CUANDO me preguntan, digo que somos ángeles vagabundos. Que
somos los antiguos constructores de catedrales, o, mejor aún,
los extemporáeos diseñadores de manicomios.
A veces soy más elocuente y declaro que somos víctimas de la
arquitectura y devotos de la enajenación,
peregrinos obsesionados con el viaje infinito, ambulantes de elipse
en elipse, mecidos en los brazos de la alquimia.
Luego añado que somos virtuosos intépretes del sueño de las
piedras,
diletantes ebrios que palpitan al son transparente de los clavicordios
tuberculosos.
Y hago ver que somos carne, luz cenicienta y guirnaldas.
Fermín López Costero
(Memorial de las piedras. Talavera de la Reina, 2009. XXIV Premio
de Poesía “Joaquín Benito de Lucas” 2008)