del sur peninsular; y los astures, que junto con cántabros y galaicos conforman el tercer grupo, el de los pueblos célticos atlánticos hispanos. Se les llama atlánticos porque comparten rasgos culturales significativos con otros grupos celtas de la fachada atlántica y de las islas británicas.

Estela funeraria céltica de la Montaña de Riaño. El caballo como portador del alma del difunto al Otro Mundo

Una de las características culturales más llamativa de los celtas atlánticos es que, a diferencia de todos los demás, no construían cementerios con monumentos funerarios pensados para perdurar en el tiempo. Es decir, a los difuntos se les daba un tratamiento fundamentalmente espiritual, menos materialista que en Celtiberia, Galia o en Roma, por ejemplo. No se realizaban monumentos para depositar los cadáveres porque no existía la intención de que las tumbas perdurasen en el tiempo, por eso, 2.000 años después, los arqueólogos encontramos con mucha dificultad los lugares de enterramiento.

Los celtas atlánticos le facilitaban al difunto el tránsito al otro mundo mediante la transformación ritual del cadáver. Una vez que la vida había abandonado el cuerpo, este pierde interés y los sacerdotes se encargaban de asegurarle (o negarle) al espíritu el correcto tránsito al más allá. Dentro de las diferentes formas que podría tener este ritual, una de las más documentadas (aunque se han encontrado pocos casos, y casi siempre de forma casual) consistía en incinerar y después, o al mismo tiempo, depositar las cenizas en cursos de agua o lugares pantanosos, algo parecido a como narra la película Excalibur el enterramiento del rey Arturo.

Un caballo porta el alma de un difunto (reducido a su nombre escrito) y sigue al ciervo, que lo guía al Mas Allá

Y así llegamos a Bembibre, a la calle Blanca Balboa, donde hace bastantes años aparecieron durante unas obras los restos de un sepelio de estas características: En una zona que se encharcaba, se encontraron numerosas puntas de venablo (lanza pequeña), flechas y conteras; todo un arsenal de armas bronce, junto con restos óseos y cerámicos. En la tradición oral se decía que, en aquel sitio conocido como el Majuelo, hubo una antigua charca donde se enterraban burros y caballos; los más mayores incluso afirmaban que se habían encontrado allí huesos de estos animales. Aunque no se realizó una excavación con metodología arqueológica, si se recuperó información útil que, hoy en día, permite afirmar que todos aquellos restos forman parte de un enterramiento. Los datos disponibles son suficientes para encontrar una explicación coherente, dentro de la ideología y religión céltica, a todo lo que se encontró allí: En algún momento de la prehistoria, un grupo de nuestros antepasados paemeiobriguenses, de la tribu de los Susarros, de la nación de Asturia; acudieron a esta zona encharcada, cerca de la Regueira de Pradoluengo, y allí realizaron un ritual funerario. Serían las exequias para guerreros difuntos, incinerados en una pira funeraria, junto con sus armas y (probablemente) sus caballos. En la ideología y religión céltica, perfectamente documentada en estos aspectos, los caballos (el espíritu de los caballos, entre otros animales) son los encargados de conducir el alma al Más Allá; además, los cursos de agua son las puertas entre ambos mundos. Las fuentes, lagunas, ríos o mares son los umbrales adecuados para acceder al Más Allá desde nuestro mundo. Según creían los antiguos, el Otro Mundo se encontraba bajo tierra, en un mundo hueco subterráneo donde todo es de oro, perfecto y maravilloso, donde hay un gran mar subterráneo (como cuentan que existe bajo el monte Moirán, entre Rodanillo y Cobrana). Este gran mar subterráneo no es otro sino el Atlántico, que se mete por debajo de la superficie de la tierra. Además, según parece, en el lejano occidente, en medio del océano, estaban las islas (a veces flotantes) donde vivían los dioses célticos; unas islas que recibían nombres tan sugerentes como Breisil o Antilias; pero eso es una historia que no cabe en la pequeñez de este artículo.

Puntas de flecha – Mueseo arqueológico y etnográfico Bierzo Alto de Bembibre

El destino de estas armas de bronce que se pueden ver en el museo de Bembibre era transitar hasta el Otro Mundo junto al guerrero que las poseía, consagrarse para que su dueño las disfrutase eternamente en heroicas batallas sin muerte; sin embargo, algo falló y ahora yacen en una vitrina, solas y desmangadas; allí nos esperan para susurrarnos esta y otras historias.

Tomás Rodríguez Fernández

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