Luis Buñuel, Don Luis…

Luis Buñuel
Luis Buñuel

…Un suspiro de libertad. En estos tiempos carcelarios y coercitivos que vivimos, siempre la represión chingándonos, metiéndonos en vereda -¿por qué no podemos ser libres de verdad, aunque queramos serlo?-, siempre es sano y conveniente volver a Buñuel, a su cine, y también a sus textos, tan hermosos y revolucionarios, surrealistas y definitivos, desconocidos, por lo demás, por el gran público. O eso creo.
 
Luis Buñuel, Don Luis, como le decían su cuates, es sin duda lo más grande que ha dado el cine español hasta la fecha. Ni Almodóvar, ni Saura, ni siquiera Erice… que me disculpen todos ellos, han logrado lo que hizo Buñuel, que además tuvo que ingeniárselas para filmar en México, ese país al que nunca pensó ir, pero que le sirvió para sobrevivir, luego de sus no demasiado buenas experiencias en Gringolandia, y que al final también le valió… madre… de morada, durante muchos años, México, tan lejos de Dios, y tan cerca de USA, como reza un dicho popular.
 
Apasionante la vida y obra de Buñuel, tanto en Méjico/México como en Francia, incluso sus obras rodadas en España, véanse Tristana o Viridiana, por ejemplo, sobre todo esta última, cuyo realismo audaz y poético entronca con nuestra mejor tradición literaria y picaresca, desde el Lazarillo,  Quevedo… hasta llegar a lo goyesco, a nuestra España negra negrísima.  Silvia Pinal, Paco Rabal y Fernando rey están que se salen. Pura transgresión erótico-religiosa, con un fascinante homenaje a la última cena. 
 

Me apetece mucho acercarme a Luis Buñuel, sobre todo ahora que se avecinan tiempos de santos y nazarenos, procesiones y redobles de tambor. Los tambores de Calanda le ponen a uno la carne de pollo. Y los cristos que aparecen en sus películas, como ese que se ríe a carcajadas en “Nazarín”, te invitan a tomarte el mundo, cual si fuera un dry-martini, como le gustaba a Buñuel, con sentido del humor. De lo contrario, estaríamos perdidos.

Buñuel ha significado mucho en mi vida, y mi admiración por él comenzó hace tiempo. Desde entonces he seguido muy de cerca el fantasma de su libertad, o ese oscuro objeto de deseo. Me he aproximado a sus obsesiones, sueños y pinceladas surrealistas. He visto una y otra vez sus películas, desde Un perro andaluz y La edad de oro, pasando por Las Hurdes (imprescindible) hasta llegar a sus últimas películas rodadas en Francia, El discreto encanto de la burguesía o Ese oscuro objeto de deseo.
 
He leído su obra literaria, publicada en Ediciones de Heraldo de Aragón, 1982, y algo de lo que se ha escrito sobre su obra, que es muchísimo. Os sugiero algunos libros de Sánchez Vidal dedicados a Buñuel, incluso como compañero de batallas de Dalí y Lorca: grandes genios del siglo XX.
 
En cuanto a su literatura me quedo con ese texto sorprendente y feroz que es “La descomunal batalla de las catedrales y las vagonetas”, y ese poema dedicado a las hostias consagradas, que en tiempos leyera José Luis Moreno-Ruiz en su programa “Rosa de Sanatorio” de RNE, Radio 3. Lo que le valió algún disgusto.
 
Entre las obras que he leído de Buñuel, y que os recomiendo, está “Mi último suspiro”, un libro de memorias que escribiera con la ayuda de su guionista Jean-Claude Carrière. Quien quiera acercarse a este cineasta debería leerse este maravilloso libro.
 
También he visitado algunos lugares donde él estuvo o vivió como La Residencia de Estudiantes de Madrid (El Pinar, 21), el MOMA de Nueva York, algunos bares de Montparnasse y Saint-Germain en París, México DF, etc.
 
En la Cinemateca de Coyoacán (México DF) hay dos placas donde aparece Buñuel entre los diez mejores directores de la cinematografía mexicana. En una placa por “Los olvidados”, y en otra por “El ángel exterminador”. Qué grandísimas películas, las cuales merecerían un análisis.

Érase una vez un hombre al que se pretendió encadenar, incluso aniquilar ¿Qué hubiera sido de mí, de no haberme escapado de España?, llegó a decir más o menos, un humanista, digo, que incendió con su cámara las subconsciencias, y transgredió los velos de la hipocresía, un hombre fuerte y socarrón que puso en evidencia los encantos de la burguesía, y nos erizó los pelos al encerrarnos en un espacio de ángeles exterminadores, a puerta cerrada, cargados de tequila y mezcal, tentados por un demonio con aspecto de querubín (Silvia Pinal o Catherine Deneuve, a vuestro antojito). Un día, hartos de ultrajes, decidieron subirse a la columna de Simón, que ahora está en el Paseo de Reforma del Distrito Federal, en Mejiquito lindo y chingado, amoroso y brutal.

Esperanza, lucha y conquista son necesarias para alcanzar la belleza.
Busquemos la belleza, una y otra vez, porque acaso sea, como repitiera tantas veces Ramón Trecet en sus Diálogos 3 de Radio 3, la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo, que en determinadas ocasiones se nos muestra aromáticamente atractivo.

Don Luis, como le decía «su sobrino», el gran Paco Rabal, entre otros, da mucho de sí, y en otra ocasión volveré sobre él y su estimulante obra.

Manuel Cuenya
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