Voy con un año de retraso en mis lecturas bercianas: se publica tanto que es imposible abarcar todas las novedades y vanidades… me llegan muchas vanidades impresas en formato 21×15 cm y encuadernadas con pasta dura, obras nacidas para reciclar de las que Groucho Marx diría: “Nunca olvido un libro, pero con el suyo haré una excepción”.
Sin embargo, de vez en cuando llegan a nuestras manos obras de gran calidad que, una vez leídas y disfrutadas, nutren nuestro imaginario colectivo, como los viajes de Carnicer, los cuentos de Pereira o los versos de Mestre. Obras, novedades o no, que nos emocionan o nos hacen pensar, nos crean una deuda impagable de gratitud con el autor o autora y nos invitan a compartir: “No dejes de leer…”. Vamos al lío.
No dejéis de leer… Cicatrices de charol de la escritora berciana Berta Pichel (Portela de Valcarce, 1951), profesora de Historia Moderna y Contemporánea, afincada desde hace cuarenta años en Cataluña, como Ramón Carnicer, quien tampoco perdió nunca sus raíces bercianas. Las raíces de Berta Pichel, de su infancia a orillas del río Valcarce, alimentan esta novela profundamente berciana y universal.
Cicatrices de charol es la historia, no por novelada menos verídica y rigurosa, de los años que van desde 1933 hasta la postguerra: un relato histórico, documentado, cuya lectura recuerda Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, en especial la huida monte a través del protagonista republicano, a quien la venganza personal y política, mezcladas, convierte en carne de fusil.
Cicatrices de charol pertenece al género de la memoria histórica: devuelve la voz y la palabra a la generación de los que perdieron la guerra y la postguerra, y a sus hijas y nietos.
Cuando los reaccionarios digan eso de “No hay que desenterrar a los muertos ni reescribir la historia”, habrá que repetir muchas veces que la historia de la Guerra Civil, y de todas las guerras, fue escrita solo por los vencedores, y que solamente ellos enterraron a sus muertos, dejando a miles de abuelos republicanos en las cunetas de España, el país con más desaparecidos del mundo, después de Camboya. No se puede “reescribir” lo que nunca fue escrito, sino censurado, callado, silenciado, empezando por las propias familias de los perdedores, amordazadas por el miedo.
Berta Pichel, con una prosa ágil y solvente, cuenta lo que lleva largo tiempo silenciado en España y en El Bierzo. La novela transcurre entre Valcarce, Villafranca, Ponferrada y León, escenarios en los que Nía y Valeriano viven su historia de amor, desamor y sindicalismo, perseguidos por el aliento fétido de un pretendiente despechado, a la sazón guardia civil.
Todo en el relato suena familiar y cercano, desde las fiestas de La Encina y el Rañadero a la Casa del Pueblo de Matarrosa del Sil, cuando “la carbonilla de las calles y del entorno ennegrecían las manos y la cara de todos”. O cuando nuestros abuelos “malvivían en una casa pequeña y húmeda con los suelos de tierra”.
Entre Lorca y Azaña
Un recital poético en el Teatro Ponferradino, el 22 de octubre de 1933, alentado por La Barraca de Federico García Lorca, despierta en la joven Nía la vocación de actriz, que truncará la guerra y, peor aún, un embarazo no deseado, que resetea el reloj de su vida y la devuelve a la aldea materna y… pero no les quiero desvelar la historia. Si en 2019 es crudo ser madre soltera, pueden imaginar la tragedia de Nía en la Ponferrada de 1936: “A la angustia por la situación de Nía se unía ahora la deshonra por el historial rebelde del progenitor de la criatura. Su hija no solo se había convertido en madre soltera, también su nieta llevaba la sangre de un canalla, seguramente masón y, además, asesino”.
Por el relato desfila la geografía berciana, Sarracín o Pajariel, o personajes como Azaña, Emilio Silva y los hermanos Álvarez de Luna —el falangista Nicolás y el republicano Miguel—, cuyo palacete en la calle del Agua incita a pensar en los Álvarez de Toledo de Villafranca, donde transcurre la segunda parte de la novela —desde la revolución del 34 al alzamiento del 36¬—, la más divertida y costumbrista. A medida que se acerca el desenlace (julio 1936-octubre 1939), crece la intensidad dramática del relato y el lector se sumerge atrapado, a sabiendas de que nada de lo que se cuenta es mentira. Como toda literatura de verdad, Cicatrices de charol engancha, sorprende y conmueve.
“Vivir con pasión siempre deja cicatrices”, dice Berta Pichel, cuya novela contiene otra lección: hablar nos sana, recuperar la memoria histórica nos reconcilia con el pasado. Mi prima Pepa Diñeiro dice siempre aquella frase: “A esta familia (por la nuestra), le estalló una granada en la cabeza durante la guerra civil”. A miles de familias —en El Bierzo, en Bosnia o en Siria—, les estalló una granada de conmoción, una carga de profundidad y silencio, que deja en las víctimas cicatrices de charol. Pero, por decirlo en palabras de Berta Pichel: “El amor y la memoria siempre vencen al silencio. Mi corazón lo sabe”.
Para saber más:
—Pichel, Berta, Cicatrices de charol, Ediciones B, 2018, 3ª edición.
—Web de la autora: https://bertapichel.com/.
@ValentinCarrera