Lorca en Kabul

Federico en Afganistán con las viejas verdades dormidas. En el 85 aniversario de su asesinato Lorca sigue rehuyendo su tumba y su duende peregrino viaja y alimenta también el espíritu de todos los que ahora en el viejo país de los pastunes están sufriendo, y los que son cercenados, sangrientamente, por manos heladas de hombres fríos. Y el poema lorquiano cobra vida, ¿dónde está mi sepultura? / En mi cola, dijo el sol. / En mi garganta, dijo la luna. / Por las ramas del laurel/ vi dos palomas desnudas. / La una era la otra/ y las dos eran ninguna.

En apenas cuatro meses los talibanes se han hecho con el control completo de Afganistán. Fue el pasado 15 de abril cuando Biden anunciaba la “retirada” completa de las tropas estadounidenses de Afganistán, a completar antes del 11 de septiembre. No es la primera vez en la historia afgana. Es el tercer poderoso ejército extranjero derrotado en los últimos 180 años.

Primero fue el imperio británico en el siglo XIX, que tuvo que abandonar Afganistán en 1919 y aceptar su independencia. Luego fue la Unión Soviética, ya socialimperialista, que en 1979 invadió el país, y 10 años después la superpotencia tuvo que retirarse. Después de 20 años de invasión, iniciada en 2001, y dejando un reguero de incontables muertos afganos, EEUU se marcha vergonzantemente.

Porque Federico está allí donde están los elementos vivos, perdurables, donde no se hiela el minuto, que viven un tembloroso presente (…) [no la] historia húmeda y fría de las piedras de los monumentos (…) [ni] las bailarinas secas de las catedrales (…) no la historia, sino la emoción de la historia.

Tras 20 años de guerra, se van 3.500 soldados estadounidenses -había 100.000 en 2011 con Obama- pero se quedan 160.000 víctimas mortales afganas. Y 26.000 niños afganos han sido asesinados o mutilados. Los Estados Unidos de América se van, pero la muerte, las víctimas y el dolor del pueblo afgano se quedan.

Y de esa universal historia dolorida Lorca nos dice amigo, levántate para que oigas aullar al perro asirio. / Las tres ninfas del Cáncer han estado bailando, hijo mío. / Trajeron unas montañas de lacre rojo/ y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido. / El caballo tenía un ojo en el cuello/ y la luna estaba en un cielo tan frío/ que tuvo que desgarrarse su monte de Venus/ y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos.

Entre 2009 y 2018, cerca de 6.500 niños fueron asesinados y otros 15.000 resultaron heridos, haciendo de Afganistán una de las zonas de guerra más letales del mundo en 2018. Una media de nueve niños fue asesinados o mutilados cada día entre enero y septiembre de 2019, según el informe de Unicef ‘Manteniendo la esperanza en Afganistán: proteger a los niños del conflicto más letal del mundo’.

La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos. / El niño la mira, / mira el niño la está mirando. (…) Niño, déjame que baile. / Cuando vengan los gitanos, / te encontrarán sobre el yunque/ con los ojillos cerrados. (…) Por el cielo va la luna/ con un niño de la mano.

 Afganistán es potencialmente uno de los países con mayor riqueza mineral, con reservas que incluyen oro, cobre, litio, uranio, mineral de hierro, cobalto, zinc, piedras semipreciosas y gemas, gas natural y petróleo. 20 años después, es mucho más pobre y menos desarrollado y está entre los países más pobres del mundo.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura. / Los que doman caballos y dominan los ríos: / los hombres que les suena el esqueleto y cantan/ con una boca llena de sol y pedernales. (…) Yo quiero que me enseñen un llanto como un río/ que tenga dulces nieblas y profundas orillas.

 El país ocupa el puesto 157 en un ranking de 192. Es decir, sus habitantes están entre los que menor esperanza de vida tienen del mundo. La esperanza de vida está en 64,49 años. Y según los cálculos del propio gobierno afgano, entre el 42% y el 55% de la población vive por debajo del umbral de pobreza -definido por tener menos de un dólar al día de ingresos-; y solo el 64% de la población tiene acceso a agua potable y libre de contaminación.

Pero no son los muertos los que bailan, estoy seguro. / Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos. / Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela; / son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos, / los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras, / los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras, / los que beben en el banco lágrimas de niña muerta/ o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.

El país tiene la tasa más alta del mundo en mortalidad infantil -104,25 fallecidos por cada 1.000 nacimientos normales- y una de las tasas más altas de analfabetismo -ocupa el puesto 156 de 164- según Index Mundi. Casi el 55% de los niños menores de 12 años sufren de algún retraso madurativo -en su crecimiento físico o mental- debido principalmente a la mala alimentación. En Afganistán viven unos 600.000 niños menores de cinco años que sufren un grado importante de desnutrición. Los 20 años de guerra han provocado que 3.700.000 mil niños no estén yendo a la escuela, y que además afecta especialmente a los menores de edad que viven en las zonas rurales.

Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años, Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y las lamí con la lengua. Porque era mía. (…) Estas manos que son tuyas, / pero que al verte quisieran/ quebrar las ramas azules/ y el murmullo de tus venas. (…) ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.

 Porque en Federico resuenan muchas vidas y, cuando revive, emanan todas esas vidas; porque en él pululan muchas risas y cuando reímos con él, refluyen todas esas risas; porque en su sangre habitan muchas sangres y, cuando sangramos con él, reviven todas esas sangres.

Con un cuchillo, / con un cuchillito/ que apenas cabe en la mano, / pero que penetra fino/ por las carnes asombradas/ y que se para en el sitio/ donde tiembla enmarañada/ la oscura raíz del grito. (…) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. (…) Hemos de pasar por tu vientre para encontrar la resurrección de los caballos. (…) La luz viva de las horas viejas. (…) Que en último caso dormir es sembrar (…) Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos. (…) Romper todas las puertas y disolver el muro de la ley en la más pequeña gota de sangre. (…) Viejas voces imperiosas.

 Ciertamente EEUU ha sido derrotado en Afganistán como lo fue en Vietnam. Pero con la derrota en Vietnam el hegemonismo estadounidense inició un largo proceso de declive. En Afganistán la derrota es expresión de la agudización de ese declive. Pero los talibanes no son los guerrilleros vietnamitas. Los talibanes fueron armados, entrenados y respaldados por los propios Estados Unidos. Lo que es de todos conocido. Los talibanes son un grupo reaccionario, fundamentalista, que ataca derechos conquistados por la humanidad en el siglo XXI, como los derechos de la mujer. No van a aportar ninguna idea de progreso, ni ideológico, ni cultural, ni político, ni económico, para Afganistán.

Una danza de muros agita las praderas/ y América se anega de máquinas y llanto. / Quiero que el aire fuerte de la noche más honda / quite flores y letras del arco donde duermes / y un niño negro anuncie a los blancos del oro/ la llegada del reino de la espiga.

 Los guerrilleros vietnamitas estaban respaldados por un partido comunista, y expresaban la lucha de todo un pueblo contra la superpotencia estadounidense. Afrontaron enormes sacrificios para defender la independencia de su país y construir una sociedad más justa para Vietnam. Y la lucha del pueblo vietnamita contó con las simpatías de la humanidad más revolucionaria y progresista. Hoy, cincuenta años después, Vietnam es un próspero país de más de cien millones de habitantes -el que más creció del mundo el pasado año, a pesar de la pandemia- que, con todas las diferencias que se puedan tener con su régimen, levanta una bandera roja.

Eduardo Madroñal Pedraza

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