Los 104 años de Antonia Gómez / La memoria que han rescatado sus nietos

Si un centenario es una celebración especial, todos los aniversarios a partir de ese momento también son diferentes. Este sábado tuvo lugar la fiesta de los 104 años que celebró la familia de Antonia Gómez en la residencia El Robledal de Matachana.

Aunque el cumpleaños oficialmente es hoy día 28 de agosto, la familia se reunió tres días antes para celebrar con la ‘abuela’ centenaria este aniversario diferente. En el exterior de la residencia, con música y fiesta específicamente pensada para Antonia en la que participaron el resto de los residentes y el personal de El Robledal.

El año en que Ponferrada recibió el título de ciudad, o en el que nació Salvador Allende, también nació esta berciana en Columbrianos. Su recuerdo de juventud más presente es su dedicación al rebaño de ovejas y como fue creciendo hasta superar el centenar de ovejas.

En este centenario es inevitable recordar cómo era la vida hace un siglo, y Antonia Gómez llevó su memoria hasta principios del siglo XX para concluir el cambio tan importante en la forma de vida. Máxime cuando se trata de una persona que ha ido viviendo estos cambios progresivamente.

Relato escrito por los nietos de Antonia para la revista ArteBier, cedido a Bembibre Digital

Éste es un relato que escribimos los nietos de Antonia como homenaje a lo que fue y a lo que a sus 104 años todavía es.

Vaya por delante que Antonia es una persona a la que es imposible “no querer” y esto lo consigue sencillamente siendo como es, sencilla, alegre, bondadosa, generosa, conformista y muy cariñosa. Dicen que: de lo que das…tomas y por eso ella es tan querida por su familia, por sus vecinos y por toda la gente que le rodea.

Hoy cumple 104 años y con tal motivo, a sus nietos, que tan orgullosos estamos de ella, nos apeteció reunirnos y entre todos rebuscar en nuestra memoria para poder trasladar a estas líneas como vivió y vive hoy,  los episodios y anécdotas que nos ha contado de su vida, así como las que hemos podido vivir a su lado.

A Mi Abuela, le encanta hablar de su edad.  Ella siempre dice que nació en año el 8 y cuando la gente sorprendida le pregunta… ¿EN EL 8? .. Ella responde… SI, EL AÑO 8 DEL SIGLO PASADO, presumiendo de haber vivido en dos siglos distintos. Para dejarlo claro, nació el 28 de agosto de 1908.

Realmente parece mucho más joven de lo que es. Su aspecto físico y forma de ser contrastan con su edad y se diría que el tiempo para ella pasa más despacio que para el resto. Su piel sin arrugas, su alegría y su capacidad para razonar, dejan entrever que Antonia es una persona sana y en plenas facultades mentales, lo cual es verdaderamente extraordinario para su edad.

Antonia cumplió el siglo a la vez que la ciudad de Ponferrada y por ello es uno de los personajes que participa en un documento audiovisual que se guarda en el Castillo de Ponferrada y que saldrá a la luz coincidiendo con el bicentenario de la ciudad.

Su pueblo natal es Columbrianos. Sus padres, Eugenio y Manuela, como la mayor parte de la gente de esa época, se dedicaban a la agricultura. Tuvo tres hermanos: Rufino, Vicenta -que todavía vive y sigue su camino- y Julio.  A este último  se lo llevó siendo muy niño, una terrible enfermedad a la que nuestra abuela le  llamaba el  Mal de la Moda ( la gripe española).

Mi Abuela sabe leer y escribir porque de muy pequeña, tuvo la oportunidad de ir a la escuela. Recuerda con mucho cariño a su maestra Doña Rosalía. Solo asistió  durante 2 o 3 años, ya que, con tan solo 9,  empieza a dedicarse al pastoreo. Durante esta etapa de su niñez en la que ya trabajaba, no dejó de formarse, y  por las noches  el Tío Esteban le daba clases a ella y a sus primos, de esa forma pudo completar su básica formación de escritura, lectura y cálculo.

El iniciarse en el pastoreo no fue una obligación. Cuando tenía solo 9 años, unos amigos de su padre comentaron en el pueblo la intención de vender un pequeño rebaño de doce ovejas. Ella escuchó esa conversación y cuando llegó a casa se sentó en las rodillas de su padre, pidiéndole por favor que se las comprara. Le costó varios días  convencerle, ya que su padre conocía el sacrificio y la dureza de ese oficio. Finalmente gracias a  sus súplicas y el apoyo de su madre, se salió con la suya.

