El síndrome de Casticolmo es el que sufren algunos, para no reclamar la autonomía del País Leonés.
Según cuentan, las víctimas de los secuestros, sufren tras ser liberados un síndrome llamado de Estocolmo, consistente en mostrar simpatía con las personas que las han mantenido retenidas. Se trata de algo pasajero, pero que normalmente requiere ayuda psicológica para su superación. Para el común de los mortales resulta incomprensible que después de sufrir, se desarrolle en el individuo esa solidaridad y comprensión para con el causante del daño. Pautas similares a las descritas, manifiestan aquellas personas víctimas de maltrato, bien por parte de su pareja, por sus progenitores, o por cualquier otra persona, normalmente del entorno familiar, entre los casos, por desgracia más frecuentes. Las víctimas, tratan de disimular los signos de la violencia recibida. No siempre lo consiguen, porque si bien un cardenal puede taparse con ropa o con maquillaje, ocultar el vendaje de una extremidad resulta más complicado. Encuentran una justificación para su estado, que suele ser el accidente. Y bien, lo que entraría dentro de la lógica en una actuación consecuente seria denunciar a su agresor y alejarse cuanto antes de su verdugo. Pero insólitamente y afectados por el síndrome perdonan y disculpan la actuación de su agresor, hasta llegan a inculparse de lo sucedido, por haber hecho algo mal.
Solo después de reflexionar, sobre lo anterior alcanzo a comprender, que algunos de los leoneses de cualquiera de las tres provincias, puedan y así lo manifiestan, sentirse tan cómodos con una administración que los maltrata. Sufren lo que particularmente denomino síndrome de Casticolmo y que produce efectos no solo de ceguera hacia los agravios recibidos por quienes nos tutelan desde Valladolid, sino que además se permiten defender su gestión. Es evidente, que afectados por este proceso, eludan buscar una solución a los males y que resulta bien sencilla, conseguir la autonomía, con la consiguiente compensación por los años de padecimiento. Quedan por mi parte disculpados quienes padecen el trastorno descrito, por no estar en su voluntad sino actuar como consecuencia del proceso mencionado.
Huelga decir, que ante estos casos las razones que son, muchas y sólidas, para desengañar a quienes se encuentran afectados por este mal, de poco sirven; más bien de nada, por lo que resulta inútil esforzarse, tan solo conseguiremos perder el tiempo. Remedio hay afortunadamente, pero como para quienes padecen el síndrome de Estocolmo, quienes arrastran el de Casticolmo, deben ponerse en manos de auténticos profesionales, los hay muy buenos en el campo de la psicología, que sabrán cómo tratar el tema.
Manuel Herrero Alonso