¿Manzana podrida o punta del iceberg?

Manuel I Cabezas

Durante semanas y en todos los medios de comunicación, se ha hablado por activa y por pasiva del “affaire” del master de Cristina Cifuentes. ¿Se trata de la manzana podrida en el cesto de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) o es sólo la punta del iceberg de los males que aquejan a las universidades españolas? Sería muy esclarecedor responder a este interrogante. Y sería muy higiénico que los que trabajamos en la enseñanza superior verbalicemos aquello que huele mal en la misma. Así contribuiríamos a ponerle coto y a regenerar el quehacer docente e investigador.

No es la primera vez, ni será la última, que la enseñanza universitaria ha sido objeto de mis reflexiones. En 2012, denuncié el engaño y la estafa de los nuevos planes de estudio del denostado plan de Bolonia. En 2013, puse en tela de juicio la leyenda urbana de la “Generación JASP”. También en 2013, analicé el sinsentido de las pruebas de acceso a la universidad (PAU). En 2014, me pregunté qué futuro espera, en general, a los graduados españoles con la formación que han recibido en la universidad. En 2015, puse bajo mi microscopio la irracional evaluación-revaluación a la boloñesa de los estudiantes. En 2016, daba la alerta sobre el nuevo deterioro y el incremento del coste (para los estudiantes) de la enseñanza universitaria, provocados por el 3+2. En 2017, llamaron mi atención la despreocupación y la ceguera de los estudiantes ante los aspectos tanto cualitativos como cuantitativos de la enseñanza universitaria. Finalmente, en 2017, puse el dedo en la llaga de la “generación de los blanditos”.

Aguijoneado por el “affaire” Cifuentes, hoy retomo el tema de la enseñanza universitaria para dar unas nuevas pinceladas y contribuir a desvelar, un poco más, la parte sumergida del iceberg de la criticada, sólo por algunos, y criticable universidad española. Y lo hago impelido por la doctrina de la “honestidad radical”, a pesar de que, como dijo alguien, el que expone se expone.

Por cierto, desde hace más de una década, es ya muy significativo que, en la universidad española, se organicen congresos periódicos para analizar y denunciar la corrupción sistémica que reina en la enseñanza superior española. Por otro lado, es también muy revelador que hayan surgido asociaciones y plataformas para defender a los profesores que son víctimas de la corrupción. Además, es muy ilustrativo que el CSIC haya elaborado también informes periódicos, que ponen el dedo en la misma llaga.

Fundándome en estas fuentes y “escribiendo de leídas”, podría aportar datos precisos sobre la corrupción en la universidad española y no solo en la URJC (cf. links en párrafo anterior). Corrupción que se ha sustanciado en la endogamia; en el acoso laboral subsiguiente, si uno no está dispuesto a comulgar con la endogamia y, además, se permite denunciarla; y también en las redes clientelares, que propician la politización universitaria, el silencio gallináceo y cómplice, el vasallaje, el nepotismo, la falta de transparencia, la prevaricación, etc. Ahora bien, no quiero escribir por boca de ganso y, como en mis pasadas reflexiones sobre la universidad (cf. links ut supra), prefiero poner negro sobre blanco nuevas vivencias personales, que llevan el agua al molino de las fuentes precitadas. Y que el lector saque sus propias conclusiones.

En mis largos años de actividad docente e investigadora en el Departamento de Filología Francesa de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAB, he podido constatar que tanto el uno como la otra son reinos de taifas, siempre con las espadas en alto. Y, como demostraron los romanos con el “divide et impera”, esta división y esta ausencia de sinergias sólo pueden conducir a la inoculación-difusión del síndrome del profesor quemado, al despilfarro de energías, a la ineficiencia de la labor docente e investigadora y, en definitiva, a la degradación de la enseñanza universitaria.

Por otro lado, estos reinos de taifas han marcado las sucesivas reformas de la enseñanza universitaria. Éstas siempre se han hecho al gusto y según los intereses del grupo de presión de turno, sin pensar en la formación y la vida profesional de los futuros diplomados y sin que la comunidad universitaria haya podido realmente participar en la elaboración de propuestas operativas. De ahí que las reformas se hayan sucedido a lo largo de los últimos 40 años, sin dar con la fórmula adecuada. De ahí el lugar ocupado por las universidades españolas en los rankings internacionales. De ahí que esté aún pendiente la reforma radical de la universidad, pedida por la CRUE en julio de 2018.

