HISTORIAS Y DIRINDAINAS / Celtas entre la niebla

Los estudios célticos han estado siempre unidos a cierta polémica y discusión; esto se debe, sin duda, a que lo celta se ha usado en discursos ideológicos de diverso tipo y a que las disciplinas que han tratado el tema (no todas científicas) son diversas y, a veces, enfrentadas.

En futuros artículos usaré el concepto céltico o celta por lo que he creído necesario dedicarle estas líneas con la intención de aclarar de qué estaré hablando cuando use esos dos conceptos.


Báculo de Numancia

Sucede con cierta frecuencia que diversas ciencias abordan un mismo tema desde sus particulares puntos de vista; es inevitable y lógico que unas se apoyen en las otras. En el caso que nos ocupa, entre los diferentes enfoques que estudian los celtas, existe tensión porque algunos datos que proporcionan unos estudios no encajan en el esquema general que han establecido otros. Llegados a este punto, con narraciones diferentes para un mismo y único objeto de estudio, todos porfían y nadie quiere estar equivocado. Aquí surge la tensión y con ella la polémica. En casos como este es muy útil abordar el tema desde la ciencia cognitiva, que procura unificar todos los enfoques; contemplando los fenómenos culturales como un todo coherente y no una suma de partes; de este modo se atribuye mayor valor a las convergencias entre las disciplinas que a las divergencias, ponderando positivamente los puntos de acuerdo.

La Historia entiende a los celtas como un grupo de pueblos que van desde la Edad del Hierro hasta los inicios de la Edad Media y, para definirlos, tiene como fuente principal la arqueología y los documentos de edad antigua y medieval. Es importante saber que la arqueología definió los celtas en el siglo XIX en base a algunos artefactos que se encontraron en las excavaciones y que se consideraron genuinos representantes de esta cultura y hoy sabemos que no lo son.

Los estudios lingüísticos colisionan con frecuencia con los datos arqueológicos clásicos; lo mismo que sucede con la Historia de las Religiones y la Antropología. Esto se debe a que la definición arqueológica inicial de lo celta fue errónea y aún hoy seguimos padeciéndola, más de cien años después.


Fibula de Bragança

Llamaremos célticos a un grupo cultural, una etnia (no confundir con raza). Es decir, a aquellas poblaciones que, entre sí, comparten idioma (con diferentes y diversos dialectos) costumbres (a veces manifestadas concretamente de maneras disímiles), religión, mitología y que poseen la creencia de tener un origen común, o de ser parientes y que sienten entre sí vínculos de solidaridad y empatía. Por razones operaritas, reservaremos el nombre Celta para aquellos grupos célticos de época histórica o protohistórica; es decir la Edad del Hierro y Época Romana.

Los datos más antiguos que se pueden rastrear son los lingüísticos, que documentan una lengua céltica arcaica hablada durante el Paleolítico Final o el Mesolítico. El lugar originario desde donde esos grupos se extienden por el continente europeo es la mitad atlántica de la península Ibérica; y llegan a ocupar, en el Neolítico, toda la fachada atlántica europea, desde las Islas Británicas a Andalucía. Datos paleogenéticos establecen también orígenes comunes para las poblaciones humanas de estas localidades y para algunos de sus animales domésticos (caballo, perro…)

Para los estudios célticos la mayor cantidad y variedad de datos procede de época romana: Ahora es posible documentar aspectos muy relevantes de la religión, la lengua, las instituciones sociales, la ideología de estas poblaciones y, en definitiva, los aspectos definidores de la cultura, desde un punto de vista antropológico. De época altomedieval datan toda una serie de textos con narraciones míticas y religiosas que contribuyen notablemente a los estudios célticos. Finalmente, entre nuestras tradiciones vivas y en las leyendas y cuentos que muchos oímos de niños, perviven fragmentos de antiguos mitos célticos, reformulados en los tiempos cambiantes de la historia.


Moneda Celtíbera

Así, los célticos fueron uno de los grandes grupos étnicos arcaicos de Europa, junto con los Germanos, Latinos o Eslavos. Lo que en su día definía a una persona como celta era su lengua y su forma de vivir, su cultura, no el color de sus ojos o su tono piel. En los primeros siglos de nuestra era el aspecto físico de un celta era tan variable como el de un europeo actual; ya hemos visto en artículos anteriores como el aspecto físico de los grupos humanos es mucho más cambiante de lo que se podría pensar, sin aportes genéticos externos al grupo.

Desde el Paleolítico Final se han sucedido cientos de generaciones que han trasmitido a sus hijos los genes y la cultura; ambas cosas han cambiado mucho pero, de ellas dos, la única reconocible al cabo de miles de años es la cultura. Los descendientes físicos de aquellos habitantes de la montaña leonesa de hace 7000 años, de tez oscura, pelo moreno y ojos azules; son hoy en día nórdicos de pura cepa. Parece que la cultura se fija más al territorio que lo físico y lo superficial.

El árbol ha crecido, y del tronco común céltico han surgido ramas, unas se han secado, otras han sido podadas y algunas se han injertado. De este modo las poblaciones que florecieron en esos ramos han ido madurando sus propias historias particulares; han creado naciones históricas, como los astures, con sus propias tribus como los Susarros, nuestros antepasados. Los Susarros han desaparecido para siempre, sin posibilidad de retorno, hoy quienes habitamos este mismo territorio somos bercianos. Igual que nadie se cruzará en la calle (o en el monte) con un Susarro, nadie podrá conocer hoy en día un celta, porque los celtas se han extinguido, ya no existen. ¿Y lo céltico, existe?

Tomás Rodríguez Fernández

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