Vi Celda 211, por recomendación expresa de un cinéfilo y escritor, el amigo Arturo Suárez Bárcena (a quien le agradezco la sugerencia), y me quedé literalmente flipado. Todo funciona y encaja en este maravilloso guión, sin fisuras, aunque con algún toque apantallador, efectista, dirigido por Daniel Monzón, y cuyos intérpretes, sobre todo el genio Tosar, resultan bien creíbles y certeros. A Tosar le teníamos echado el ojo desde hace tiempo por su impresionante labor actoral, en películas como Te doy mis ojos y Flores de otro mundo, de Bollaín, o Los lunes al sol, entre otras, pero ahora está que se sale, el tío, en su papel de preso sin esperanza, bestial y a la vez con un punto de ternura, que lo convierte, a pesar de ejercer de líder Malamadre, en un ser entrañable, que despierta emociones controvertidas en el espectador, pero que al final se me hace conmovedor hasta hacernos casi llorar.
Es un fenómeno, el gallego Luis Tosar, y sin duda uno de nuestros mejores actores, quizá el mejor (con los respetos que se merece otro monstruo del cine, Javier Bardem). Amigos y compañeros, hermanados en un abrazo sentido, como vimos en la reciente gala de los Goya.
A Luis Tosar le concedieron hace algún tiempo el premio Xarmenta en Ponferrada, y ahora me encantaría poder contactar con él para que viniera a Tardes de Cine en Bembibre, algo complicado, habida cuenta de su éxito arrollador, aunque quienes lo conocen, dicen de él que es un tipo cercano, muy arraigado a su tierra lucense.
Por otra parte, cabe reseñar la interpretación del argentino Ammann, que recibió el Goya al mejor actor revelación, la vasca Marta Etura, ganadora del Goya a la mejor actriz de reparto, Carlos Bardem, con ese acento mexica y cabrón, Vicente Romero, que da el pego de preso resabiado, o Javier Semprún, que parece un colgado de verdad, y forma parte de la compañía teatral El Corsario, de Valladolid. Incluso Resines está bien.
Celda 211 nos muestra cómo la crueldad, la falta de escrúpulos, está no sólo en los presos, sino en sus carceleros, que por momentos, al menos algunos, se me hacen mucho peores, mucho más hijos de puta, sin duda, y cómo un azar o una jodida casualidad nos puede joder la vida entera. Siempre el azar gobernando a su antojo nuestras vidas. Te metes en el sitio inadecuado, en el momento menos indicado, como le ocurre al joven funcionario, que irremediablemente acaba haciéndose pasar por preso -pues, no le queda de otra-, y ya está armada. Ya tienes el marronazo encima, sin posibilidad de escapatoria, a puerta cerrada. Todo acaba yendo a peor hasta llegar a un desenlace trágico. Sin posible vuelta atrás, aunque la peli nos muestre algunos saltos atrás en el tiempo (flashbacks), como si reviviéramos pequeños instantes de felicidad. Si es que la felicidad, cuando llega, se desvanece casi en un suspiro. Todo lo que se consigue con esfuerzo en mucho tiempo, se puede ir a la mierda en un instante maldito. Esta es una reflexión demoledora, que aparece en la película. Y cuando uno ya nada tiene que perder, porque se le ha ido lo que más quería (mujer, y además embarazada), puede convertirse en un desalmado, un asesino (a sangre caliente), un monstruo, como cualquier otro preso.
Celda 211 nos ayuda a abrir los ojos ante un mundo retorcido, del lado de acá y al otro lado del muro. Tanto unos como otros son igualmente cabrones. Y la vida de un solo individuo, por muy respetable y digno que éste sea, no vale una mierda -la vida no vale nada, ni en León Guanajuato, ni en ninguna prisión, ni en casi ningún lugar del mundo-, cuando están en juego los intereses de una institución, de un sistema… caníbal, etc. Qué terrible es la realidad, que se impone, una vez más, como una apisonadora, aquí y allá.