Además, he podido constatar que la endogamia es el pan nuestro de cada día: las plazas de profesores contratados son ocupadas por licenciados o diplomados del departamento, a la espera de convertirse en profesores titulares. Y cuando sale alguna plaza de funcionario a concurso, se presenta sólo un único candidato, que ha esperado paciente y servilmente ese momento. Y esto es también constatable en todas las universidades. En efecto, he formado parte de varios tribunales de oposición en diferentes universidades y siempre hubo un solo candidato y, además, de la casa. Esto denota que los otros posibles candidatos, a la espera de su momento, consideran que lo lógico es esperar sumisamente su turno.

Por otro lado, he sido testigo de lo que son capaces los “roitelets” de la taifa del Departamento de Francés de la UAB para poder seguir reinando en su ínsula de Barataria. Por ejemplo, han sido capaces de rectificar la nota de un profesor, sin ninguna justificación o argumento, aprobando a un alumno que amenazó con abandonar el departamento y con no matricularse en el postgrado. Igualmente han sido capaces de ofrecer y otorgar una plaza de profesor asociado a una diplomada, si se matriculaba en el postgrado impartido en el departamento. Dos decisiones torticeras para tener alumnos y no tener que desprogramar el postgrado.

En quinto lugar, en la vida diaria del Departamento de Francés, les “roitelets” de turno han practicado la usurpación de funciones, metiendo la cuchara en el plato que no es el suyo o azuzando a los estudiantes contra profesores concretos o manipulando groseramente las propuestas de otros profesores, con el silencio cómplice y cobarde del Decano de la Facultad y de los propios profesores del Departamento de Francés.

En sexto lugar, es muy ilustrativo el hecho de que no haya existido ni exista una comunicación o un debate sobre cuestiones relativas a la enseñanza- aprendizaje universitarios, ni en el marco de las relaciones interpersonales ni del departamento ni de la facultad. Finalmente y sin ánimo de ser exhaustivo, los hechos apuntados y otros muchos han conducido y conducen al acoso laboral que, en más de un caso, ha provocado el abandono del trabajo o la depresión y la necesidad de ayuda psicológica y farmacológica.

Los hechos denunciados en los congresos sobre la corrupción en la universidad española y mis vivencias demuestran que el “affaire” Cifuentes no es un caso aislado sino la punta del iceberg de los males de la universidad española. Sin embrago, es decepcionante que los medios sólo se fijen en el dedo (el máster de Cifuentes) y no hablen de la luna. Estos hechos piden a gritos una reforma radical de la universidad, que provoque un “efecto Shinkansen” (empezar prácticamente de cero). Ahora bien, para llevarla a cabo, como escribió Ramón y Cajal, “el problema central […] no es la independencia [de la universidad], sino la transparencia radical… de la comunidad docente. Y hay pocos hombres capaces de ser cirujanos de sí mismos. El bisturí salvador debe ser manejado por otro”. Sólo así se podrá implantar la exigencia, que es la madre de la excelencia. Y para ello, sería necesaria una buena dosis de “honestidad radical” que, en los tiempos que corren, es un regalo muy caro que no se puede esperar de gente barata.

De una universidad transparente y de calidad depende el futuro profesional de los universitarios (y también el estado de bienestar), como pone de manifiesto la decepcionada Mireia Triguero, estudiante de la UPF: “Ya lo hemos conseguido: tener una carrera en España es pagársela. No es estudiar, ni esforzarse, ni tener que pensar demasiado. [… He podido constatar un] bajón radical de la exigencia al alumnado. […] La universidad ha dejado de ser aquella institución con la que muchos niños soñábamos. Ahora, es un trámite más, como sacarse el carnet de conducir: tú pagas y ellos te dan el título”. O como dijo otro, “muchas universidades son sólo una fiesta de cuatro años”.

Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada
Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)

 

 

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