El cacabelense Fermín López Costero, que tuvo el privilegio de nacer encima de una bodega, nos ofrece, en esta ocasión -y diría que nos obsequia, porque es un regalo de lujo-, un espléndido libro de relatos o microrrelatos, entretejidos de una forma hábil y certera, ingeniosa y humorística, que acaban enganchando al lector de un modo irremediable.
El autor nos sorprende en cada uno de estas microficciones, con arranques y finales antológicos, casi todos ellos. Cuentos o microcuentos aderezados con un humor, en ocasiones negro, y cuyos personajes adolecen, en su mayoría, de algún trastorno o bien son muertos que nos hablan desde un más allá. Como en los mejores relatos de Juan Rulfo.
Fermín nos adentra en galerías y espejos, y aun en circos, por donde pululan almas, zombis, espíritus, incluso licuados, fantasmas, monstruos, bestias y animales fabulosos, entre los que se encuentran sirenas y unicornios, voces singulares, en definitiva, que nos trasladan a otros mundos y universos fantásticos, donde no todo es lo que parece. Pasen y lean.
La soledad del farero es, en verdad, un libro de historias fulgurantes hilvanadas como si fuera un solo cuento en el que tanto objetos, personajes o situaciones están relacionados, y se repiten de manera velada, lo que confiere unidad y coherencia al conjunto de esta obra editada por el club cultural Leteo, bajo la batuta del siempre enérgico Rafa Saravia. ( www.clubleteo.com )
Léanse, por ejemplo, los cuentos Mi hermano Quique y Problema de abastecimiento, cuyo nexo común son los armarios roperos; La soledad del farero y La huida, unidos por los faros; Barcos que arriban al amanecer y Un comienzo difícil, con la presencia en ambos de las sirenas; Los fantasmas y Susto, en los que descubrimos la presencia de fantasmas.
Con este Bestiario, donde también tiene cabida un Diplodocus disfrazado de suegra, López Costero nos devuelve una suerte de literatura que entronca con lo mejor de los grandes de la narrativa breve como Arreola o Tito Monterroso.