Los hechos
En la segunda mitad del mes de junio de 2021, los medios de comunicación se hicieron eco del megabrote de Covid, que se produjo en Mallorca. A pesar del criterio en contra de los profesores, cientos de jóvenes de las diferentes CC.AA (de 17 a 21 años) se habían desplazado hasta Mallorca con el fin de pasar una semana (del 12 al 18 de junio) y así celebrar el fin del año escolar. Según sus propios testimonios, el viaje en ferri desde Valencia fue toda una locura: sin guardar las distancias, sin mascarilla y consumiendo alcohol a gogó. Y, llegados a Mallorca, el desmelene y el desmadre continuó y se incrementó: megafiestas en barcos (“party boats”) y en los 9 hoteles donde se alojaron, multitudinario concierto de reguetón en la Plaza de Toros y los consabidos botellones cotidianos en la vía pública. Y todo, por supuesto, sin ninguna medida de seguridad.
El resultado de estos comportamientos irracionales y de niñatos malcriados y caprichosos no se hizo esperar: brote de contagios masivos por coronavirus de la variante alfa (inglesa). En seguida se contabilizaron 350 contagiados. Ahora bien, el número de éstos se fue incrementando rápidamente hasta alcanzar los 1.664 afectados, en general, asintomáticos o con síntomas leves. A pesar de esto, 14 tuvieron que ser hospitalizados y uno fue directamente a la UCI. Los asintomáticos, al regresar a sus lugares de origen, han provocado un brote supracomunitario y generacional: 12 CC.AA están afectadas y los contagios entre jóvenes se han disparado. Y, a pesar de sus protestas y la de sus irresponsables padres, que organizaron estos viajes en contra del criterio de los centros escolares, más de 260 estuvieron confinados y obligados a hacer cuarentena en el hotel Palma Bellver de Mallorca, hasta el 30 de junio.
Como hubiera dicho Pedro Piqueras, éstos son los hechos y así se los he contado. Ahora bien, ante lo que está en juego (la lucha contra la pandemia y la vida o la muerte de cualquiera de nosotros), estos hechos merecen al menos una sucinta reflexión.
De aquellos polvos…
A lo largo de toda la pandemia, los poderes públicos y los medios de comunicación (principalmente las cadenas de televisión), guiados por un paternalismo y un buenismo mal entendidos, han escondido las imágenes —que, como todos, sabemos valen más que mil palabras— de la dramática situación que estábamos viviendo. No mostraron las desbordadas UCIs, llenas de pacientes graves, ni los parkings convertidos en frigoríficos-morgues, ante el colapso provocado por los miles de muertos diarios. Ni la soledad ni la angustia de los miles de compatriotas que perdieron sus vidas. Para los jóvenes, lo que estaba sucediendo era tan invisible como el propio virus y, para más inri, ellos se creyeron inmunes.
Además, los jóvenes han sido desorientados y desconcertados por las contradicciones permanentes del Dr. Simón, del Ministro de Sanidad y demás voceros oficiales y no oficiales (“los todólogos”): primero, mascarillas, no; luego, mascarillas, sí; asistencia a manifestaciones masivas, sí; luego, no; y, en junio de 2020, cuando Pedro Sánchez, cual Moisés bajando del monte Sinaí, anunció que habíamos vencido la pandemia (?), que se acercaba la desescalada y que la “nueva normalidad” (?) estaba al alcance de la mano, la realidad fue que una nueva ola de contagios nos esperaba a la vuelta del verano; etc. Por otro lado, debido a los discursos imperantes y a las estadísticas, los jóvenes creyeron que la Covid no iba con ellos y que el virus sólo atacaba a los mayores.
Ante los lamentables hechos de Mallorca y los que se producirán durante este verano, lo más probable y seguro es que ya se esté incubando ya la quinta ola de la pandemia en todas las CC.AA. Y no sólo de la variante alfa (inglesa), sino y principalmente de la variante delta (india), que es más contagiosa y más letal. Y, ahora, los principales afectados serán ellos, los jóvenes. Por eso, algunos consideran que el reto, a lo largo del verano, es vacunarlos masivamente, a partir de los 16 años, ya que es el colectivo con mayor movilidad, con mayores relaciones sociales, con más contactos, con menos conciencia de la dramática realidad y, por lo tanto, con más irresponsabilidad.
… estos lodos
Los jóvenes veraneantes en Mallorca no eran poligoneros ni miembros del batallón de fracasados escolares sino jóvenes que habían terminado, con éxito, un nuevo año escolar y/o el bachillerato y/o las pruebas de acceso a la universidad (EvAU o PAU). Por lo tanto, por sus biografías escolares, son, más bien, la flor y la nata (?) de la juventud española. Ahora bien, en la estancia en Mallorca y en las salidas habituales con los amigos se han comportado, se comportan y se comportarán a lo largo del verano como auténticos cafres: los encuentros masivos sin respetar las medidas de seguridad, el consumo desenfrenado de alcohol y drogas son malas compañías y hacen que pierdan el oremus. Por eso, sus comportamientos dejan mucho que desear y, en el contexto de la pandemia, son una auténtica bomba de relojería tanto para ellos mismos como para sus próximos (hermanos, padres, abuelos, amigos) y la sociedad en su conjunto. En un recodo del camino pueden toparse con la parca o, en su deambular veraniego por la vida, en esta época de pandemia, pueden ir sembrando la muerte a diestro y siniestro.
En la sociedad actual, se suele idolatrar a la juventud. Sin embargo, como dijo alguien, hay que respetarla no por lo que es sino por lo que puede llegar a ser. A esta edad, los jóvenes, se rigen por el freudiano “principio del placer” (el clásico “carpe diem”) y no por el “principio de realidad”. Y, al hacerlo, se dejan llevar por el “principio de la muerte” en detrimento del “principio de la vida”, Freud dixit. Por eso, se podría afirmar que la prevalencia del “principio del placer” y el “principio de la muerte” entre los jóvenes es la consecuencia de lo que los psicólogos denominan el “niño o joven emperador o dictador”: niños o jóvenes habituados a que se les dé todo lo que desean sin ningún tipo de condición o de contraprestación.
A pesar de lo que pregonan los ecologistas, para Leopoldo Abadía, lo importante no es qué planeta vamos a dejar a nuestros hijos sino qué hijos vamos a dejar al planeta. Para él, lo importante es dejar en este mundo unos hijos honestos, limpios, majos, educados, leales, cívicos,… Ahora bien, el comportamiento de demasiados jóvenes denota que los padres, los profesores y los responsables políticos no estamos haciendo las cosas bien y no estamos a la altura. Ahí está el desenfreno en Mallorca y en todo tipo de eventos festivos, que deberían cuestionarnos a todos (padres, profesores y casta política) sobre lo que estamos haciendo con nuestros hijos, alumnos y jóvenes ciudadanos. De estos polvos, los lodos de Mallorca y de otras latitudes.
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada
Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)