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Un mundo feliz

He comenzado este año de 2011 con Un mundo feliz, la novela de Huxley, que tan buenos momentos me procuró en su día, y que ahora retomo como si fuera un auténtico descubrimiento, una revelación, una verdadera ración de soma (“el cristianismo sin lágrimas”), lo cual me anima a volar y a entender este mundo globalizado, que sobresale en lo tecnológico pero carece de valores espirituales. Si tuviéramos estos valores, seríamos diferentes y sin duda mucho mejores de lo que somos.

Re-leída y aun subrayada, esta obra tiene la enjundia suficiente para volver a ella, en estos tiempos de crisis mundial. Tal vez deberíamos regresar a una sociedad menos utópica y menos “perfecta”, incluso nada utópica, pero sí y sobre todo más libre, como nos sugiere Nicolás Berdiaeff, en la cita que aparece al inicio de este libro.

Ya desde el prólogo se plantea lo siguiente: “Al Salvaje se le ofrecen sólo dos alternativas: una vida insensata en Utopía, o la vida de un primitivo en un poblado indio”. Aunque cabe una tercera alternativa: la posibilidad de una vida cuerda en una comunidad de desterrados, en una Reserva, cual una comuna de hippies: el Malpaís (o sociedad antigua, donde aún es posible leer a Shakespeare), al que pertenece Linda.

O el marqués de Sade, que era “un loco de atar” y sobre todo un auténtico revolucionario, un librepensador, un genuino filósofo (léase La filosofía en el tocador o Justine, por ejemplo) o bien Un mundo feliz, cuyos gobernantes pueden no estar cuerdos (en el sentido absoluto de la palabra) pero no son locos de atar, como Sade, y su meta no es la anarquía sino la estabilidad social.

En esta singular novela se nos ofrece una utopía irónica y en cierto sentido perversa, una distopía, donde la sociedad vive feliz en su bienestar y entontecimiento, que logra con la ayuda de drogas administradas por el Estado (véanse o degústense helados de soma y/o escopolamina (burundanga), chicles con hormonas sexuales, dopaje a esgaya, algo que ahora está de moda entre la élite del deporte y los magnates de las finanzas), con una alta tecnología homogénea (coches celulares, tren de alta velocidad, que aún no pasa por el Bierzo a fecha actual, helicópteros a modo de taxis, etc.), bajo un gobierno totalitario, que ejerce su poder sobre una población de esclavos (dividida en castas) que admite gustosa su servidumbre y su condición. Una sociedad con todas las necesidades cubiertas, donde no existe el crimen ni el dolor ni siquiera la guerra ni la pobreza, que sueña despierta bajo la influencia narcótica y dormida bajo la hipnopedia, el cine táctil o sensorama (que tanto le entusiasmaba a Dalí), el golf electromagnético, la música sintética, los órganos de perfumes (cuyo fin es fusionar la música con aromas agradables) y los de color, el condicionamiento neo-pavloviano y la aceptación de la muerte desde bebecitos, la uniformización caqui de los niños y el sexo sin sentimiento y sin amor (lo que me hace recordar a alguna sociedad caribeña), la rutina y la estabilidad, la novedad sin belleza, la ausencia de dios (pues éste no es compatible con la felicidad universal), el odio a la soledad, el individualismo, los libros y las flores, y por supuesto una sociedad desprovista del arte y la ciencia, de toda suerte de religión y filosofía (salvo el Fordismo, véase freudismo, en honor a Freud, quien fue el primero en revelar los terribles peligros de la vida familiar), despojada por ende del concepto familia. Una sociedad basada en un sistema de castas: Alfas (casta superior), Betas, Gammas, Deltas y Epsilones (casta inferior, incluso tonta), adiestrados todos ellos para ser buenos consumidores y de este modo fortalecer la economía. Cultivados en laboratorio y predestinados incluso antes de su nacimiento. “Actualmente, el mundo es estable. La gente es feliz -escribe Huxley-; tiene lo que desea, y nunca desea lo que no puede obtener. Está a gusto; está a salvo; nunca está enferma; no teme a la muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes… Y si algo marcha mal, siempre queda el soma”.

Orgía-Porfía libertad os da.

Manuel Cuenya

Redacción

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