Caso Pegasus: “¿Y…? ¿Dónde está el problema?”

Manuel I Cabezas

En las últimas semanas, se ha producido una nueva tormenta mediática y política, provocada, una vez más, por los nacionalistas-independentistas-golpistas catalanes, que no dan puntada sin hilo por la causa secesionista. Éstos han salido en tromba, como los de Fuenteovejuna, a partir del 18 de abril de 2022, al conocerse, a través de la revista The New Yorker, un informe del informático independentista Elies Campo, personaje vinculado a “Tsunami Democràtic” y a los CDR, y miembro de la plataforma canadiense Citizen Lab (Universidad de Toronto).

Según el precitado informe, a través del CNI o de otros órganos gubernamentales (Policía Nacional o Guardia Civil), el Gobierno de España se habría dedicado a espiar a unos 60 nacionalistas-independentistas-golpistas catalanes por medio del software Pegasus. Este “malware” se habría infiltrado e instalado en los móviles de los susodichos con una simple llamada o un envío anónimo, sin que las víctimas tuvieran que hacer “clic” en ningún enlace y sin que se dieran cuenta de ello. Este programa malicioso, aunque no es el único en el mercado del espionaje (Sourghum, Hacking Team, Exodus, Sitel, etc. son algunos otros), habría permitido un control total de los usuarios de los móviles infectados: sus ubicaciones, sus conversaciones, sus imágenes, sus videos, sus correos, sus listas de contactos, sus fotos,…

El software Pegasus, ideado por la empresa israelí NSO Group, sólo puede ser adquirido, en principio, por los Gobiernos legítimos, para sus servicios de seguridad. De ahí que las sospechas de los espiados se hayan dirigido hacia los ministerios de Interior y de Defensa. Ahora bien, la compañía israelí que lo comercializa, por un lado, debe elaborar previamente un expediente del comprador para detectar posibles usos indebidos; y, por el otro, a posteriori, debe vigilar el uso que se hace del mismo para que no se violen los derechos humanos. Con este instrumento informático, en teoría, se pretende únicamente ayudar a los Estados a combatir el crimen organizado y el terrorismo. Por eso, la mayoría de los países europeos se han dotado de él o de uno similar (cf. “ci-dessus”).

El descubrimiento de este presunto espionaje a los nacionalistas-independentistas-golpistas catalanes, que participaron activamente en el “procés” de independencia de Cataluña y por lo que algunos fueron condenados, ha provocado una cascada de dimes y diretes, aparentemente a cara de perro, entre los supuestos espiados y el presunto espía, el Gobierno de España. Los primeros se han rasgado las vestiduras ante el presunto espionaje, ilegal para ellos, que ha puesto en entredicho la democracia española; y han sacado a pasear nuevamente el victimismo habitual, para llevar el agua a su molino y así rentabilizarlo. El Gobierno de España, en un primer momento, se ha dedicado a escurrir el bulto y a marear la perdiz a la espera de que, con el paso del tiempo, los medios se centrasen en otras cuestiones.

Ahora bien, con el paso de los días y tirando del hilo del presunto ovillo del espionaje, se ha descubierto que el espionaje no sólo ha existido realmente sino que, además, se ha practicado contra todo quisqui: tanto contra los extraños (los nacionalistas-independentistas catalanes, i.e. los enemigos de España, de la legalidad vigente, de los principios y valores democráticos,…) como contra los propios (miembros del Gobierno: P. Sánchez, M. Robles, F. Grande-Marlaska, etc.). Y el espionaje se ha hecho tanto desde aquí (España) como desde el “exterior” (extranjero), Félix Bolaños dixit.

En este guirigay de reproches por parte de los nacionalistas-independentistas-golpistas catalanes, de la parte podemita del Gobierno y de los herederos de la banda terrorista ETA y ante la reacción “maricomplejinesca” de Pedro Sánchez y de su Gobierno, han surgido dos Agustinas de Aragón, Margarita Robles y Macarena Olona. Éstas, en la sesión de control al Gobierno del miércoles 27 de abril de 2022, verbalizaron —como el niño del cuento de H. Ch. Andersen “El rey desnudo”— verdades como puños, lo que millones de españoles piensan, las cuatro verdades del barquero, recogidas en los arts. 1 y 2 de la Ley 11/2002, de 6 de mayo, reguladora del Centro Nacional de Inteligencia

Margarita Robles, le preguntó a la diputada de la CUP Mireia Vehí: “¿Qué tiene que hacer un Estado, un Gobierno, cuando alguien vulnera la Constitución, cuando alguien declara la independencia, corta las vías públicas, cuando realiza desórdenes públicos, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?”. ¿Ponerles la alfombra roja? No. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Pues eso, hay que controlarlos, atarlos cortos, siempre legalmente, y aplicarles sólo la ley, pero todo el peso de la ley.
Por su lado, Macarena Olona, en la misma sesión de control y dirigiéndose a los conmilitones de los nacionalistas-separatistas-golpistas catalanes, les leyó la cartilla así: «Líderes independentistas catalanes supuestamente espiados por los servicios de Inteligencia españoles… ¿Y…? ¿Dónde está el problema? ¿Que les han espiado? Poco, poco les han espiado porque en 2017 dieron un golpe de Estado y porque han prometido que volverán a hacerlo. Porque representan una amenaza para el Estado español y el Estado está obligado a defenderse de las amenazas», se respondió ella misma, ante la mirada culpable, huidiza y avergonzada del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños.

La casta política, de alta cuna o de baja cama, es fiel a su catadura moral: sin principios ni valores, va a lo suyo, está ocupada y preocupada por poner a salvo su pesebre y su cubil, amorrada a las ubres del erario público. Y si, alrededor de ellos, el mundo se derrumba y se instaura la ley de la selva, esto la deja indiferente. En efecto, unos, Pedro Sánchez y sus muchachos, quieren permanecer, si es posible “sine die”, en el Gobierno de España; los otros, siempre con el raca-raca, dando pasos, despacio pero sin pausa, para llevar a cabo el programa independentista del cleptómano Jordi Pujol, que él mismo resumió, hace lustros y “de verbo ad verbum”, con estas cuatro palabras: “hoy paciencia; mañana, independencia”. Ante estas actitudes despreciables y censurables de la casta política —de aquí, de allí, de derechas, de izquierdas, de centro— vienen como anillo al dedo aquellas palabras de Martin Luther King, que rezan así: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el estremecedor silencio de los buenos”. Menos mal que dos Agustinas de Aragón, Margarita Robles y Macarena Olona, han roto el silencio para indicarnos que el rey va desnudo y el camino a seguir.

Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada

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