Captador de instantes eternos
Siempre he sostenido que una pintura de un paisaje, una marina, un bodegón, un retrato… pintado al óleo, acuarela, acrílico, o usando cualquier otra técnica, nos muestra la eternidad de un instante; y una fotografía, con cualquier motivo, en contraposición: un instante de la eternidad. Saber interpretar ese instante y hacer que valga la pena plasmarlo para siempre, desprovisto de artificios e incluso de color, es prerrogativa de pocos. Casimiro Martínez Ferrero, Martinferre, es uno de esos privilegiados capaces de captar, además de la imagen, la poesía, la sinfonía del momento que se ve del otro lado del objetivo de la cámara. Martinferre, cuando mira a través de la lente de su máquina fotográfica sabe sentir en su alma lo que, en un soplo de tiempo, ha de plasmarse, para siempre, en el carrete de seis por seis que sostiene entre sus manos. Captador incansable de instantes eternos en blanco y negro. Alquimista, capaz de transformar sus paseos por el Bierzo, desde Los Ancares al Morredero, desde Tremor a Oencia, en un mapa visual de mágicas emociones, atlas imprescindible, amalgama de luces y sombras, de paisajes y paisanajes, revelados al mundo tras obrarse el milagro químico en el cuarto oscuro. En absoluta oscuridad o apenas iluminado con los escasos vatios de una bombilla roja, Casimiro obra el encantamiento de convertir el tiempo en luz. Es allí, en el cuarto oscuro, en su mundo interior e interiorizado donde el mago despliega su sapiencia entre cubetas de revelado y positivado, pinzas, probetas y líquidos. Allí es donde pone a obrar al revelador para que multiplique miles de veces el efecto de la luz, donde el baño de paro detendrá, calculadamente, el efecto del mismo y donde el fijador desensibilizará la película para que la imagen no se vele. Al final del proceso y aplicando con maestría el control de la dilución de los productos químicos, el tiempo, la temperatura y la agitación convierte, Martinferre, en realidad la transmutación de los sueños, que se asoman al papel baritado, convertidos en obras de arte en blanco y negro. No se pinta el universo de Casimiro en colores, son prescindibles, porque ya el origen de la fotografía fue en blanco y negro, y porque el blanco y negro encierra un aire de nostalgia, un dramatismo y una fuerza que todos percibimos con mayor facilidad, porque, en definitiva, una imagen en blanco y negro tiene mayor capacidad de transmitir emociones y sentimientos, de una manera más sincera. ¿Acaso no nos traspasa esa mirada intensa que nos observa desde las fotografías de Martinferre?