Incluso a quienes no les interese el cine, podrían quedar atrapados en la butaca, en el sofá de la sala o en la habitación si deciden sentarse a ver una película del gordo y maníaco del suspense. Hablo, cómo no, de Hitchcock, que tan buenos momentos, casi siempre angustiosos y terroríficos, nos ha procurado este genio del cine en su estado puro, acaso el cine más grande que haya conocido la joven historia del llamado séptimo arte. Nadie se olvida de Psicosis, Los Pájaros, Rebeca o Vértigo, porque se han quedado grabadas en nuestro inconsciente. Todas ellas nos han dejado impresionados. Y lo mejor del asunto, aunque las hayamos visto múltiples veces, tenemos ganas de verlas de nuevo. Ahí reside uno de sus secretos: engatusarnos una y otra vez, porque este director es capaz, a través de sus peculiares planos subjetivos (en ocasiones amplificados por una cámara fotográfica y unos prismáticos, como en La Ventana indiscreta), de meternos en la piel del protagonista (a menudo mirón o voyeur). Logra que nos identifiquemos con sus personajes, que casi nunca son lo que parecen (el falso culpable es un buen ejemplo), personajes que, debido a algún imprevisto, salen de su vulgaridad para vivir situaciones extremas, incluso absurdas. No en balde, Hitchcock es kafkiano en su concepción del cine. Nada en sus películas está porque sí. Todo está entretejido, y consigue mantenernos en vilo hasta el final, mientras vamos descubriendo, bien dosificado todo, cada hilo de sus tramas. Lo importante en su cine es cómo nos cuenta la historia, original en su puesta en escena, con un estilo apropiado (en función de los movimientos de cámara, efectos del color, montaje, etc.), antes que el argumento en sí. Su forma de representar la realidad viene determinada por su originalidad a la hora de componer los planos y en cómo nos presenta las escenas.
Su cine es una síntesis del modelo narrativo de Griffith, el cine alemán, sobre todo de Murnau (en lo referente a los movimientos de cámara) y de Eisenstein (en cuanto al montaje). Su elaboración del encuadre es herencia alemana y sus mimadas secuencias de montaje, que dan la impresión de realidad y verosimilitud, son deudoras del cine de Eisenstein. También emplea vivaces elipsis y sutiles detalles simbólico-visuales, como Lubitsch, que era capaz de guiar al espectador, de captar su atención en la forma de contar la historia, en el orden en que va dándole la información, siempre dosificada, y en el momento preciso en que conviene dársela.
Fantasioso en su estética de imágenes cargadas de metáforas y simbolismo (herencia del expresionismo alemán) y realista a la vez (lo que nos muestra debe parecer verosímil) nos sumerge en aventuras fascinantes, inauditas, en un contexto realista, lo que ayuda a hacer creíble la historia y nos sitúa, como público, en relación directa con su cine. A menudo nos muestra algo no habitual pero que podría suceder.
Asimismo, su virtud narrativa nos lleva a fijarnos sólo en lo que él quiere, en uno o dos elementos principales de la escena. Y nos muestra sutiles y complejos procesos mentales inconscientes sólo a través de la imagen. Un gesto, una expresión de un rostro o un movimiento fallido son suficientes para que nos demos cuenta de lo que sienten y piensan los personajes. Cuenta Freud que la verdad del pensamiento inconsciente y del deseo se manifiestan a través de actos fallidos, lapsus lingüísticos, resbalones, caídas, movimientos inesperados. Y en esto Hitchcock es freudiano.
Su freudianismo/psicoanálisis es una constante en su cine, que aparece de un modo implícito o explícito, como convención dramática, aunque también se nos muestra en otros niveles. Películas como Recuerda y Vértigo (Scottie conduce a Madeleine a su escena, como la doctora Bergman conduce a Peck hasta la escena traumática del “asesinato” de su hermano en Recuerda, testimoniado por el sueño (ojos rasgados) diseñado por Dalí, o bien Psicosis (el moño en espiral de Vértigo nos lleva al moño de la madre muerta en Psicosis, y la necrofilia de Vértigo está luego en Psicosis). También Freud está presente en una peli como Alarma en el expreso, en la que una vieja institutriz -en realidad una espía llamada miss Froy-, desaparece del vagón de un tren. Los viajeros, en complot, niegan la existencia de ésta, aunque la hubiera visto otro personaje, Iris, que descubre su apellido Froy escrito por ella en el cristal de la ventanilla del tren. Y así, en esta línea.
El realismo (fundamental en su etapa americana) le sirve para romper la barrera de frialdad del público y colocarse en relación directa con él. A menudo parte de una situación fantástica aunque dentro de un contexto realista (lo que logra hacer creíble la historia). Desea mostrar al espectador (siempre como referente, y al que pretende hacer sufrir) cosas extrañas pero que en cierto modo pueden suceder en la realidad (véanse por ejemplo Vértigo y Psicosis). La esencia de su cine se basa en la identificación del público con los personajes de la pantalla. De ahí que acabe llegando a todo el mundo. Buen heredero del arte expresionista (sobre todo en sus comienzos, es decir en su etapa británica), su cine se fundamenta en la importancia de las imágenes con valor simbólico: escaleras de caracol (Vértigo), escaleras sombrías (Psicosis y Encadenados, que conducen a un sótano), escaleras magnificentes (Rebeca), etc. Símbolos entretejidos en función de las exigencias narrativas y melodramáticas de la peli. El suyo no es, por tanto, un lenguaje artificial o metalenguaje superpuesto al natural, sino que son las cosas, personas y ambientes más cotidianos y convencionales los que desprenden, por el poder de estas imágenes, referencias míticas y simbólicas. Véase aun otra vez Vértigo: el ojo femenino del que brota una espiral, la espiral moño, el ramillete de flores, la escalera de caracol, las figuras de los títulos de crédito. Su realismo trasciende, en definitiva, en formas simbólicas.
