HISTORIAS Y DIRINDAINAS / De esos días sin tiempo que abren la mitad oscura del año

Acabamos de entrar en la mitad oscura del año, lo hemos hecho celebrando la fiesta de Todos los Santos y Difuntos. A estos días, ahora, hay quien les llama Halloween o, también, Samaín. Estos nuevos nombres llegan acompañados de calabazas disfrazadas de calavera y de seres maléficos o del más allá. Una celebración con tanto éxito y aceptación que, incluso, se instruye en ella a nuestros pequeños en la educación formal de la escuela.

Durante la fiesta tradicional de Todos los Santos y Difuntos, en todo el NW Ibérico, además de honrar y recordar a nuestros antepasados mediante la visita de sus tumbas, se practicaron otras tradiciones, vivas hasta la primera mitad del siglo XX. Una de ellas era la de reservar para los difuntos un sitio en la mesa, incluso con plato y cubiertos, durante el banquete que estos días reunía a toda la familia. También se tallaban calabazas ahuecadas con la figura de una calavera, se ponía una vela dentro y se dejaban encima de los muros linderos con los caminos y en las encrucijadas, figurando que eran los difuntos. En nuestra zona yo mismo pude documentar, hace unos 30 años, que durante estos días algunas personas se colocaban, sujeta sobre la cabeza, una calabaza con agujeros para recordar una calavera, le metían una vela dentro y se cubrían con una sábana; así salían por los caminos, oscuros, a asustar a la gente haciéndoles creer que eran un fantasma o un ánima. Esta costumbre, según me contaron, se acabó cuando llegó la pólvora.

Estas manifestaciones culturales que han llegado hasta nosotros son los restos de una de las tradiciones más remotas de la Europa céltica; arraigada de diferentes maneras en la mitad occidental de nuestro continente. Una vez más, estamos ante una tradición más antigua que los textos donde se documenta por primera vez, anterior incluso a la escritura. Veamos cuál es su genealogía:

Resulta que los celtas dividían el año en dos mitades: la clara y la oscura. También, en su concepción de la secuencia de las cosas, lo oscuro precede a lo claro, siendo esa la razón de que el día empieza a media noche y no al amanecer o de que la luna nueva sea completamente oscura. Así, el año empezaba en con su mitad oscura, con el mes que ellos llamaban Sámanos (en irlandés actual Samhain, que se pronuncia Ságuam). Para celebrar el año nuevo se hacía una gran fiesta con banquetes, grandes ferias, actos religiosos, políticos y, también, se celebraban juicios; además acababa la temporada de guerra. Como el calendario de aquel entonces era aún más imperfecto que el nuestro, durante esos días los druidas ajustaban el tiempo humano al que dicta el cosmos. Pero lo más importante es que a esta gran celebración estaban invitados todos, y ese todos incluye los seres vivos y los muertos, los humanos y los del más allá. Para hacer posible eso se abrían las puertas entre el presente y el pasado, entre el aquí y el otro mundo y, de este modo, los muertos acudían a la mesa de los vivos, que les reservaban un sitio en ella. Por esa razón los duendes, los seres fantásticos y héroes mitológicos, que el resto del año habitan otros universos, ahora tienen acceso a nuestro mundo. Para representar la presencia física de estos seres inmateriales, entre otras cosas, se fabricaban calabazas con figuras fantasmagóricas y velas en su interior, además algunas personas se disfrazaban de seres fantásticos. Esos días se abolía el tiempo y el espacio, se juntaba el pasado y el presente con el aquí y el más allá. Los difuntos estaban entre los vivos y los santos (y los demonios), todos ellos, estaban presentes de alguna manera en esa gran fiesta de cambio de año.

Los celtas ya no existen. Sus tradiciones y creencias se diluyeron en el cristianismo, en diferentes maneras concretas según los países. En Inglaterra se le llamó All Hallow’s Eve (Víspera de Todos los Santos). Los inmigrantes la llevaron a Estados Unidos, donde se le dio la forma del Halloween que conocemos.

Es curioso como resiste la tradición. Cuando estábamos a punto de olvidar lo más ancestral de nuestra fiesta de Todos los Santos y Difuntos, nos invade el Halloween para devolvernos un fragmento renovado de nosotros mismos, una versión que, quizá, debamos adaptar a nuestra propia esencia.

Tomás Rodríguez Fernández

 

 

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