Diálogo con el Sil por Alexandru

Alexandru perdió su vida, intentando salvar la del objeto que más valoraba: su balón.

Me acerqué cuando todavía no había aparecido, para exigirte que lo devolvieras. Después de hacerlo no he sido capaz aún, de volver a pasear junto a ti. Cruzo el puente sin mirarte. Sé que tú lo haces cabizbajo, arrepentido. Dame un tiempo. De momento sólo puedo insinuarte que estoy dolido.

Aún percibo en mi retina los braceos de sus 13 años y el ímpetu de tus remolinos. Permíteme este desasosiego y esta descarga de emociones por ello.

Entiende también que mi hijo, días después, en su ánimo infantil de reprenderte te tirara piedras. Esas mismas con las que tantas veces nos dejaste hacer ondas sobre tu superficie.

Y es que parece que has olvidado aquellos días de primavera en los que desde el puente de Celso López, retratábamos para siempre tu colorido y manso curso. No has tenido en cuenta las veces en las que desde la Puebla admirábamos tu caudal. Ni has recordado todas las ocasiones en las que desde la calle Panamá acudimos prestos a desearte los buenos días.

Has despreciado, también, el haber sido testigo de la infancia de César Gavela. El recoger ese agua de lluvia a la que Fermín López Costero escribe poemas, por su costumbre de ser. La misma que embalsa Riaño, para que Llamazares la contemple de distintas formas. O la que su hermano, en buena lógica, incluso se niega a beber.

Has roto nuestro compromiso de fidelidad. El que toda ciudad debe guardar con su río. Dando la espalda a los que caminan por tu ribera, a los que corren al encuentro de tu origen, a los que lanzan su sedal o a los que se refrescan en verano.

Aunque tardemos, volveremos a acercarnos. Para sentir que, huidizo, te escapas entre nuestros dedos. Volveremos al parque, para escuchar tu ruido de fondo, para sentir tu presencia, para considerarte testigo de nuestros juegos.

Pero de momento es pronto. Porque esto no lo ha hecho un río cualquiera. Lo ha hecho nuestro Sil.

Serenos, desde lo alto de la ladera del castillo, con las gotas de lluvia borrando nuestras lágrimas, esperaremos el día en el que tu agua nos devuelva el reflejo de lo que te llevaste.

Luis Alberto Rodríguez Arroyo

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