A este extraordinario músico y compositor balcánico, que vive o vivía en París, he tenido la fortuna de escucharlo, al menos, en dos ocasiones en concierto, una en Madrid, y otra vez en León, cuando en la capital del Reino se hacían festivales de Nuevas Músicas, algo que echamos en falta porque ha dejado de existir. Por estas nuevas músicas leonesas pasaron grandes músicos como Philip Glass, Marta Sebestyen, Kepa Junquera, Joan Valent, o algunas bandas de zíngaros, que por cierto también han acompañado en algún concierto a Bregovic. Estoy rememorando sólo a algunos, pero hay muchos más.
Bajo el nombre de El tiempo de los gitanos, como la película de Kusturica, nos deleitaron, con sus animadas y folclóricas músicas, algunas bandas como los rumanos Taraf de Haïdouks, a quienes luego puede escuchar de nuevo, hace unos años, en el mítico festival de Ortigueira.
Y un año le tocó a Goran Bregovic poner el trombón de oro a este festival de nuevas músicas, en la ciudad de León.
Bregovic ha compuesto gran parte de las bandas sonoras de las películas de Emir Kusturica, su amigo del alma, hasta que se escacharraron.
A Kusturica, que también es músico y tocaba el bajo en un grupo punk, lo conoció en los años 70. Y desde entonces, y hasta hace sólo algunos años, formaron o han formado una pareja inseparable.
Entre las bandas sonoras de Bregovic figuran, aparte de Tiempo de gitanos, otras como Gato negro, gato blanco; Underground o Arizona Dream.
Francia me descubrió la música de Bregovic y el cine de Kusturica. Y a partir de ese momento he seguido casi con devoción a cada uno de ellos.
La música de Bregovic tiene tal fuerza que es capaz de conmover a un muerto. Y nunca mejor dicho porque suele actuar con su orquesta para bodas y funerales.
Se me antoja decir que Kusturica es como el Fellini de los Balcanes, y Bregovic es como Nino Rota.
Su música parece alegre y triste al mismo tiempo. Es intensa y muy expresiva, impregnada de folclore balcánico, con cierto sabor rock, hecha con melodías zíngaras, voces búlgaras y charangas festivas.
Cuando uno escucha Ederlezi, que quizá sea su canción más conocida, es como para que a uno se le pongan los pelos de punta.
Manuel Cuenya