Categorías: Historias y Diridainas

HISTORIAS Y DIRINDAINAS / Del noble arte de robar y saquear – Astures, Susarros, Paemeiobriguenses (3)

Tal vez, lo que más llama la atención a quien visita un castro por vez primera sean los fosos y terraplenes que tanto dificultan el acceso hasta el espacio central, llamado corona. Sin embargo, esos barrancos y cárcavas de hoy no son más que las ruinas disimuladas de murallas imponentes y orgullosas, de profundos y escarpados fosos, de parapetos y de zanjas que componían un sistema de fortificación complejo que ceñía y protegía, como un majestuoso laberinto, la vida de quienes moraban dentro.


Castro

En esencia un castro no era más que un pueblín fortificado. En él podían habitar entre 75 y 140 personas que, por su forma de vida, necesitaban realizar ese enorme esfuerzo constructivo para defenderse de otros que querían entrar sin permiso para saquear lo que hubiese de valor. La antropología llama sociedades heroicas a aquellas en las que rige un comportamiento igual o muy parecido al de las sociedades célticas astures y donde la actividad bélica está muy presente en la vida cotidiana, si bien lo que hacían era muy diferente de lo que hoy entendemos por guerra.

Guerrero astur-galaico según una estatua del norte de Portugal hallada en un castro

En las sociedades heroicas es necesario realizar hazañas cada vez mayores para ascender en la escala social y para obtener fama y prestigio, notoriedad. Ser valiente, generoso y tener mucha labia son, comúnmente, los tres valores principales que debe tener el jefe del poblado, el alcalde digamos. Teniendo en cuenta que hay pocos habitantes, el control de la población sobre el jefe era alto, además constantemente surgen posibles rivales.

Los castros se defienden de los saqueos de bandas de guerreros que, durante la época de guerra, que iba desde el primero de marzo hasta el primero de noviembre, deambulaban por territorios de más allá de las fronteras de la tribu para, hablando claramente, robar y saquear. El propósito de sus capturas era variado, iba desde ganado hasta objetos apreciados y, también y muy importante, incluía el rapto de mujeres. Raptar mujeres podía producir una grave crisis en el poblado al que se las quitaban porque ellas eran las poseedoras de los bienes raíces (la casa y las tierras de cultivo) mientras que los hombres poseían los bienes muebles (ganado, comercio, armas…)

Moneda romana acuñada para conmemorar la victoria sobre los astures representados por sus armas típicas (escudo redondo, lanzas y espadas)

Los varones, al llegar a determinada edad, entraban a formar parte de estas bandas, organizadas como una cofradía o hermandad en la que sus miembros se consideraban unidos por lazos divinos, místicos, bajo el patronato del dios Bandua. Las palabras banda, bandido y bandera tienen relación con ese concepto de unir, vincular mediante lazos (místicos). Mientras duraba su estancia en esas bandas, y durante la época de guerra (la parte del año con mejor tiempo), los miembros de estas cofradías vivían al margen de la sociedad y hacían, básicamente, lo que querían sin estar sometidos al imperio de la ley. Sabemos con certeza que los habitantes de nuestros castros, los Susarros, saqueaban lugares tan distantes como la actual provincia de Soria o Zaragoza. Una hazaña como esta era muy meritoria pues no solo consistía en el hecho de lograr un botín exótico y valioso, además había que ir y volver a casa, cruzando los pasos y las armas con muchos enemigos y con otras bandas que andaban a lo mismo: robar y saquear. Participar en estos saqueos y llevarlos a buen término, como vemos, no solo estaba muy bien visto, sino que además era cuestión de orgullo.

Desconocemos la edad y el tiempo durante el que los jóvenes varones permanecían en estas bandas, lo probable es que fuera necesaria una edad y superar un rito de acceso para formar parte de la cofradía, de la que cada uno se retiraría cuando lo considerase oportuno (con gloria o con vergüenza). Tampoco sabemos si cada banda era formada por uno o varios castros; pero, habida cuenta de que cada poblado podría proporcionar ocho o doce guerreros, lo probable es que fuesen bandas de varios castros, guiados por un héroe, y que se dedicasen al saqueo fuera de los límites de la tribu.

Un guerrero astur, con sus armas típicas

Sin embargo, resulta que, precisamente, cuando los mejores guerreros del poblado están haciendo la mili lejos de casa, otras bandas rivales vienen a asaltar el poblado y a robar los rebaños. Esta es una razón de que el castro esté tan fortificado: para poder resistir un asedio de saqueo y que todos sus habitantes, personas en edad no militar, hombres y mujeres, sean capaces de defenderlo por las armas.

Esta afición de los astures y cántabros al saqueo de los bienes de sus vecinos se mantuvo cuando a estos (celtíberos y vacceos, por ejemplo) los conquistó Roma. Estas excursiones punitivas veraniegas de nuestros antepasados le proporcionaron al imperio una excusa (innecesaria, desde luego) para conquistar el NW. Como hemos visto en artículos anteriores, la conquista no fue ni fácil ni rápida, en buena parte debido a la ética guerrera y heroica de cántabros, astures y galaicos. Una vez que Asturia queda incorporada al imperio de Roma, los guerreros astures pasaron a formar parte de las tropas auxiliares de las legiones y aparecen destinados en las zonas más conflictivas y belicosas del imperio.

En la Edad Media las bandas, acaudilladas por nobles locales, continuaban robando y saqueando con total normalidad. Lo seguían haciendo entre el primero de marzo y el día de Todos los Santos. En aquellos siglos los nobles atacaban también los bienes de la Iglesia, por lo que a partir del siglo XI se decretó, en diversas formas, la Tregua de Dios que prohibía estas actividades bélicas bajo pena de excomunión, de manera que esta práctica legal desaparece definitivamente a partir del siglo XIII. Así, poco a poco, robar y saquear a tus vecinos fue considerado un delito, incluso para los nobles.

Tomás Rodríguez Fernández

Mario

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