Este templo que se había erigido en Bembibre durante el reinado de Alfonso IX, era el símbolo del poder espiritual de la colectividad. La mitra astorgana se había opuesto a su apertura, al creer que perjudicaba sus intereses, de ahí que el monarca se vea compelido a entregársela el 19 de enero de 1199 al por aquellos años obispo, D. Lope Andrés (1190-1205) “…con todas sus pertenencias y derechos…”. Regalía que se hace extensiva a todos los centros religiosos que se construyeran con motivo de la reorganización, iniciada un año antes.
Sin embargo, para que esta se haga efectiva habrá que esperar al 1202, una vez acaecido el fallecimiento del anciano reorganizador de Bembibre, el conde Froila Ramírez, que recaudaba las tercias de los diezmos de pan, vino y legumbres. Acuerdo establecido también meses más tarde, concretamente el 26 de julio, ante la injerencia mostrada por el concejo de la villa, al apoderarse de las iglesias de Puente Boeza y de Campo, próximas a Ponferrada.
El hecho de que en Bembibre se construyese tan tardíamente un edificio para el culto refuerza la idea de que preexistía ya un núcleo fortificado con un sencillo oratorio en su interior para atender a las demandas religiosas de sus habitantes, inhumando en sus inmediaciones, como así vendría a atestiguar el osario hallado en el año 1930 en el costado occidental del Palacio, puesto que, aún desconociendo su ubicación exacta, la tradición popular lo lleva a las inmediaciones de la “Puerta de Poniente”. En la decimoquinta centuria, y tras el enojoso litigio con la comunidad hebrea en que se les arrebata la renovada sinagoga, la liturgia se traslada a ese templo que aún permanece sempiterno en la actual Plaza Mayor de la población.
Desde entonces la originaria iglesia de San Pedro Apóstol pasará a ser utilizada como ermita, bajo la titularidad de Ntra. Sra. la Blanca, conservando las imágenes y adminículos devocionales inherentes al desempeño de los oficios sacramentales, de aquellas solemnidades evocadoras de la memoria de sus bienhechores y de quienes reposaban en su galilea. No obstante en momentos de alta mortandad, provocada por efecto de la propagación de enfermedades infecciosas o epidémicas volvería a sepultarse en su ámbito, o como dictaminó el visitador episcopal en la decimoséptima centuria, para admitir los cadáveres de los más desamparados.