Esta semana abre sus páginas la Feria del Libro de Ponferrada, que ha dedicado su cartel a Gil y Carrasco, como no podía ser de otro modo en la fiesta de las letras del Año Romántico; y se inaugura con la presencia de un autor que dicen leonés pero que en realidad es de Vegamián, provincia de Región, C.P. 1955, El Universo Mundo. Con estas señas, encontrarán ustedes a Julio Llamazares.
Enrique Gil y Julio comparten la misma pasión por la escritura y la misma desoladora soledad. Cuando Gil viaja por Europa en verano y otoño de 1844, camino de Berlín, un solo fantasma le acompaña: la soledad. La siente a cada paso, en cada recodo del camino: a veces le reconforta y le sosiega, a veces le muerde el alma y le turba. A orillas del Sena escribe: “La soledad no podía ser mayor; cuanto me rodeaba me era extraño absolutamente, ni un acento de mi lengua natal, ni siquiera una voz amiga venían a herir mis oídos, y esta situación en que por primera vez me veía era sin duda a propósito para despertar un millón de recuerdos y emociones”.
“He empleado mi soledad (agradable casi siempre para mí, aunque sin duda peligrosa) en visitar la catedral”, escribe en Frankfurt; y “heme aquí en un país extranjero absolutamente solo”, añade en Brujas, antes de una confesión íntima que los lectores y lectrices encontrarán en su Diario de viaje, publicado recientemente en BIBLIOTECA GIL Y CARRASCO.
Igual que Enrique Gil en su Último viaje, Julio Llamazares rueda por Europa durante años; cuando recala en Aix escribe: “Estaba ya cansado de vagar de un sitio a otro y de sentirme cada vez más sólo”. Los inviernos en Aix-en-Provence y en Uppsala caen sobre su ánimo como losas y comienza a escribir, mentalmente, la novela que le perseguirá por toda Europa, cada noche y cada despertar: “Cambian las lenguas y las ciudades, pasan los años y las personas, pero las lágrimas de San Lorenzo siguen conmigo acompañándome a todas partes”.
En cada recodo del Rhin, Gil recuerda con dolor un rincón del Bierzo; el poeta está enfermo y lo sabe: todo le recuerda su infancia y su tierra, es un puñado de nostalgia errante. Llamazares, también enfermo de soledad, vuelve una y otra vez a la playa de la felicidad y a su pueblo hundido bajo las aguas. Uno de los dos escribió este texto; creo recordar haberlo leído en Gil, pero quizás es de Llamazares: “Al fin y al cabo, ¿qué he sido toda mi vida sino un pobre trotamundos sin destino, un pasajero en un tren –el tren de la soledad- al que me subí muy joven y del que ya no he vuelto a bajarme más”.
Valentín Carrera
Foto: Anxo Cabada, Tiovivo.
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