El próximo viernes, día 18, cita con Extraños en un tren en la capital del Bierzo Alto. Os esperamos. A las ocho y cuarto de la tarde.
Después de probar con el color en La soga -y no quedar del todo satisfecho-, el maestro vuelve al blanco y negro y al tren como escenario de privilegio. Si es que un tren da mucho juego, no sólo cinematográfico sino literario (ahora que recuerdo hay incluso unos premios que se conceden a relatos ambientados en un tren). Gran partido le saca el director a los planos, digamos simbólicos, de los raíles. Puede que los caminos (de los personajes) se separen.
Basada o inspirada en la novela homónima de Patricia Higsmith (que por cierto no he leído, luego no puedo decir aquello -tan manido y absurdo- de que la novela es mejor, o aun peor, que la peli, pues son lenguajes diferentes aunque complementarios), Extraños en un tren nos propone un juego diabólico, un asesinato (obsesión del mago) por partida doble. O mejor dicho, un intercambio de asesinato (algo habitual y recurrente en el cine del genio del suspense). Quien comete el crimen y quien hubiera podido cometerlo. El doble, una vez más, tan presente en la literatura y el cine de terror. La personalidad escindida o doble personalidad, tan común en trastornos psicóticos y en bipolares, entre otros. Jekyll y Mister Hyde. Luz y sombra. El lado sombrío y pútrido del ser humano/animal aflorando en todo su esplendor. El subconsciente pervertido haciendo acto de presencia en la escena. Un solo personaje pero partido en dos. Algo así como aquella ocurrente idea de Buñuel de que un mismo personaje fuera interpretado por dos actrices, tan dispares en lo físico como Ángela Molina y Carole Bouquet (véase Ese oscuro objeto de deseo).
En esta cinta de Hitchcock vemos un pacto perverso entre “caballeros”, acaso de dudosa moralidad, al menos uno de ellos, que sí está dispuesto a cumplir con lo acordado, cargándose a la mujer del Otro, porque en realidad es un psicópata. Un pacto o trato que me hace recordar, salvando las distancias, a los feriantes de ganado, que en este caso pretenden serlo -al menos uno de ellos, insisto-, de seres humanos. Qué terrible.
Aunque Hitch eligió esta novela (dfícil de adaptar según Truffaut) no quedó convencido con el guión adaptado que le propuso el conocido escritor de novela negra, el estadounidense Raymond Chandler (véase/léase El sueño eterno). De hecho, se ha criticado a menudo la debilidad del guión, y aun la falta de credibilidad o fuerza interpretativa de los actores protagonistas. Sin embargo, hay quienes la consideran una obra maestra (para gustos se hicieron los colores, en este caso blancos y negros) precisamente por su fotografía y por la audacia de algunos de sus planos, por ejemplo, “los travellings” de unos pies que caminan en un sentido y de los que caminan en el opuesto (hasta que los protas se encuentran dentro del tren), los mencionados planos de los raíles, el espectacular plano de un estrangulamiento visto a través del reflejo en las gafas de la víctima, y aun la arriesgada secuencia final en el desbocado tiovivo (los caballitos, que decía cuando era un rapacín. “¿Cuando me vas a llevar a los caballitos del Cristo de Bembibre?”, solía preguntarle a mi padre con insistencia).
Cuenta Hitch que el hombre de la feria o feriante (no en balde al principio cité a los feriantes), quien se arrastra bajo la plataforma del tiovivo dislocado, llegó a arriesgar su vida en el rodaje. Así se las gastaba el director de La ventana indiscreta (que veremos en la siguiente sesión).
No os la perdáis.