Antonio Viloria

Burbujas de pasión

Que un muchacho de apenas 17 años de edad se suba sin vacilar a un coche de 100 CV de potencia para participar ufano en una competición de autocross, sólo puede significar que por las venas de ese joven circula algo más que sangre roja, y cuando eso sucede no hay padre ni madre ni fuerza alguna que pueda impedir que ocurra. Así comenzó Antonio Viloria su andadura por el mundo de la velocidad, del vértigo, del riesgo, la adrenalina y la competición a bordo de un automóvil. Con tal firme autodeterminación que no hubo ímpetu humano ni sobrehumano que pudiera bajarlo más del asiento de su coche, y desde entonces ya todo se convirtió en un incesante carrusel de centímetros cúbicos, caballos, fuerza bajante, controles, subidas, bajadas y rasantes, circuitos y etapas. Y a cada kilómetro recorrido, en tierra o asfalto, a cada milímetro de goma comida a los neumáticos, a cada litro de gasolina quemado, a cada triunfo, a cada decepción, a cada prueba, a cada aplauso, la pasión de Antonio por los rallys iba creciendo hasta convertirse en su manera de entender la vida. Y lo da todo, o casi todo, por alcanzar la gloria reservada a los mejores. Aunque ya lo logró, tal vez no en triunfos y consideraciones, no tantos como quisiera, pero sí en honradez, decisión, ilusión, arrojo y ganas. Antonio Viloria ha conseguido el éxito más grande que cualquier ser humano pueda desear: el de haber convertido, pese a todo, en realidad un sueño. Y no fue fácil. No salen gratis los coches ni su mantenimiento, tampoco los desplazamientos, el alojamiento, las dietas, los neumáticos, el combustible ni el resto de necesidades propias para mantener temporada tras temporada viva la ilusión de subirse a un podio. Han sido y son, en todos estos años de carrera, muchas horas de entrenamiento, de puesta a punto, de viajar por media geografía española y portuguesa, enfundando en cada prueba sus esperanzas junto con el mono de competición, albergando anhelos en cada curva que le cantaba su copiloto, en cada badén en la que su máquina saltaba por los aires, queriendo volar, tan alto como quería hacerlo aquel niño nacido en 1980 en Las Ventas de Albares, y que jugaba después de la escuela, incansable, con los autos de juguete, entre los artilugios y en el suelo de la fábrica de gaseosas que su abuelo, también Antonio Viloria, como su padre y como él, había fundado en el pueblo. Siguen las burbujas de las gaseosas Viloria haciéndonos dulces cosquillas en el paladar, como sigue Antonio aferrado al volante de su coche y de la vida, conduciendo sus sueños hacia el triunfo.

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