En 2019, el neurocientífico francés, Michel Desmurget, publicó un documentado, argumentado y prolijo ensayo, titulado “La fabrique du crétin digital. Les dangers des écrans pour les enfants”* (Ed. du Seuil, Paris). Este ensayo constituye una llamada de atención en toda regla y una invitación a la reflexión sobre el uso, el mal uso y el abuso de las pantallas (TV, consola, ordenador, tableta y la reina de las pantallas, el móvil). Y va dirigido a padres, profesores y poderes públicos, ocupados y preocupados por la educación, el saber estar y el saber vivir de sus hijos, de sus alumnos y de los ciudadanos.
Los desaguisados del uso de los móviles. Es tal la gravedad y la trascendencia de los estragos causados por las pantallas que, a lo largo de 2021, dediqué hasta 5 columnas para difundirlos, lanzándolos al mar de los medios. Entre ellos, me centré en “los insuficientes resultados escolares”; en el “deficiente desarrollo cognitivo”; en “la degradación de la salud”; en “la multitarea”, que ilustra esa paremia popular que reza así: el que mucho abarca poco aprieta; y finalmente, me preguntaba y trataba de responder a la pregunta: “¿qué hacer ante tanto estropicio?”.
Desde entonces, han transcurrido varios años y, como no se ha hecho nada, los estragos causados por las pantallas no han dejado de aumentar y de agravarse. Basta con observar el comportamiento de adultos, jóvenes, adolescentes y niños en cualquier tiempo y lugar. Todos están pegados a las pantallas, ausentes y alejados de los demás seres humanos, con los que comparten espacio y tiempo. Y las consecuencias de todo esto se ve y se palpa cuando intentan recuperar el estatus de “zoón logikón-loquens” y comunicar “tête-à-tête”: el verbo de los interlocutores no tiene ni sabor ni color ni sabor ni fundamento, como hubiera dicho Karlos Arguiñano. Esto ilustra el encefalograma plano, la nimiedad, la ausencia de mensaje o de comunicación en el comercio lingüístico de los bípedos “empantallados”. Y esta dependencia de la pantallas hace que sus usuarios estén cada vez más aislados y solos. Por eso, en otro lugar me he preguntado: ¿las personas se conectan cada vez más a las redes sociales porque se encuentran solas o, por el contrario, por estar mucho tiempo conectados a las redes se quedan y se sienten solas? Y, mientras tanto, la casa sin barrer.
La nueva aldea de Astérix resiste. Esta invasión y adicción a los móviles y a las pantallas es algo generalizado en todos los grupos etarios y en todos los países. Pero, por el momento, nadie ha hecho nada operativo para hacerles frente. Por eso, los medios se han hecho eco de la original iniciativa de una nueva aldea de Astérix, poblada de irreductibles Galos, que se ha levantado en armas para resistir contra esta peligrosa invasión de los móviles. En efecto, el alcalde del municipio francés Seine-Port (2.000 habitantes), sito en el sureste de la región parisina, ha decidido coger este toro por los cuernos. Para ello y en concertación con los profesores, los profesionales de la salud y las entidades públicas, convocó un referéndum para decidir si se limitaba o se prohibía el uso de los móviles en los espacios públicos. Obtuvieron la mayoría los que estaban por la prohibición.
Y, acto seguido, el alcalde hizo público un bando en el que se prohibía el uso de los móviles mientras se va caminando por la calle, cuando se está sentado en un banco público, en las tiendas o cafés, mientras se espera a los hijos a la salida de la escuela o cuando uno intenta orientarse para encontrar una calle (es mejor, como se ha hecho siempre, preguntar la dirección a un vecino), etc. Con esta medida pretende evitar la sobreexposición de los niños y jóvenes a las pantallas, ya que se trata de un auténtico problema de salud pública. Además, aconseja a los padres eliminar cualquier pantalla de la vida de sus hijos: por la mañana al despertarse, durante las comidas, por las noches antes de ir a dormir y cuando están solos en la habitación.
Ahora bien, este bando municipal del alcalde de Seine-Port es, más bien, una medida simbólica. En efecto, el cumplimiento del mismo no será controlado y, en caso de infracción, ni habrá denuncias ni sanciones pecuniarias. Para el alcalde, la aplicación del bando va a depender de la “buena voluntad de los administrados”, los vecinos de Seine-Port. Sin embargo, para incentivar su cumplimiento, por un lado, el ayuntamiento va a crear un espacio polideportivo y un cine club para los jóvenes y niños; y, por el otro, entregará un teléfono simple, sin conexión a Internet (“un móvil tonto”), a todos los alumnos de 11 años, si los padres se comprometen a no comprarles un “smartphone” hasta que lleguen al instituto (16 años). Con estas medidas, las autoridades municipales confían en que los vecinos vigilen mucho más cómo utilizan los móviles.
A grandes males, grandes remedios. Cuando hay tantas evidencias sobre los estragos causados por las pantallas en todos los grupos etarios (cf. “ut supra” los enlaces o el ensayo de Michel Desmurget), no se puede mirar para otro lado ante el uso, mal uso y el abuso de los móviles, que son los reyes de las pantallas.
Los medios de comunicación españoles se han hecho y se hacen eco de la gravedad de la pandemia de los móviles. Por eso, en España, como en otros países, la administración educativa, los profesores y los padres se han planteado si hay que limitar o prohibir el uso en el contexto escolar. En efecto, los móviles suelen ser una de las causas de los deficientes resultados escolares; y, por otro lado, juegan un papel cada vez más importante en el acoso despiadado entre alumnos e, incluso, contra los profesores por parte de Grupos de WhatsApp de padres.
Algunos, los ejecutivos de Silicon Valley que están en el origen y desarrollo de estas herramientas digitales, no quieren para ellos y sus familias lo que idean para la masa. Por eso, no disponen de pantallas o las tienen muy limitadas en sus casas; y, además, envían a sus hijos a colegios de toda la vida, en los que las pantallas también están desterradas y la enseñanza se fundamenta en la presencia de un ser de carne y hueso, el profesor.
En oposición a los gurús de Silicon Valley, en España, las autoridades educativas, los padres y los profesores, sin criterio formado, han aceptado ciega y bobaliconamente la invasión de las pantallas en todos los contextos (escuela, familia y vida social). Ahora bien, ante los estragos graves, reales y actuales causados por ellas, la administración educativa, los profesores y ciertos expertos —por ejemplo, en Cataluña— se han enzarzado en un debate sobre la prohibición o no del móvil en la escuela: muchos institutos han optado por prohibir su uso; sin embargo, la consejera de educación, Anna Simó, no está por la labor, ya que “sería una restricción de los derechos de los menores”.
Así y a pesar de que el diagnóstico esté claro para todos, hay discrepancias en cómo y quién le pone el cascabel al gato. Los profesores quieren que la Administración tome una decisión. Y ésta quiere dejar la decisión en manos de los docentes. Y éstos, a su vez, consideran que es un problema de los padres, que les proporcionan el primer móvil a sus hijos a la más tierna edad y que no predican con el ejemplo. Un niño lo que necesita de sus padres es tiempo y que les marquen límites, algo a lo que no están dispuestos. Si no lo hacen, la guerra contra los móviles está perdida. Y ningún alcalde de Seine-Port podrá ganarla.
(*) Traducido al español, en 2020, bajo el título “La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos”, Ed. Booket, Barcelona.
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada
Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)