El Filandón, de Sarmiento

Chema Sarmiento (foto Cuenya)
Chema Sarmiento (foto Cuenya)

Se trata de una película emblemática, que tuve el gusto de ver por primera vez en el desaparecido Cinema Paz de Bembibre ( Cinema Paradiso ), hoy reconvertido en Teatro Benevivere, en honor a la villa del Buen Vivir, surcada por el río Boeza. En aquel tiempo, hablo del año 1984 -como la novela de Orwell-, uno era uno rapacín. Y confieso que El Filandón me impactó. Allí estaba su director para presentarla. Un sueño. Cómo alguien de la tierra era capaz de contar algo tan cercano y hermoso, debí preguntarme, y aún hoy, pasados los años, me lo sigo preguntando. Una obra redonda o algo tal que así. Una película curiosa, sorprendente, impregnada de humor, fino erotismo, ruralidad berciana, Láncaras enigmáticas que se aparecen como una pesadilla recurrente, curas-grajos, realismo mágico por todos los entresijos de su alma, que nos invitan a verla con ganas una y otra vez.

El Filandón, que toma el título de aquellas reuniones al amor sagrado de la lumbre en las frías noches invernales, nos cuenta varias historias, un total de cinco, hilvanadas todas ellas por sutiles y simpáticos guiños al espectador. Relatos lo suficientemente distintos como para no tener la impresión de repetición -asegura su director-, y que tampoco son tan dispares para que la unidad estilística no se resienta. Cuentos escritos ex profeso por grandes de la literatura leonesa (y aun universal), que a su vez ejercen como actores, para esta película inolvidable, que me cautivó en su día, siendo un adolescente, y que me sigue pareciendo extraordinaria casi treinta años después.

En este caso cine y literatura están íntimamente religados de la mano de Mateo Díez, Merino, Pereira, Pedro Trapiello y Julio Llamazares (pesos pesados de la escritura, y casi todos vivos, salvo el bueno de Pereira, que por fortuna nos sigue hablando desde el más allá, mientras toca el arpa con algún arcángel, mejor dicho arcángela).

Aunque todas las historias me resultan interesantes, confieso mi devoción por la sensualidad y paisajismo impresionista de Las peras de Dios, de Pereira, que Sarmiento ambientó en su tierra natal, Albares de la Ribera, cuna de mi abuelo materno, Antonio Robles, alias el Chulo, a quien nunca conocí, y lugar en que nacieran asimismo al cineasta Gabriel Folgado (Beli).

Calificada de Especial Calidad y Especial Interés Cinematográfico por el ICAA, El Filandón me sigue entusiasmando como si fuera la primera vez.
La música compuesta por Amancio Prada y la banda sonora de Halffter para ambientar el último relato, Retrato de un bañista, de Llamazares, aderezan, dan colorido y fuerza hipnótica a esta cinta excepcional, divertida, que nos sumerge durante hora y media en un mundo entre real y surreal pero que reconocemos como propio, cercano, entrañable.

Imposible olvidarse de ese arranque, con el silbido del viento, en el valle de la Campa de Santiago (en el regazo del pico Catoute), en cuyo centro vemos la ermita. Comienza la campana a sonar, comienza el espectáculo: las aguas del río Boeza, que nacen aquí/allí mismo, manan de color sangre. Entre el mito y el logos, la realidad y la surrealidad.

Manuel Cuenya

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