Berlinés de Noceda del Bierzo

Miguel Ángel García nació en Quintana de Fuseros, al mediodía de una tórrida jornada del verano del 57, cuando todo era entonces y el ayer se parecía más a un antes de ayer que a un mañana, que es tanto como decir que vino al mundo en un mundo exprimido por la calor y sin más dios que el duro trabajo y las represoras costumbres impuestas por un caudillo, también en este remoto pueblo de la España de los ojos vendados, y al que no aportaba nada más que miedos y necesidades. El necesario trabajo en el campo y el temor a don Alipio, el maestro, fueron el sustento que nutrió los primeros años de infancia de Miguel Ángel. Luego vendría el tiempo del traslado, asido a una maleta, para hacerse nocedense, o nocedano (ambos términos son válidos, según mi querido amigo Manuel Cuenya), en la casa de sus abuelos. En Noceda del Bierzo transcurrieron aquellos años en los que la mirada curiosa del niño Miguel Ángel descubrió que siempre quedaba un resquicio por donde colarle a la vida un instante de esparcimiento jugando al fútbol, con un improvisado balón hecho con una botella de lejía, mientras aguardaba la llegada de otra noche de sombras y sueños errantes. Que la existencia también podía ir más allá de la mina, la siega y las vacas. Y otra vez la maleta, como una constante que el destino quería imprimir en la vida del inquieto Miguel Ángel. Ahora tocaba Madrid. Solo tenía once años y marchó para convertirse rápidamente en un hombre. Su destino fue un colegio de curas, una de aquellas fábricas donde se soslayaban las adolescencias y directamente te convertían en un hombre de provecho, sin importar para nada los pelos que te dejaras en la gatera hasta conseguirlo. Después vendrían los años de universidad. Dos carreras: Ciencias de la Información y tiempo después Derecho. En los inicios de los años 80, del siglo pasado, ingresa en RTVE. Y la maleta que le sale nuevamente al encuentro, ahora para acompañarle a Valladolid, luego a Madrid y posteriormente a Alemania. Por el camino ha ido llenando la vieja maleta con todo un compendio de experiencias bien aprovechadas e incontables premios a su ejemplar labor profesional. Ahora, Miguel Ángel, con ojos de avezado reportero, se asoma a la ventana de su despacho, en el moderno corazón de la Europa del siglo XXI, en Berlín, junto al Bundestag, y sabe que un poco más allá de la distancia y el tiempo hay un lugar en su corazón que todos los días le susurra al oído que además de berlinés (Ich bin ein Berliner) es hijo adoptivo de Noceda del Bierzo.

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