Frente a la visión errónea y distorsionada de España como potencia imperialista la realidad que muestran los tres últimos siglos de nuestra historia es la de una España dominada, sometida y entregada por la clase dominante española a una intervención y control cada vez mayor de las grandes potencias mundiales.
Los rasgos de raquitismo, especulación y parasitismo que acompañan al capitalismo español desde sus orígenes hasta nuestros días son inseparables del grado de dependencia exterior, de la subordinación y el sometimiento a las grandes potencias extranjeras en el que ha vivido nuestro país en los últimos tres siglos.
Frente a las ideas dominantes que atribuyen el débil desarrollo económico español al “atraso secular” o al “peso de un fanatismo que nos hizo perder el tren de la modernidad”, un repaso al siglo XIX nos ofrece dos guerras de invasión extranjeras, tres guerras civiles que reaparecieron a lo largo de casi 50 años, decenas de golpes y pronunciamientos que derribaron gobiernos, etc. Es decir, una intervención exterior permanente que devastó el país y lo mantuvo postrado para que las potencias extranjeras se adueñaran de la riqueza nacional.
Todo esto justo en el momento donde el capitalismo se estaba desarrollando a marchas forzadas en todo el planeta, no solo en Inglaterra y Francia. Por ello, reclamar progreso a España en estas condiciones de dependencia es como culpar a Vietnam de su atraso tras la invasión norteamericana. El desarrollo capitalista en España hasta nuestros días ha estado sometido a la intervención y el control de los países imperialistas más potentes en cada momento.
Un desarrollo capitalista cuyo rasgo esencial hasta nuestros días es el sometimiento a la intervención y el control de los países imperialistas más potentes en cada momento: Inglaterra y Francia a lo largo de todo el siglo XIX y el primer tercio del XX, la Alemania nazi durante el breve período de 1936 a 1945; EEUU a partir de la instalación de las bases militares yanquis en 1953, a los que se suma el eje franco-alemán (cada vez más alemán y menos francés) tras la entrada en el Mercado Común y la integración en el euro.
Esta idea directriz de ruptura -y a contracorriente- nos permite entender la dictadura de Primo de Rivera -denostada por toda la izquierda- como el único intento serio de la clase dominante española por romper sus vínculos de dependencia con Londres y París y desarrollar un capitalismo nacional y autónomo de las injerencias imperialistas. O nos permite conectar el mitificado golpe de Riego que restableció la Constitución de 1812 y abrió el trienio liberal con los intereses supremos del imperialismo inglés por desmembrar el mundo hispano y apoderarse de la América española.
Uno de los más reconocidos escritores e intelectuales progresistas de nuestro tiempo, Manuel Vázquez Montalbán acertó al situar lo que consideraba una de las mayores deudas pendientes de la izquierda: “me obsesiona la poca importancia que se le da al imperialismo en los análisis actuales de la política y sobre todo aplicados a la política española, en donde tiene una importancia decisiva y parece como si no existiera”.
Desde los primeros intentos de acabar con el Antiguo Régimen, la Guerra de la Independencia y las Cortes de Cádiz, es decir, desde hace más de 200 años, la izquierda ha sido incapaz de asumir que España había pasado desde el siglo XVII a ser un país dependiente, sometido al dominio y la intervención de los poderes imperialistas de turno.
Desde entonces y hasta nuestros días, detrás de cada acontecimiento sustancial en la vida nacional la mirada de la izquierda se ha quedado restringida a los poderes locales, pero sin ver la mano de las potencias imperialistas que, en todos los casos y sin excepción, han intervenido para reconducir el rumbo del país de acuerdo a sus intereses.
Uno de los más recientes ha sido con el 23-F cuando solo se acusó a Tejero y a las redes fascistas, pero sin denunciar que el origen de las tensiones golpistas estaba en la exigencia norteamericana de que España entrara, inmediatamente y a cualquier precio, en la OTAN.
Así, para luchar contra el oscurantismo se ha perseguido al cura, pero pocas veces se ha cuestionado el poder del Vaticano sobre nosotros; en la lucha contra la explotación se ha ido contra el gran industrial o el pequeño patrono local, pero olvidándose de los grandes capitales franceses e ingleses en el siglo pasado o de las multinacionales americanas y alemanas de ahora; contra la represión se ha combatido al general africanista, al legionario y al guardia civil, sin colocar como blanco principal el papel de las fuerzas de intervención extranjeras, desde la invasión napoleónica, los Cien Mil Hijos de San Luis, la colusión de todas las grandes potencias contra la República española, la actual presencia de bases militares yanquis, el mando norteamericano de la OTAN sobre el ejército español o el sinsentido de proponer como alternativa una defensa europea, que sería necesariamente dominada por Berlín.
En artículos posteriores iremos analizando algunos momentos históricos que con las siguientes tres conclusiones fuertes como guía -y a contracorriente- nos permitirán dar luz a esa realidad ocultada. Uno, el hilo conductor que ha dirigido los últimos tres siglos de nuestra historia es la determinación de la intervención imperialista sobre España. Y esta intervención exterior ha condicionado un desarrollo congénitamente débil, raquítico y especulativo del capitalismo en España, la formación de la propia clase dominante española y el rumbo político, económico y social del país.
Dos. Sobre un existente movimiento obrero y un pueblo revolucionario especialmente combativo se ha impuesto una “venda en los ojos” para que quede ciego ante esta intervención imperialista. Para lo que se ha lanzando toda su furia contra curas, caciques y guardias civiles pero borrando de su horizonte el combate a las grandes potencias imperialistas de turno, los principales causantes de nuestros males.
Y tres. Sólo partiendo de esta determinación de la intervención imperialista sobre España, pueden formularse en la actualidad políticas que señalen de verdad a nuestros actuales enemigos y sirvan de verdad a los intereses fundamentales de nuestro pueblo.
Desde los afrancesados y liberales del siglo XIX a las fuerzas de izquierda en la transición o quienes ahora siguen dirigiendo toda nuestra mirada contra las “castas corruptas”, se ha inoculado en las fuerzas progresistas y populares posiciones que no solo borran y ocultan la intervención imperialista, sino que conducen a los sectores populares al fracaso en su lucha transformadora, convirtiendo sus fuerzas precisamente en su contrario, en un respaldo a tales proyectos imperialistas de dominación.
Eduardo Madroñal Pedraza