Fue pastora de los 9 a los 16 años. Comenzó teniendo doce ovejas y terminó con más de cien. Durante esos años, los días de verano comenzaban para ella a las 5 de la mañana, y de los de invierno, recuerda sobre todo el frío terrible que pasó.  Cubierta siempre por la misma capa y con unas galochas, salía cada día,  daba igual que lloviera,  nevara  o que la niebla no le  dejara ver.

Cada mañana, con varios pastores del pueblo, pastoreaban en lo que ahora es La Rosaleda, Flores del Sil, La Martina, El Pajariel, el Monte Castro, etc. Cuenta Mi Abuela una anécdota que siempre escuchamos con atención: Mientras Lucas, uno de los pastores, narraba  historias reales y cuentos -afición que parece ser que dominaba- todos los pastores le escuchaban. En una de esas ocasiones, mientras descansaban en el Castro, las ovejas se fueron alejando, hasta que una voz de alarma les alerta. Salieron corriendo y las ovejas estaban acorraladas por los lobos, muchas de ellas ya degolladas, aunque ninguna de las de Mi Abuela corrió esa suerte. En otra ocasión, y mientras escuchaba a Lucas contar la historia de la guerra de la independencia, sus ovejas desaparecieron, y no las encontró hasta el día siguiente.

A los  16 años, aconsejada por su padre,  deja esta dura actividad.

Ayudados en gran parte por el dinero que obtuvo durante esos años con la venta de carneros, sus padres pudieron empezar la construcción de  la nueva casa,  que en un futuro será el hogar de Mi Abuela y  su familia.  Ella participó activamente en este hecho,  ya que acompañó a su padre en cada viaje que realizaron para conseguir el material necesario. Fueron también ayudados por familiares y vecinos, que se desplazaron a Bárcena de Rio. Allí consiguieron la viga principal de más de 13 metros y que tuvieron que traer entre dos carros de bueyes. De Rimor trajeron la madera, y de Las Fragas la piedra. Cuenta,  que de esta misma cantera, se sacó la piedra con la que se construyó el Palacio de Astorga. Conseguido todo lo necesario,  unos canteros de Galicia comenzaron la construcción.

A partir de entonces sus dedicaciones fueron las labores de casa  y el duro trabajo del campo. Se trabajaba de lunes a sábado, y los domingos sus diversiones eran paseos por el pueblo y algún que otro baile que organizaban unos músicos de San Juan. Durante estos paseos hizo amistad con Alejandro, el que luego iba a ser su marido, aunque ya se conocían de niños, pues fueron vecinos.

Al poco tiempo de regresar Alejandro de realizar el servicio militar en Ceuta, se casaron. Durante estos primeros años de matrimonio, vivieron en «El Cercado» junto a la fuente del Azufre y cercano a su trabajo en la MSP (empresa en la que nuestro abuelo trabajó unos años)  y aquí nació su primera hija, Ángela.

Cuando Alejandro decide dejar la MSP, se dedican por completo al campo, actividad que los dos conocen perfectamente y de la que mi abuelo disfrutaba mucho. Pronto nacerán sus otros dos hijos, Eugenio y Paco, y convierten con arduo trabajo la casa,  en un hogar.

La guerra y la postguerra pasaron por sus vidas como por las  del resto de las familias. Fueron años muy duros, pero a pesar de ello tuvieron la suerte de no pasar hambre. El campo les proporcionó el alimento necesario y  criaban también gallinas y cerdos. Incluso lo suficiente para que ocasionalmente pudieran ayudar a alguna familia del pueblo más necesitada. No tan fácil era conseguir calzado y telas para que nuestra abuela pudiera hacer ropa para toda la familia.

Pasaron también mucho miedo. Cuenta Antonia una historia que le ocurrió en la época en la que precintaron los molinos: Ante la necesidad de moler el trigo para poder hacer el pan, salió una noche hacia el molino de Villamartín, donde por la noche molían a escondidas de las autoridades. Tardó casi una semana en regresar a casa y durante esos días, cada anochecer su marido y sus hijos esperaban su regreso al final del camino del pueblo durante horas, temiéndose lo peor con el paso de los días. Ocurrió que el caballo en el que iba culeó, tirándola a ella y a las quilmas que llevaba llenas de trigo, al río. Fue capaz de sacar los sacos mojados y llegar finalmente a su destino. El molinero del pueblo le proporcionó un desván donde extendieron el trigo, pero tuvo que esperar varios días a que secara antes de poder molerlo y regresar a casa. Durante su estancia allí, la molinera le dio patatas y pan suficiente para alimentarse esos días. Una vez molido el trigo, llegó la Guardia Civil, que siempre requisaba parte, pero una vez más tuvo suerte y ninguno de sus sacos fue seleccionado.

