Sobre el Fútbol, o “fúmbol”

Debo confesar -a la Virgen de la Purísima- que me perdí el «fúmbol» del Mundial Sudafricano -no todo, claro, aún hay más-, pero ahora quizá vea la Champions entre el Barça y el Manchester.

El «fúmbol»/fútbol me entusiasmaba cuando era un guajín, y hasta aspiraba en algún momento de la historia de la infamia (en aquel tiempo aún no sabía de la infamia humana/animal) a convertirme en Rojo Primero. Entonces era devoto del Atletic de Bilbao. Quién sabe por qué. Transcurridos los años infantiles, coleccionando cromos y muchos álbumes de jugadores -lo que me ayudó a leer de carretilla y carrerilla- se me pasó la fiebre futbolera, me entraron otras fiebres, y ya…

No obstante, seguí, durante décadas, viendo los partidos de los Mundiales como con reverencia. Y en realidad aún no se me ha pasado la fiebre mundialera, si bien ya no veo puntualmente cada partido. Como antaño. Como aquel Mundial que ganara la France, cuya exhibición bajo la Torre Eiffel, en el mítico Campo de Marte, fue apoteósica, como si talmente hubiera ganado la tercera guerra mundial.

El tiempo apremia. Hay cosas que hacer. Y cuando se viaja, no se puede estar al plato y a las tajadas. En un avión difícilmente puedes ver la televisión, salvo que el comandante te informe del resultado: España 1-Portugal 0. Qué notición.

Lo que nunca me ha gustado nada son esos domingos muertos, hechos a base de fútbol de liga, que a uno lo acaban enterrando vivo.
Sobre todo en el Bierzo Alto, cuando llega la temporada de invierno, no hay muchos entretenimientos en los que ejercitar el espíritu. Llega el domingo y hala, aquí me las den todas en la misma rabadilla, que el mundo se expanda y se corra, al rojo, quizá. Qué más da. No tardando mucho todo se irá al carajo. Esto te lo dijo una pitonisa, aunque tú, que eres un descreidín, no acabas de encajarlo. Entre otras cosas, porque ni los futurólogos ni las adivinas te ofrecen confianza. No obstante, la mosca la tienes detrás de la oreja.

El domingo o día del Señor (la señora que se joda y friegue los platos, diría el machín), te tirarás a la bartola, que para eso estuviste currelando como un borrico durante toda la semana. Sólo faltaría que, el día más y mejor señalado de la semana, tuvieras que trabajar. Necesitas reposo. Estás abatido. A espatarrarse se ha dicho. Para eso eres el rey de la casa. A chulo y machote pocos te ganan. Eso es seguro. Además, aún sigues siendo el rey, aunque no tengas trono ni reina ni nadie que te comprenda, como en la canción aquella de Chentín Fernández, el mejicanito. Entonces, la recuerdas con cariño y te entra una morriña que ni pa’qué…

Te tumbas en el butacón de la sala de estar -no se te vaya a ocurrir despertarme, le sueltas a tu paisana, que anda atareada limpiando el polvo de la casa-, ensayas la postura del muerto, la más cómoda posible, claro está, y te quedas traspuesto delante de la caja imbécil, cada día más vomitiva, sobre todo si se te aparece la «pantasma» de Belén Estebán, el maripuri Jorge Javier o cualquier friki catódico y «apostódico». No le prestas la más mínima atención al televisor. Pero el ruido de fondo te sirve para conciliar el sueño. Una siestina te sienta como dios. Tu siesta es más sagrada que el vermut al salir de misa. Tú también vas a misa de doce como buen feligrés. Eso te dices para consolarte. En realidad, la misa la utilizas como pretexto, para rellenar espacios muertos. Hay que matar el tiempo como sea. Te aburres como un cangrejo. Pero tampoco haces nada por salir del hastío en que te sumerges cada domingo.

Con legañas en los ojos, y amodorrado, te introduces el auricular en el oído tonto, ya lo tienes amaestrado. No puedes perderte los chillidos que meten los radiofonistas futboleros. La verdad es que son unos gritones. No se cansan de vocear goles, a veces inexistentes. Pero deben hacerse notar. Ese es su trabajo. Para eso les pagan. Tampoco paran de soltar fraseologías propias de un sacerdote en trance. Parecen misacantanos, los muy jodidos. No abandonas la iglesia ni cuando estás en casa, piensas en voz alta. Qué vida más chunga.

Los radiofonistas de marras son capaces de embabucar a propios y extraños desde su púlpito catedralicio, o sea, desde la radio. Tú te dejas hacer. Bueno, consientes el engaño. Una farsa dominguera que vives y sigues con entusiasta fervor. Acabas por creerte tu propia fábula.
Así te las gastas tú un domingo cualquiera este país de las maravillas. Venga, todos al trapo fumbolero o funambulero. Y que el Barça consiga el estrellato, zampándose al Manchester United en la Champions League 2011. A ver si el Barça, que te quiero azul y grana (aunque ya no soy de nadie), me devuelve, de una vez, la confianza en el fútbol, como cuando era un rapacín. La copa es vuestra.

Manuel Cuenya

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