Cerca de las tres de la madrugada, el joven ingeniero, Dionisio Suárez Benítez, dio por finalizado el proyecto que le habían encargado hacía ya siete meses. Cerró la carpeta, colocó la estilográfica sobre el libro de cálculos y, antes de levantarse, arrancó la hoja del almanaque. Era Navidad. Después se dirigió a descansar a su dormitorio. Pero, había algo que le producía desasosiego. Presentía que le faltaba algo por hacer. Algo que necesitaba llevar a cabo para estar seguro de que el trabajo estaba definitivamente terminado. Así que volvió al estudio, desplegó un mapa cartográfico y lo miró detenidamente. Recorrió con la mirada la línea que dibuja el Luna, deteniéndose en cada uno de los pueblos que se distribuían a lo largo del discurrir del río, y sus ojos, entristecidos, terminaron por llenarse de lágrimas. Después tomó la pluma y escribió en una cuartilla:

“Ahora ya es definitivo. Finalmente, todo este valle que me vio nacer sucumbirá. El río Luna lo anegará todo. Arévalo, Campo de Luna, La Canela, Casasola, Cosera de Luna, Lagüelles, Láncara, Miñera, Mirantes, Oblanca, San Pedro de Luna, Santa Eulalia de las Manzanas, Truva y Ventas de Mallo serán borrados del mapa por este río que da vida a sus fértiles vegas y prados.

¡Qué paradoja! ¡Lo que te da la vida, te la quita!

Ya es irreversible. Y es mi obra.

Ahora me queda la duda de qué va a ser de todos esos hombres, mujeres, niñas y niños, todos los vecinos que moran en estos pueblos, en esas calles, en esas casas. ¿Hasta cuándo perdurará su historia, hasta cuándo su memoria?

Sólo le pido a la providencia que algún día, quien mire estas montañas, reflejadas en las apresadas aguas del embalse que yo proyecté, tenga en cuenta que, allá abajo, en las profundidades, conviven el silencio y la oscuridad con la ráfaga de vida que dibujó el transcurrir de tantas y tantas personas que hicieron de estas tierras, de estos pueblos, su hogar. Que nadie olvide que esta obra, que ha de contribuir al progreso del Páramo Leonés y de esta patria nuestra, se ha realizado porque muchas vidas han tenido que quebrarse, al dejar tras de sí los recuerdos que han marcado su identidad. Pido que, en el éxtasis que les ha de producir la contemplación de la inmensidad de las aguas, tengan en cuenta que allá abajo quedan sepultadas las historias de tantas y tantas personas, que nunca, ningún libro, ha de recoger jamás. Ojalá que su memoria no se pierda nunca, y que la providencia sepa perdonarme.

En Láncara, el día de Navidad de 1935”.

©Nicanor García Ordiz

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