Cuando llegó el regadío a la zona, facilitó mucho el trabajo de cultivar en el campo. Nuestros abuelos tenían las huertas más bonitas de la zona. Alejandro era tan exigente en su trabajo, que los surcos de sus huertas eran “los mejor trazados del mundo” y las sendas de acceso y canales de regadío, siempre limpias y en muchos casos hormigonadas.

Mi Abuela, iba en burro cada mercado a vender la fruta, patatas, verduras y  hortalizas que cultivaban. En aquel momento el mercado estaba en la zona de Las Cuadras  y en la Plaza de la Encina. A su regreso,  sus hijos siempre le salían a esperar al camino porque sabían que a ella nunca se le olvidaba comprar los bollos de crema que tanto les gustaban.

Compaginaba el campo con las tareas de la casa y también con la costura, no como una diversión, si no como la obligación de tener siempre un vestido adecuado para toda la familia. Por otro lado, el abuelo Alejandro lo compaginaba con su afición a la carpintería, y recordamos a la nuestra abuela hablar de la llegada de las puntas de hierro como un gran invento, que facilitó a nuestro abuelo su labor. También nos contó como llegaban, hasta hacerse cotidianos, los adelantos más importantes: el primer ferrocarril, el automóvil y las carreteras, la radio y la televisión…etc.

Una vez jubilados, tuvieron la oportunidad viajar juntos y disfrutar como nunca lo habían hecho. Les encantaba contar los viajes que hicieron. Conocieron toda Andalucía, Galicia, Palma de Mallorca, incluso Ceuta, donde fueron sólo por recordar los años de servicio militar de nuestro abuelo.

A los 82 años el abuelo enferma gravemente, Mi Abuela  se dedica exclusivamente a atenderle. Fueron años de mucho sufrimiento para él y mucha pena para ella. Los cuidados necesarios y dedicación exhaustiva incluso ponen en peligro su salud.

En 1990 fallece nuestro abuelo, y a partir de entonces, sin su marido,  la vida de Mi Abuela, está dedicada exclusivamente a ella misma. Recupera pronto su salud, y como es una persona fuerte ordena su vida y se mantiene activa con sus quehaceres y la convivencia en el pueblo.

Hasta poco antes de los 103 años (aunque siempre bajo el cuidado de su familia) ha sido una persona muy independiente: capaz de hacerse su desayuno, comida y cena sin necesidad de ayuda, fregar sus platos, ducharse,  asearse, y arreglar su habitación sin tampoco depender prácticamente de nadie.

No falto durante todos estos años la visita a misa cada día, a la que asistía no solo por su fe, sino también porque para ella era el momento de ocio del día, en el que se relacionaba con el resto de la gente del pueblo. Hace dos años, y como estaba un poco más torpe, su hija creía que era mejor limitarle en alguna medida el salir tanto de casa pues temían por que se cayese o fuese víctima de un atropello y como no les hacía caso buscaron la complicidad del médico en una revisión rutinaria, el cual le dijo:  Antonia, veo que está un poco más torpe…tiene que dejar de salir todos los días a la compra y a misa…vaya solo de vez en cuando y acompañada…. A lo que Antonia respondió: Doctor, no sé de nadie que se haya muerto por ir a misa.

Hasta el año pasado sus únicos problemas eran la sordera y su poca vista. Pero ya cumplidos los 103 años se rompe la cadera en una caída, y es en  este momento, en el que queda imposibilitada para andar. Como anécdota, cuando la iban a operar el personal del hospital no encontró su historial médico: Lógico, jamás había estado ingresada pues sus achaques no pasaron nunca de algún catarro que otro.

En febrero de este año ingresa en la Residencia El Robledal, de Matachana. Fueron unos días difíciles, porque todos dudábamos de su capacidad de adaptarse a un nuevo entorno tan distinto. Para nuestra sorpresa, en un mes, estaba totalmente integrada: Se había acostumbrado a la comida, a la rutina de la residencia y a la gente que le cuida,  con una facilidad increíble.  Ahora dice que le parece llevar toda la vida viviendo allí, recibe el cariño necesario para que la residencia se haya  convertido  para ella en su nuevo hogar.  

Esta es un poco de la historia de Antonia, que hoy es una persona dependiente, pero solo por la inmovilidad que le impide tener la independencia que disfruto durante más de un siglo, pero que sin embargo,  mantiene integra su forma de ser, su capacidad de razonar y su forma de dar y atraer cariño de familiares y amigos. Y ahora también a sus nuevos compañeros, que son los residentes y el personal de la residencia El Robledal.

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