Las historias o vivencias que se recuerdan y con el paso del tiempo se van diluyendo y transformando más o menos. La memoria siempre es propensa a perder cierta cantidad de información. Pero bueno lo que se recuerda es lo que hay que contar, con la puntualización anterior.
ALGUNAS VIVENCIAS CURIOSAS
La primera de las anécdotas no la viví. Me la contó un trabajador de la mina (Campomanes Hermanos), que ejercía el cargo de “plantilla”, es decir el primero de los vigilantes entiendo. Era un tipo fuerte y se llamaba Manolo. Quizá algunos le llamasen dada su corpulencia “Manolón”. Él me contó que en cierta ocasión en una mina se “caló” una chimenea al exterior es decir al monte. Calar significaba que la chimenea había llegado a su fin, que era aparecer en otra galería, o en el exterior en su caso. Al tratarse de una chimenea que iba a calar al monte, es lógico que no se prestase atención al hecho de que el agujero o el cale apareciese en una parte o en otra. El picador picó y picó y al final la casualidad quiso que acabase calando al exterior, justamente en el lugar donde había un viejo castaño, tan viejo que en su interior había un hueco ( una “cadorna” dicen en mi pueblo) por el cual el picador salió a la superficie. Era entonces costumbre que cuando una chimenea se finalizaba, el picador se marchase a su casa y supongo que cobrando eso si la jornada completa.
Al terminar la jornada, se informó al encargado del personal, que el picador se había marchado antes del fin de la jornada porque ya había “calado”. Lógicamente el encargado subió al monte y en principio no vio por parte alguna el agujero o cale que debería haber. En consecuencia, empezó a pensar en soltar una bronca o reprimenda al picador y en estas andaba cuando observo que por el tronco de un castaño surgía algo parecido a humo. Al acercarse, vio que la chimenea tenía su salida justamente en el interior hueco del castaño y el “humo” en realidad era la humedad condensada (vapor de agua convertido en una especie de nube) que hay en el aire (caliente muy a menudo) del interior de la mina. Así pues supongo que se llevó una sorpresa y en este caso agradable y graciosa.
Aunque sea salir un poco del tema aclaro que las nubes en realidad no son vapor de agua, si no diminutas gotas de esta. No obstante la forma que adoptan las nubes es la de una masa gaseosa (humo por ejemplo) vista desde la distancia y por ello a menudo se habla de vapor de agua.
EL SUSTO INESPERADO
Creo recordar que la anterior esta historia me la contó el plantilla Manolo, justamente un día que yo estaba a la espera de que un picador terminases su labor es decir calase una chimenea. Era en Campomanes Hermanos y en el interior de la mina. Como aún conservo algún plano de labores, casi juraría que se trataba de dar una chimenea desde la cota del llamado “Subpiso” (785 metros) a una galería del llamado “Pozo Viejo” (cota 800). Ambas labores estaban conectadas a través de un plano inclinado. La diferencia de cota era pues de sólo unos 15 metros. Era algo muy inferior a otros casos, en los que las chimeneas debían superar diferencias de cota del orden de los 75 ó más metros. Tal es así que desde el mismo momento de iniciarse en el “Subpiso” la chimenea, ya debía oírse el martillo del picador en la galería a la que debería calar. Por tanto también desde el comienzo de la labor, era posible ya hacer señas al picador para que supiese hacia donde debía dirigir la chimenea. Supongo que además y como era norma general, se mediría la labor y llegó el día en el que se esperaba que la chimenea se terminase sin contratiempo alguno y punto. Además el cale se habría de producir en una galería en guía y no en un contrataque. En este último caso y como recordaran los mineros la zona del cale era un hueco de menos de un metro cuadrado y por ello había que hacer señas al picador, porque de lo contrario este podría seguir la labor ligeramente desviado ( un metro o menos) y en vez de calar a donde debiera, hacerlo por ejemplo a un antiguo taller (“rampla”) abandonada y dar lugar a un problema. Luego lo veremos.
En este caso que ahora nos ocupa, sin embargo había una zona bastante extensa (varios metros de longitud me parece) en la que la capa discurría por el suelo de la galería y todo era cuestión de esperar a que la labor calase sin importar que lo hiciese unos metros adelante o atrás. Es posible (aunque esto no lo puedo asegurar) que dadas las circunstancias, ni siquiera se tomase la precaución de hacer señas al picador para guiarle.
Yo lógicamente y como era mi deber, fui a la parte de la galería donde se esperaba que de en un momento dado apareciese la punterola del martillo del picador. Todo parecía ir “sobre ruedas” y el plantilla llegó y puesto que todo parecía que iba a ser “coser y cantar”, se entretuvo conmigo contándome esa historia del cale al hueco del castaño. En la mina aunque había momentos de mucha tensión, gritos y situaciones parecidas, también había momentos para la distensión y aquel era uno de ellos. Lo normal hubiese sido que el señor plantilla no hubiese quedado a la espera de ver finalizada la chimenea, pero quizá porque ya se oía muy cerca el martillo, se quedó charlando tranquilamente conmigo.
