Efectivamente, el amor aún sabe dónde vive Esther González Sánchez. Ella nos lo recuerda en este poemario que acaba de ver la luz en EDITORIAL SELEER.
Son cuarenta y dos poemas de amor, en verso libre, que se nos hacen cortos. Uno tiene que releerlos para que el aroma de unos versos, perfectamente construidos, en heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos no nos abandone.
Y no nos abandona porque se trata de la obra de una poetisa -no me gusta la palabra poetisa y prefiero el fonema poeta- que domina el Arte Poético y, no solamente por su perfecta métrica, sino por las sonoridad que da la acentuación en la sílaba correspondiente y que muchos poetas olvidan. Esther, no. Construye a la perfección sus versos y nos los entrega como si se tratase de un oloroso ramo de violetas para goce y deleite del lector que percibe el desgarramiento poético de la autora.
Este libro -EL AMOR AUN SABE DONDE VIVO- no es el primero ya que ha habido, anteriormente, dos -uno de ellos en colaboración con el escritor argentino Rodolfo Virginio Leiro, propuesto para el Premio Nobel de Literatura- y otro con poemas de juventud.
La andadura poética de nuestra autora es, pues, larga: recitales o intervenciones ante los micrófonos de las emisoras gallegas en donde su perfecta dicción conmueve o colaboraciones en revistas especializadas.
Yo espero que haya más libros. Tiene que haber más libros porque los amantes de la buena poesía -ahora que abunda poetas mediocres- esperan más poemarios de Esther González Sánchez. Los necesitamos.
He tenido sumo placer en prologar un libro que comienza su andadura -que ha de ser larga- y en ese prologo decía que, sobre todo, he encontrado con unas imágenes poéticas deslumbrantes que hacen que Esther no pase desapercibida en el panorama poético actual y se convierta en una de las autoras más importantes de su tierra.
Me siento orgulloso de haber prologado este libro y deudor de su autora por haberme permitido poner mi pluma a su disposición.
Pero, al hablar de figuras poéticas, no puedo -ni debo- dejar de citar algunas verdaderamente sorprendentes:
¡Cuántas son las calles ojerosas / en la voz deshojada de las horas sin nadie// , dice en un poema en el que la voz de Esther, desnuda, recuerda el amor desaparecido aunque el amor sepa donde vive ella.
Soy como la duda y la verdad que dejan en el aire los relámpagos o largo de oscuridad me vence el verbo de luto intransitivo que es un hermoso verso en el que la autora no quiere compartir su pena -verbo intransitivo: queda en su alma- o no tengo el corazón de las palabras en el que nos dice que ella sabe y conoce el valor intrínseco de una palabra o sea, su entraña.
También debo reseñar esta hermosa estrofa “… el agua muerde / igual que dientes ácidos / mientras bordo con lágrimas / tu nombre en mis pañuelos//.
Hay más ejemplos. El poema número trece donde, mágicamente, escribe: yo prefiero la noche / porque en ella deshoja el olor de jazmines / y se olvidan los páramos / y se atan las miradas / para sembrar / palomas en su huerto / dejando la fatiga del amor / abultada en los pechos //.
Pero, no solo hay metáforas o metonimias -figuras esenciales en la literatura- sino que encontramos aliteraciones, como en el breve poema de presentación: Ven derramando polen de siestas en florestas / Devuélveme a la tarde de los púlpitos púrpura y fachada de pájaros en donde aparece reiterativa sonora la letra “p” o la conjunción de rima, que no ripio, de siesta y floresta que añade más sonoridad al verso..
La sucesión de imágenes está impregnada de pasión, ya que hay pasión en los versos de Esther y uno vive como propia la pasión -valga la redundancia- que Esther vive en sus versos.
Hermoso libro -EL AMOR AUN SABE DONDE VIVO- en el que, para concluir, resalto el valor del adverbio aún y que uno debe leer porque se trata de un poemario que entrará por méritos propios en la historia de la poesía amorosa.
Antonio Esteban