Antonio Rodríguez Navia -mi amigo Antonio Rodríguez Navia- decía que el sargento Bienvenido, comandante del puesto de la Guardia Civil era la persona que más mandaba en el contorno, desde Paradela hasta Sarria y aún más allá.
El sargento Bienvenido, además de ejercer como sargento, era una persona amante de la buena mesa y razonaba así:
-Si yo digo que la mejor forma de degustar las anguilas es como las preparan por aquí, esa verdad va a Misa.
E iba a Misa. Creía en sus palabras, pero mi relación con el sargento Bienvenido no había sido cordial, en un primer momento.
El conducía, a veces, aun estando de servicio, un “Mercedes” y, en cierto momento de su vida laboral -y de la mía- me acusó de haberlo echado a la cuneta, causar desperfectos a su vehículo y huir sin prestar auxilio. Nada de ello era verdad y, como nada era verdad, fui a buscarlo a Portomarín y aguardé a que regresase de algún servicio, hasta cercana la medianoche.
Mientras consumía la espera, recorriendo las calles del pueblo y ya con la luna rielando sobre las aguas del Miño, recuerdo que hilvané unos versos que decían: “No me parece elegante / ni tampoco conveniente / ni que me llamen viajante / ni que me llamen agente. // Yo prefiero apuntador o rizando más el rizo/ me llamen convencedor / que es nombre menos chorizo/“, porque este cronista, durante algún tiempo, en su vida laboral ejerció diversos oficios: docente, bancario, administrativo, guionista de radio, o vendedor de piensos compuestos. Todo ello lo compaginaba con dibujar caricaturas, escribir versos de cordel o hacer crítica de cine.
Vender piensos compuestos fue una época nefasta porque, como le dije a mi jefe inmediato superior –que goza, supongo, de un merecido descanso en el reino de los Cielos- yo no soy vendedor de nada y, menos, de piensos compuestos. Pero tuve que serlo. No aprendí a vender, pero conocí a mucha gente interesante y supe que a los vendedores, a veces, en Lugo, les llamaban agentes o corredores y de ahí, en un momento de inspiración, aquellos versos.
Pero, iba diciendo que busqué al sargento Bienvenido para que me aclarase la denuncia que me había puesto advirtiéndole que, además de ser falsa, el Ministro del Interior, Juan José Rosón, estaba enterado de la incidencia, porque mire usted, sargento, da la casualidad de que el Ministro del Interior es primo de mi mujer y él mismo me ha dicho que tendrá usted que aportar pruebas. Bienvenido, retiró la denuncia porque no había pruebas y me invitó a cenar, días después, para desagraviarme, anguilas en el Mesón do Loyo, la casa de las anguilas, a la salida de Portomarín.
-Aquí, amigo Esteban, -yo no era su amigo- en la cola del pantano de Belesar están las mejores anguilas del mundo. Las recogen en tu presencia, las lavan y las fríen en muy poco aceite ya que la anguila suelta mucha grasa. Esa grasa, después, se vierte sobre unas patatas cocidas, empapándolas y es manjar delicioso…