HISTORIAS Y DIRINDANAS / Virus, epidemias y hombres con dientes de ciervo

En una cueva de la colosal serranía calcárea situada entre los pueblines de La Braña y Arintero, del municipio leonés de Valdelugueros; hace unos 7.000 años enterraron a dos varones adultos. Prepararon sus cuerpos para el funeral y, con arcilla, los pintaron de rojo. El cortejo fúnebre descendió al interior de la tierra, iluminándose con antorchas de enebro y pino. En lo más recóndito de la caverna depositaron cuidadosamente los cuerpos. Los acostaron en posición fetal, apoyados sobre su lado izquierdo, sin cubrirlos con tierra, pero dejando alrededor de ellos algunas piedras. Uno de aquellos hombres, que contaba con unos 35 años, llevaba un vestido adornado con 24 caninos atróficos de ciervo macho, perforados y cosidos a sus ropajes; por este detalle sabemos que no era un cualquiera, pues estos objetos marcaban un estatus de prestigio dentro del grupo. Allí los dejaron sus paisanos, preparados para iniciar el viaje al más allá.

 

Individuo de La Braña 1 antes de su excavacion (foto de Julio Vidal)

 

7.000 años después, en el 2006, unos espeleólogos volvieron a bajar a la cueva y se encontraron con los esqueletos de los dos hombres. Afortunadamente casi no los tocaron, dejaron todo prácticamente como estaba. Así, se realizó una excavación arqueológica que dio a conocer una gran cantidad de información que, si no, se habría perdido; como sucedió en el caso de Elba, de la que hablamos el mes pasado. Un aspecto muy importante de la recogida arqueológica de los restos es que permitió preservar las muestras de la contaminación que supondría una manipulación inadecuada. Gracias e eso se pudo extraer la secuencia genómica de los dos individuos (una de ellas completa) y se realizaron dataciones de carbono 14 a partir de los carbones de las antorchas. No se les puso nombre a los cadáveres, se les denomina, simplemente, “individuo La Braña 1” e “individuo la Braña 2”. Su recuperación ha sido menos poética, pero mucho más rigurosa, que la de Elba.

Tras su funeral, los cuerpos sufrieron diferente suerte. La Braña 1 se quedó tal cual hasta que llegaron los espeleólogos, acostado en un escalón de la cueva descendente. La Braña 2, el que lucía la vestimenta de prestigio, fue enterrado en el fondo de la caverna, lo cual posibilitó que las inundaciones posteriores hiciesen flotar sus huesos y, por tanto, que su cuerpo perdiera la posición funeraria original.

 

Reconstrucion Fisonomica del Individuo de La Braña 1

Reconstrucion Fisonomica del Individuo de La Braña 1

 

Eran dos adultos, masculinos, de unos 35 años en el momento de morir. Braña 1 medía 166 cm y Braña 2 alcanzaba los 163 cm; el primero tenía una configuración física esbelta y el segundo era algo más robusto. Braña 1 presenta unas fracturas, muy anteriores a su muerte y totalmente regeneradas, que indican un gran golpe al caer, de pie, desde bastante altura. Esto le provocó, entre otras lesiones, la rotura del pómulo izquierdo y de la quinta vértebra lumbar.

Gracias a la secuenciación completa del ADN de Braña 2 (el bajo y robusto de prestigioso ropaje) sabemos que pertenecía a un tipo físico inexistente en las poblaciones europeas actuales y que, ambos, eran más parecidos a los individuos actuales de Escandinavia que a los de ninguna otra región. Tenían la piel oscura (de tono parecido a los hindúes) y los ojos azules. Conservaban rasgos africanos en un momento en el que la pigmentación clara y el cabello rubio aún no se había generalizado (hay indicios que apuntan a su aparición hace unos 8.000 años). Así todo, conviene señalar que, en esta época llamada Mesolítico, la uniformidad genética en Europa es muy alta; lo cual sugiere un origen común en el Paleolítico, a partir de pequeñas poblaciones fundadoras, que se extienden por el continente y se fusionan con aportes poblacionales posteriores.

 

Conjunto de 24 caninos de ciervo perforados hallados con el esqueleto La Braña 2. Escala 1 cm (foto de S. Rigaud, F. D’Errico y M. Vanhaeren)

 

Volviendo a nuestros protagonistas y a sus esqueletos, se ve que ambos tienen los incisivos muy desgastados. Esto se debe a que los usaban como herramienta en la preparación de pieles, trenzado de fibras o tensado de los arcos. Además, determinadas marcas en sus huesos indican que adoptaban con mucha asiduidad una postura arrodillada y en cuclillas y que, además, tenían una actividad física intensa y frecuente.

Con respecto a su alimentación, vemos que no tenían caries, seguramente por haber ingerido pocos hidratos de carbono de origen vegetal. También se ha podido saber que, en sus últimos 10 años de vida, su dieta fue fundamentalmente terrestre en cuando a las proteínas ingeridas, pero sin embargo es muy significativa la ingesta de proteínas de origen marino. Esto se debe al carácter nómada de estas poblaciones, que se movían por muy amplias zonas y, entre ellas, la costa era un lugar muy frecuentado.

Un aspecto relevante que se deriva de la obtención del genoma humano de un individuo europeo anterior a la domesticación de animales es lo referente a las enfermedades transmitidas por animales domésticos; ya que, según se cree, han sido ellos quienes nos han regalado toda una serie de enfermedades infecciosas comunes (gripe, tuberculosis, sarampión y viruela entre otras). A la vez, para que estas infecciones se conviertan en epidemia o en pandemia, se necesitan poblaciones grandes, sedentarias e intercomunicadas. Ya que nosotros somos los descendientes de quienes sobrevivieron a estas epidemias, la comparación de nuestro genoma con el de Braña 1 y Braña 2, será capaz de aportar mucha información útil para la comprensión de las epidemias y del contagio, ya que ellos pertenecían a un mundo sin animales domésticos, de poblaciones nómadas muy pequeñas, aunque relativamente bien comunicadas.

Se ha comparado el ADN de los individuos de la Braña con el nuestro y, entre otros análisis, se han estudiado los genes del sistema inmunitario que están asociados con la resistencia a patógenos y con el reconocimiento vírico, especialmente con la infección desde animales domésticos. Sorprendentemente, de todos los marcadores genéticos que tenemos los humanos contemporáneos de esos aspectos, los individuos de la Braña ya poseían el 60%.

La hipótesis comúnmente aceptada es que pandemias como la que ahora estamos sufriendo, causadas por virus que proceden de animales, han sido mucho más frecuentes desde que se domestican y se estabulan; no solo porque aumenta el contacto con los propios animales, se comercian y se pastorean, sino también porque supone sociedades que, como hemos dicho, son más susceptibles de padecer pandemias. Por otro lado, ya que las especies de animales domésticos no han variado en los últimos miles de años, se supone que nuestro sistema inmunitario está preparado para afrontar esas enfermedades que padecen nuestros animales domésticos, sin que ello suponga una epidemia (salvo que el virus mute).

La constatación de que, en momentos anteriores a la domesticación, cuando el contacto de los humanos era con animales salvajes, los marcadores de reconocimiento vírico sean iguales a los nuestros en un 60% es un dato desconcertante. Se abren interrogantes con respecto a los mecanismos de propagación de enfermedades víricas e infecciosas, a su trasmisión desde animales (domésticos o salvajes) y, también, se cuestionan los propios mecanismos y tiempos actualmente manejados para la domesticación de animales.

Tomás Rodríguez Fernández

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