Desde este jueves y hasta el 31 de julio, queda abierta al público en La Casa de las Culturas la exposición de Andrés Viloria “Retrospectiva”, organizada por el Instituto Leonés de Cultura para conmemorar el centenario de su nacimiento.
Andrés Viloria nace en Torre del Bierzo, en abril de 1918 y este hecho, que en principio puede parecer anecdótico, tiene una gran significación por la constante influencia que ha ejercido sobre el artista y que se evidencia en su persistente preocupación y amor por la naturaleza, la cual incorpora en su obra con una gran carga poética, convirtiéndola en una constante y recurrente fuente de inspiración que subyace en su trabajo plástico. Posteriormente se trasladará a Ponferrada, lugar habitual de residencia donde desarrollará todo su quehacer artístico, manteniéndose aislado de los importantes centros culturales a nivel nacional como eran Madrid, Valencia o Barcelona, aislamiento voluntario que rompía con cierta frecuencia gracias a breves viajes que realizada a Madrid y que le servían para estar informado adecuadamente de la situación artística de cada momento. Esta circunstancia de extramañiento en el Bierzo, espacio por esencia singular y mágico, le servirá a nuestro autor para conseguir una máxima libertad de expresión en su trabajo, al mismo tiempo que para alcanzar una gran estabilidad y coherencia en su trayectoria artística la cual ha permanecido siempre ajena a los frecuentes avatares puntuales, tanto de la situación de los mercados comerciales como de los críticos al uso.
Con respecto al empleo de soportes, Viloria tiene un gran interés en la utilización e investigación del comportamiento de los nuevos materiales de tipo industrial, como es el caso del aglomerado de madera, material que utilizará de forma generalizada desde mediados de los años sesenta hasta los inicios de la década de los ochenta, como base de sus pinturas. Uno de los atractivos que este material le ofrece, es la facilidad con la cual se pueden incorporar sobre la superficie de la madera los diferentes tratamientos de empaste que posibilitan al autor la creación de un universo rico y variado de texturas, sobre las cuales trabaja posteriormente utilizando raspaduras, cortes, goteos y otros métodos que le sirven para conseguir desarrollar plenamente las posibilidades matéricas de la obra. Otro aspecto de este material que le interesa al artista, es la posibilidad de crear un amplio espectro de matices y texturas por medio del tratamiento violento de la superficie de la madera utilizando gubias, creándose de esta forma un espacio erosionado donde la incorporación del color potencia el efecto agresivo y sugerente de las texturas. La utilización de este material ha servido también para conseguir una perfecta conservación de sus pinturas. Pero Andrés Viloria no siempre incorpora el aglomerado como material soporte de sus pinturas, en los inicios de los años ochenta trabaja con la madera natural, siendo muy común la utilización del nogal, la cual emplea como un elemento más integrado en la propia composición de la obra, siendo el color una aportación específica de la madera. Es importante destacar cómo en la mayoría de las ocasiones son maderas reutilizadas de bancos, mesas y otros muebles de uso doméstico, que fueron diseñadas para cumplir una función diferente y por medio de la intervención plástica se produce en ellas una transformación irreversible que las convierte en objetos artísticos. Pero estas maderas tienen un pasado, una historia que subyace en su propia forma y que aflora al exterior por medio de las huellas que el tiempo ha dejado en su superficie, componente éste de tipo poético que es aprovechado por Andrés Viloria e incorporado a la obra consiguiendo así un mayor enriquecimiento que se produce por la potenciación de la materialidad de este soporte.