Un paseo por Villafranca…

Castillo de Villafranca
Castillo de Villafranca

… tierra de vino y de poesía. Hace unos días me fui a dar un garbeo por Villafranca, en busca quizá de algún espíritu literario, porque acaso, ay, ya sólo quedan espíritus, almas errabundas, en esta monumental villa, que con el paso de los años ha ido perdiendo fuelle, lo cual que nos entristece. Cómo un lugar tan hermoso como éste y que tantas glorias ha nacido y dado, se ha venido abajo con el paso del tiempo. Un tiempo devorador y asesino, que ha hecho mella en este pueblo decadente aunque tocado por la varita mágica de las musas, de lo contrario no se explica que sea cuna de tantos y tan buenos artistas, escritores, poetas como Pereira, Mestre, Gilberto Núñez Ursinos, Ramón Carnicer, Llano y Ovalle; fotógrafos como Robés o Cela, y algún que otro vividor, incluidos los personajes singulares, como Perjuicios o bien Pedro Mamparo, un tipo que decía hablar francés -aunque se lo inventara y chapurreara, nomás- y que salía de casa, trajeado, a pasear a su cerdo por el jardín o Alameda, según me cuenta Santiago Castelao, otro ilustre de Villafranca.

Il faut être toujours ivre, tout est là; c’est l’unique question. Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve
Mais de quoi? De vin, de poésie, ou de vertu à votre guise, mais enivrez-vous!
(Baudelaire).

A decir verdad, fue pura casualidad que diera con Santiago Castelo porque -si bien sabía de él, incluso siempre he tenido ganas de conocerlo- no se me había ocurrido que pudiera verlo en Villafranca. Ni siquiera me daba cuenta de que podía vivir en esta villa del Valcarce y el Burbia. Al preguntarle a una chica -qué bueno es preguntar- por el legendario barrio de La Cábila (el barrio de Antonio Pereira, Cuentos de La Cábila), ella me dijo que si quería saber la historia de este sitio, se lo dijera a Santiago. ¡Santiago, no será Castelao!, se me iluminó la neurona. «Sí, este mismo», debió responder o respondió ella, que me acompañó en su búsqueda. Muy amable la chica. Si alguna vez nos reencontramos, te daré las gracias.

Y allí que me presenté, en la ferretería del Sr. Castelao, el padre de Santiago, que en tiempos fuera el negocio del maestro Pereira. «Qué suerte -dijo mi cicerone- está Santiago». Pues, sí, allí estaban Santiago y sus padres, ah, y un «viajante» de Galicia, que se quedó como impresionado de que un ferretero, como Santiago, fuera además escritor y fotógrafo. Un artista, o sea.

Me presenté -al decirle mi nombre, él me identificó de inmediato, ‘sí, te he leído’-, y aunque nos viéramos por primera vez, nos saludamos y hablamos sobre varios temas, en una conversación breve pero harto sustanciosa, sobre todo porque Santiago Castelao se mostró abierto, hospitalario y transparente (algo que me sorprendió).

«Esta era la ferretería de Antonio Pereira», comenzó diciéndome. «Y el nombre de La Cábila es por los moros, que estuvieron aquí, ya en 1934», lo que asintió su madre. «Incluso había una cárcel, en tiempos en que Villafranca fuera Partido Judicial… Los cabileños siempre fuimos obreros, mientras que al otro lado del río vivían los señoritos».

El peregrino La primera vez que supe de Santiago Castelao fue a través de su Refranero berciano, que me sirvió para familiarizarme más y mejor con los refranes que, a lo largo de la vida, me ha ido contando mi madre, y que luego incluí en Las edades del Bierzo.

Alumno de matemáticas y de francés del tristemente desaparecido Gilberto Núñez Ursinos, sólo acompañado por su gato Parsifal, Santiago Castelao es un buen conocedor de la historia de la prensa berciana y un experto en castaños, de ahí su obra, Castaños monumentales del Bierzo, con espléndidas fotografías, hechas por él mismo. «Zarampalladas», suelta él, como si no fueran importantes estas labores.

