Giovanni Sartori expresaba en su Homo videns: “La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender” además de “mover los sentimientos y las emociones”, por otra parte, observaba que las comunicaciones de masas crean un mundo en el que los legos dispersos se encuentran y de este modo adquieren fuerza.
Estos dos fenómenos convergen en el ajuste de lo vendible, un flujo recíproco entre medios y televidentes produce y consume lo visual en nombre del despotismo ilusionista de la monomanía absoluta por la pantalla; la antigua pasividad televisiva es rebasada por la aparición de un aluvión de monitores que originan la propia elección consciente de ver para ver, ya el ver no es un medio sino que un fin en sí mismo. Por eso, como producto más, el videolíder más que transmitir mensajes es el mensaje de este screen-Gleichschaltung.
La amplificación de la información, además de tender al resumen excesivo y la reproducción de las mentiras, expone la corrupción y la desigualdad, haciendo que la frustración se mueva al mismo ritmo hacia la clase política, las finanzas, los inmigrantes, Madrid, Berlín o Bruselas. El populismo ahora fuerza las dicotomías hasta el límite y se queda más en el polo opuesto que en el propio, como bien lo definió Nietzsche: “El que vive de combatir a un enemigo, tiene interés en dejarle la vida.”, lo cual cumplen, con la máxima expresión de la literalidad, los traficantes de imágenes del Estado Islámico.
Este gran hermano (más parecido al de la telerrealidad que al de Orwell) funciona como una suerte de whip -la figura que vela por la disciplina del partido en los grupos parlamentarios británicos, incentivando o amenazando a los diputados- pero en este caso su campo de acción es toda la sociedad, en donde canaliza mediante su imagen todas las desilusiones, sintetizándolas en un enfado uniforme, ejemplos de estos videowhips van desde el cómico italiano Beppe Grillo hasta el magnate estadounidense Donald Trump, “soberanos negativos”, que representan el hastío y se erigen como personajes semirreales con el mandato de lo inmediato; la impaciencia que da lo digital se encarna en sus objetivos, fustigar y destruir, los proyectos constructivos implican un tiempo que no se condice con el carácter electrónico de su esencia mediática.
La transformación de la imagen en un líder de carne y hueso es la personificación de la falta de entendimiento. La herencia berlusconiana que se hace más “rebelde “quiere ejercer el poder desde el mismo eje del espectáculo, ya no hace falta ofrecer circo a cambio de apoyo, sino que directamente se aspira a gobernar desde el centro de la arena, para así procesar los valores culturales y las pautas sociales hasta ser masticadas y escupidas en forma de enajenado entretenimiento.
La demagogia catódica es también un síntoma de la evolución de los partidos políticos, los cuales se enredan en la disyuntiva entre la modificación programática y la mayor participación en el juego mediático; la presión centrifuga indirectamente va aclarando la necesidad de escoger entre desaparecer, escorar o modernizarse. Los que se mantengan dentro de los márgenes del pluralismo moderado basculante en torno al socioliberalismo, necesitarán líderes cada vez más dinámicos e innovaciones periódicas que permitan filtrar el oportunismo mercantilizado y la aceleración tecnológica para tramitar las inquietudes ciudadanas.
Hoy ya no hacen falta “espíritus absolutos a caballo “como Hegel describió a Napoleón. La compleja sociedad actual no puede caer sobre los hombros de nadie, hacen falta líderes en sentido cualitativo pero también cuantitativo. Las mismas herramientas tecnológicas de la confusión y los mismos profetas del rechazo total, son catalizadores para el arribo de verdaderos líderes imbuidos en el poder del conocimiento y este, el más importante poder es un derecho pero también una obligación para atravesar, con la razón, los pasionales caminos inescrutables del ocular caos informativo y acercarse al homo intellegens, es decir, al hombre que entiende.
Augusto Manzanal Ciancaglini
(Politólogo)
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