Digamos que Hitchcock es un provocador y experimentador con la estética, en cierto modo fantástica, con las formas (sus característicos planos subjetivos, en ocasiones subrayados por la utilización de monóculos y prismáticos, los colores, etc.). Le encanta el espectáculo.
Educado en Londres, en una familia catolicona, cuyo padre se dedicaba al negocio de aves, Hitchcock queda marcado tanto por esta iconografía de monjas, iglesias barrocas con torres-campanario y catedrales (véase Vértigo) como por la siniestralidad de sus aves (véanse sus Pájaros o a Norman Bates en su papel de taxidermista en Psicosis, incluso la avioneta pajarraca de Con la muerte en los talones).
En sus tiempos mozos se familiariza con varias disciplinas, entre otras, la mecánica, la electricidad, la acústica y la navegación. También trabaja en una Compañía de Telégrafos, a la vez que estudia fotografía y Bellas Artes, donde aprende la técnica y el arte del dibujo publicitario, convirtiéndose así en un hábil dibujante. De hecho comienza en el mundo del cine como rotulista para la productora Famous Players. Desde su inicio en la cinematografía, muestra su desinterés por cuestiones ideológicas, en cambio se obsesiona con la forma y la estética de las imágenes, que estas tengan valor simbólico, metafórico. A Hitchcock le interesaba sobre todo la fase de preproducción: la elaboración del guión técnico y los story-boards (la etapa creativa, según él).
Sus personajes
Suelen esconder, a través de su existencia cotidiana y vulgar, un mundo sombrío, en ocasiones retorcido, a veces frágil. Y casi siempre les ocurre algo, sobrevenido, por accidente, por error, de un modo imprevisto, que da un giro inesperado a sus vidas, aparentemente normales hasta ese momento. Algunos se ven envueltos en situaciones inauditas, infrecuentes, kafkianas, como ocurre en Con la muerte en los talones o en Vértigo). Sus personajes suelen ser asesinos o personas encubiertas en falsas y/o dobles personalidades (Norman Bates en Psicosis) o personajes solapados al recuerdo del pasado.
Al maestro le gusta jugar con situaciones anormales aunque siempre dentro de un entorno realista y creíble. Entre su galería de personajes, merecen un capítulo aparte sus mujeres hermosas y rubísimas, de aspecto exterior frío aunque con fuertes pulsiones sexuales, siempre agredidas a picotazos, a puñaladas, a punto de caer en el abismo, despojadas de sus tacones (de ahí que se hable a menudo de su misoginia y de su fetichismo). Su decidido gusto por la erótica que entronca con la muerte. Eros y Tánatos rozándose. Bien freudiano. Porque detrás de su mujer-fetiche-objeto de deseo se esconde la muerte. Véase el erotismo necrófilo de Scottie en Vértigo. No en vano, sus grandes temas son el amor-pasión-deseo entretejido con la pulsión de la muerte-crimen. O la posesión de un ser vivo por una muerta, como vemos en Rebeca, que podría considerarse como precursora de Vértigo. En Vértigo y en Rebeca, los vivos están dominados y poseídos por los muertos. La ausencia (paradójicamente omnipresente) de la muerta determina en Rebeca toda la trama. Incluso cabría decir que el personaje ausente de Rebeca está más viva que los difuntos de Manderley, como confiesa el ama de llaves.
En todas las películas de Hitchcock hay tramas amorosas, utilizadas a veces como convenciones melodramáticas o recursos que facilitan la identificación con el público. Por otra parte, está el tema del falso culpable, como ocurre en la película 39 Escalones (un tipo inocente se ve involucrado, por accidente, en un asunto de espionaje, lo que prefigura su peli Con la muerte en los talones-en la cual unos matones persiguen al prota, al que consideran un espía americano), Falso culpable (en la que se acusa a un músico de jazz de cometer robos), Otro tema recurrente es el doble o la transferencia de culpabilidad de un personaje a otro, como en La sombra de una duda, en la que un asesino de viudas es en apariencia el doble angelical de su sobrina, y éste a su vez descubre que su sobrina es su propio doble, o en la peli Yo confieso, en la que el crimen hecho por un inmigrante alemán es transferido a un sacerdote, que como cómplice, acaba siendo el sospechoso, y aun el insólito pacto siniestro de un intercambio de crímenes en relación a una determinada trama penal, como vemos en Extraños en un tren, que es una adaptación de una novela de Highsmith, y en cuyo guión intervino Chandler.
El cine de Hitchcock sigue alimentando nuestros sueños/pesadillas y quien esté interesado en su obra, aparte de ver sus películas, recomiendo El cine según Hitchcock, de Truffaut.