Cada siete años el Santo (nuestro Santín) baja desde su santuario hasta la iglesia patronal, donde permanece; al noveno día, sube y regresa a su morada habitual. Este ciclo se repite desde hace cientos y cientos de años. Así lo dicta y ordena la tradición, es un acto ritual cargado de significados culturales, de gran antigüedad, de historia. Este magnánimo acto, entre otras cosas, actúa como catalizador e integrador de nuestra comarca y arciprestazgo del Boeza, implica la cohesión de la comunidad supramunicipal. Cada pueblo acude al santuario con sus signos de identidad: pendones, pendonetas, cruces y estandartes; con ellos viene la gente, con sus mejores galas, para unirse a todos los demás en un gran acto solemne de comunión, de exaltación de la comunidad e identidad grupal. Cada pueblo, con sus símbolos, se coloca en la explanada del santuario, donde espera para recibir al Santo en su salida. Están allí para recibir, hacer reverencia y mostrar su respeto y agradecimiento al Santín. Nuestro patrón, al cruzar el umbral, se encuentra con un pasillo multicolor hecho de pendones, pendonetas y estandartes; mientras va pasando ante ellos, cada pueblo hace bailar su pendón para honrar al patrón de la comarca; después lo acompañan en comitiva desde allí hasta la iglesia de san Pedro. Así, una y otra vez, va bailando cada uno de los pendones al pasar el Santo por este túnel de paños multicolores: es el saludo individual de bienvenida que le da cada pueblo y, también, el inicio de la procesión para acompañarlo hasta la iglesia. En este acto ritual, crucial, cristaliza todo el significado integrador de la fiesta. El lugar donde se realiza es un espacio de socialización y participación cultural, un lugar de expresión colectiva. Este es el acto ritual y el espacio de socialización que ha desaparecido este año, una privación incomprensible e indignante para muchos.
Este año nadie esperó al Santo en la explanada. A lo largo de la calle Castilla se habían desgajado lo símbolos de los pueblos según su tipología, como si fuese una muestra de objetos de feria, una competición deportiva o un desfile de modelos. Primero los pendones, que bailaron para el público en general, no para el Santo, después los templarios (¿a qué se debe esta intrusión innovadora?), las cruces parroquiales, las mantillas, trajes tradicionales, estandartes. Al final, separado de los demás y fuera de contexto, el pendón de Bembibre. Más allá, a la cola y en soledad, el Santo con las autoridades. Finalmente, cerrando la comitiva, la ambulancia con sus luces.
Con tristeza digo que parece que alguien no entiende cual es la naturaleza y significado de la salida del Santo; parece increíble que se desatienda la importancia y el egregio significado cultural que tiene el encuentro de los pendones con el Santo cuando este sale de su santuario. Resulta incompresible que se elimine este acto de reverencia, homenaje y respeto, bailando y desplegando los pendones. Con cierta frivolidad alguien ha hecho que esta vez no haya sido como siempre. ¿Tanto trabajo cuesta repetir el mismo proceso que se ha seguido durante siglos? ¿Por qué se ha eliminado el ritual de bienvenida, de recepción de los pueblos, en la explanada del santuario? ¿Por qué se ha forzado a los integrantes de las comitivas locales a ir separados, cruces por aquí, estandartes por allá, personas engalanadas por otro lado…? ¿Qué motivo hay para que las personas con sus trajes de gala no puedan acompañar a los símbolos de su pueblo y tengan que incorporarse a una especie de pase de modelos con otras personas a las que, quizá, ni siquiera conoce? ¿Es la cinta de obra el adorno más digno y hermoso para delimitar y engalanar el espacio sagrado y ritual del recorrido de la procesión? ¿Es a la ambulancia el coche escoba de esta especie de vuelta ciclista, a qué pueblo representa? ¿Van a haber majorettes en próximas ediciones?
La salida del Santo es un acto cultural, tradicional, de enorme y excepcional valía. Como tal merece respeto escrupuloso por la tradición y por los participantes (personas y colectivos), honor, pompa y solemnidad. En sí mismo posee una gran belleza estética, visual y sonora de la que se nos ha privado en parte este año. Se nos ha despojado de lo más importante: la recepción de bienvenida de los pueblos a la salida del Santo.
Tristemente he de decir que, quien quiera que haya sido, lo ha hecho francamente mal. La salida del Santo es mucho más que un Cristo edulcorado; es otra cosa, es otro ritual diferente y excepcional, único. Como todo rito, la salida del Santo es un acto fuertemente pautado, reglado en sus procesos y espacios rituales, sagrados. No se pueden, no se deben, modificar estas cosas porque hacerlo es dañarlo y destruirlo, vaciarlo de significado y banalizarlo. Espero y confío que, en próximas ediciones, dentro de siete años, la organización siga la tradición y le otorgue la debida dignidad al acto, al espacio en el que se desarrolla y a los participantes en el mismo, principales protagonistas y portadores de esta excepcional tradición cultural de nuestra comarca del Boeza.
Tomás Rodríguez Fernández
Miembro de la Comisión de Seguimiento del Plan Nacional de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de España