La breve charla aún nos dio para hablar sobre alguna peli que se rodó en Villafranca como El bordón y la estrella, de Klimovsky. Una cinta, al parecer difícil de conseguir, según me dice Santiago, y en la que intervino el Perjuicios.. O El alcalde de Zalamea -alguna versión, supongo- que se filmó en las pallozas de Paradaseca, población relativamente cercana a Villafranca.

La visita a la «pequeña Compostela», con Puerta del Perdón y pulpo y callos para aguantar el Camino, continúa hacia el otro lado del río, donde se halla la primera conservera berciana, Ledo (bueno, lo que queda de ella, una chimenea donde figura inscrita la marca y un edificio que no puede visitar por estar cerrado). En el trayecto, me encuentro, también por azar, con el fotógrafo Robés, quien me dice que lo avise para que otro día, con tiempo, pueda acompañarme a visitar la conservera. Si es que todas son amabilidades en esta villa donde también vive otro grande, el compositor y músico Cristóbal Halffter. Confieso que siempre me ha llamado la atención que uno pueda vivir en un castillo. Y Halffter lo ha conseguido.

Volveré a Villafranca, una y otra vez, para sentir, tal vez, la inspiración lírica que procura o puede procurar un paseo por esta tierra de vino y de poesía.

Entre los grandes villafranquinos, olvidé incluir a Gil y Carrasco, en anterior texto sobre Villafranca, tierra de vino y de poesía, ciudad de poetas. Y que siga rulando la fiesta de la poesía, que el pasado año la echamos en falta.

Gil y Carrasco

Mención especial merece este ilustre e ilustrado berciano, viajero y romántico, que escribió, entre otras, una de las mejores novelas españolas del Romanticismo, El señor de Bembibre, emitida en televisión, llevada a la radio, adaptada al teatro en varias ocasiones, entre otros por el grupo berciano Conde Gatón, liderado por Ovidio Lucio Blanco, y que ahora pretende llevar al cine el amigo Valentín Carrera. Grande y atrevida ambición la tuya, estimado Valentín, que espero logres realizar… y la veamos. Hay una versión cinematográfica de esta novela, hecha por José Luis Cuerda, que no he visto.

Tumba de Gil y Carrasco en Villafranca

La figura de Gil y Carrasco, tal como nos cuenta Valentín Carrera en su Viaje interior por la Provincia del Bierzo, resulta controvertida y a la vez fascinante. Dice Carrera que Gil y Carrasco, quien también hizo su viaje interior, es modelo e inspiración de sus propios viajes. Pues nuestro escritor romántico fue un viajero ilustrado como Jovellanos o Borrow.

Amigo de Zorrilla, Larra y Espronceda (este último le ayudó a conseguir un puesto de ayudante en la Biblioteca Nacional), Gil y Carrasco fue, como su poeta protector: que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, un progresista y agnóstico. Tísico y diplomático, quizá masón, homosexual y templario, Gil pudo vivir incluso de sus colaboraciones periodísticas pues escribió, en su corta existencia, un centenar de artículos de crítica literaria y teatral en varios periódicos y revistas, además de relatos de viajeros, o el conocido Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, que sirve de inspiración tanto a Valentín Carrera como a Raúl Guerra Garrido, que también escribió Viaje a una provincia interior. El Bierzo.

En Berlín -donde murió y se enterró a nuestro romántico- entabló amistad, incluso una afectividad más allá de lo diplomático, con el científico y explorador Alexander Von Humboldt. «¡Qué hermoso: morir en Berlín sin olor a sacristía!», escribe Carrera en Viaje interior por la provincia del Bierzo.

Aunque los restos de Gil y Carrasco no pudieron identificarse en Berlín, una embajada berciana dice haber rescatado sus «cenizas», que ahora figuran como depositadas en la iglesia villafranquina de San Francisco. El olor a clarigalla, en todo caso, no debe ser obstáculo para visitar la villa franca del Bierzo.

*La Puerta del Perdón, aparte de la conocida puerta de la iglesia de Santiago, es también un restaurante al lado del Castillo.

Manuel Cuenya

 

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