Hace una semana se informó de que un marinero, de los cerca de 5.000 miembros de la tripulación del portaaviones estadounidense “Theodore Roosevelt”, había fallecido a causa del Covid-19. El marinero estaba en un hospital naval en la isla de Guam -todavía una colonia de Estados Unidos según la ONU-, después de que dicho navío de guerra -cuando ya alcanzaba 585 infectados por el coronavirus, del orden de un 12%- fuera autorizado a permanecer anclado y fueran evacuados los centenares de afectados por el virus. El marino muerto ya había dado positivo por el Covid-19 el 30 de marzo, pero solo fue admitido en la unidad de cuidados intensivos del hospital después de caer inconsciente y ser hallado por varios compañeros que intentaron reanimarle.
Una situación tan crítica para toda la tripulación del portaaviones había provocado el inicio de la lucha del comandante del barco de guerra Brett Crozier por salvar a sus subordinados, por lo que envió una larga y razonada carta a sus superiores y a otras 20 autoridades para reclamar la evacuación inmediata del navío infectado, en la que afirmaba: “No estamos en guerra. No hay ninguna razón para que los marineros mueran”. La respuesta de Thomas Modly, secretario interino de la Marina de Estados Unidos, expresada directamente a la tripulación del “Theodore Roosevelt”, fue: “Sacar a la mayoría del personal de un portaaviones nuclear en activo de Estados Unidos y aislarlos durante dos semanas nos parece una medida excesiva”. Aunque después se ha disculpado, un marinero del barco declaró: “Dijo lo que dijo y nadie lo va a olvidar”.
Lo que el comandante -destituido inmediatamente del mando del portaaviones- olvidó, en su loable preocupación por la salud de sus subordinados, es que Estados Unidos es la única superpotencia realmente existente en el mundo, olvidó que su hegemonía está garantizada por su inmenso poder militar -cerca de 1.000 bases por todo el planeta, y cerca de un billón de dólares de presupuesto de defensa-, olvidó que no está oficialmente en guerra, pero participa, de una u otra manera, en varias guerras a lo largo y ancho del planeta. Y especialmente desarrolla continuas actividades militares contra China y, por ello, crea constantes condiciones para una guerra. Por eso el “Theodore Roosevelt” había salido el 17 de enero para navegar por las aguas próximas a China y atracar en puertos de países vecinos de China, poniendo por delante, con ello, la amenaza geopolítica y la “contención” de China a la lucha contra el coronavirus entre su población y entre sus soldados. Razón por la que el navío de guerra continuó llevando a cabo inútiles misiones de vigilancia en Asía-Pacífico, pero transportando activamente el virus de puerto en puerto, y de vuelta a las bases militares estadounidenses.
De hecho, la población japonesa residente cerca de las bases norteamericanas en Tokio y Kanagawa están pidiendo a su gobierno que tome medidas de forma inmediata para prevenir contagios en las comunidades locales japonesas transmitidos por las tropas de Estados Unidos, debido a que ya se han conocido varios casos de militares estadounidenses infectados, perteneciente a las bases de Yokosuka (en la Prefectura de Kanagawa) y a Kadena (en la Prefectura de Okinawa), que pueden introducir el virus en Japón a través del resto del personal militar, sus familias y los empleados civiles. La población japonesa de esas áreas pide que las bases se sometan a la cuarentena de 14 días, lo mismo que los visitantes norteamericanos cuando llegan a Japón.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, oficialmente “un país aliado y amigo” de nuestro país, está dirigiendo sus disparos contra España. Hace escasos días nos atacó, como pueblo y como país, declarando despectiva y militarmente que la población de España estaba siendo diezmada por el Covid-19 y expresando su desprecio ante que España sufra tantas muertes dolorosas por el coronavirus, con gélidas palabras mortuorias, “no diría que a España le esté yendo muy bien en estos momentos” porque “España está siendo diezmada”. Ayer, otra vez Trump nos disparó: “Miren lo que le pasó a España. Es increíble. Simplemente ha sido destrozada”. Este reciente disparo viene cuando los Estados Unidos es ya el país con más número de contagiados y fallecidos del mundo, y cuando el mismo Trump hace semanas afirmó que la extensión del virus en su país iba a suponer de 100.000 a 250.000 fallecidos, porque Trump ni cuenta los muertos ni le importan; solo le interesa la cuenta de beneficios de la burguesía monopolista norteamericana. ¡Ojalá Trump no diezme al pueblo estadounidense!
Trump expresa los intereses de la clase dominante de Estados Unidos hacia España. Económicamente, ayudar a sus fondos buitres -sus agencias de calificación mediante- a aumentar la expropiación de nuestras riquezas nacionales a precio de saldo y de ganga; políticamente, degradar a España como país y como pueblo ante el mundo para facilitar su saqueo económico; y militarmente, para acrecentar el dominio sobre España y nuestra supeditación a sus planes de guerra en Europa y en el resto del mundo.
Estamos radicalmente de acuerdo con la respuesta valiente de nuestra ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, hace pocos días a los primeros disparos de Trump: “con humildad, pero sin complejos, debo decir que no es hora de dar lecciones ni de recibirlas” porque “es fácil ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Pero, ¿no sería oportuno tomar medidas de confinamiento total de todas las instalaciones militares de Estados Unidos en nuestro territorio? ¡No vaya a ser que después del perseverante esfuerzo de la población española, vayamos a retroceder por la infección contagiada por personal militar estadounidense en tales bases! ¡Eso sí que podría destrozarnos! ¡Eso sí que podría diezmarnos!
¡Ojalá Trump no diezme a los pueblos del mundo, incluido el estadounidense!
Eduardo Madroñal Pedraza