De pronto observamos atónitos como en suelo de la galería se hundió y creo recordar que se tragó incluso un montón de escombro que allí había. El plantilla al ver aquello dijo con evidente cara de susto: ¡pero donde va a calar este hombre!. Rápidamente tanto Manolo (el plantilla) como yo comprendimos casi sin mediar palabra lo ocurrido. Cuando faltaba muy poco para calar, un volumen peligroso de carbón, se había desprendido (“un derrabe”) sobre el picador y además también el escombro que había en la galería. Eso significaba que existía un gran riego de que el trabajador hubiese quedado sepultado entre el volumen de carbón y escombro.
Lo único que se nos ocurrió (y creo que fue lo más correcto) fue descender por el plano inclinado a toda prisa hasta el “Subpiso”. Como la diferencia de cota era pequeña eso se lograba fácilmente quizá en menos de un minuto. En base a los planos que aún conservo, veo que el plano inclinado tenía una pendiente de 39,5º (muy elevada) y una longitud de 23,5 metros. Esa distancia quizá la recorrimos “resbalando” más que corriendo dada la situación.
Al llegar al subpiso tuvimos que ascender y en este caso por el taller de explotación (“la rampla”) para llegar lo más rápido posible hasta donde estaba el picador y ver que había pasado. En el taller (la “rampla” se decía), no se podía correr mucho pues había que ir trepando por las puntalas (maderas que se colocaban de muro a techo de la capa), pero dada la situación avanzamos lo más rápido posible.
Yo como era más joven que el plantilla creo que llegué antes que él hasta donde se hallaba , enterrado ente carbón y tierra, el picador. Antes de llegar oía los gritos del trabajador que pedía auxilio y no solo eso afirmaba que se sentía morir de un momento a otro. Cuando conseguí llegar a donde estaba vi que tenía una mano a la vista, pero el resto del cuerpo estaba tapado por la tierra y carbón. No obstante y con las manos escarbé un poco y a los pocos (segundos quizá) logré que ya tuviese la cara al descubierto y así poder respirar. Fue esa su salvación.
Después llegó Manolo el plantilla y como minero experto en resolver problemas, me indicó lo que debíamos hacer. Era básicamente “empiquetar” la zona donde estaba atrapado el picador. Allí cerca había madera (“bastidores”) y entre ambos logramos que el picador pudiese ser liberado y salir por su propio pie. Creo que no tenía ni un rasguño y sólo un tremendo susto. Si hubiera estado yo sólo, no se si hubiese sido capaz de liberar al trabajador. Pero en fin al final la historia acabó bien y por eso la cuento ahora. Hubo sin duda mucha suerte por un lado y también otras varias circunstancias adversas que a punto estuvieron de dar lugar a una tragedia. Quienes conozcan la mina podrán hacer un análisis sosegado de los errores y demás circunstancias.
LOS CONTRATAQUES
Para finalizar voy a hablar un poco del sistema de guiado por medio de las señales con el martillo de picador. Cuando la galería de la mina no discurría por la capa de carbón, si no paralela a esta, había que hacer cada pocos metros, unos agujeros (contrataques) que iban desde la galería a la capa. Los contrataques eran tan estrechos que por norma general se andaba por ellos “a gatas” y al llegar a la capa el tramo de esta descubierto era muy pequeño. Digamos que a menudo del tamaño de una rueda de camión o menos incluso. Unos iban descendiendo desde la galería a la parte superior de la capa, eran los contrataques de cabeza y otros justo al contrario, subiendo desde la galería a la parte de abajo, es decir eran los de base. Entre unos y otros quedaba lógicamente un macizo de carbón sin explotar y la distancia de unos a otros a través de ese macizo, podía ser perfectamente de 5 metros o incluso más. Aún tengo datos al respecto.
En los casos de labores pues de este tipo (galerías en estéril) las chimeneas debían ir dirigidas exactamente al punto donde la capa quedaba al descubierto con el contrataque. Por ello había que hacer señales acústicas (con el martillo) al picador. De lo contrario este podría desviarse un poco y la chimenea en vez de salir donde se quería, seguir hacia arriba donde a veces había talleres (“ramplas”) ya abandonados y a veces con material potencialmente peligroso, como escombro suelto y con agua.
En una ocasión estaba yo haciendo señas desde el contrataque de cabeza a un picador para que fuese a calar al mismo. Pero pasaba el tiempo y no había modo. Yo oía desde la galería el martillo del picador y supongo que él también las señas que yo hacía, pero la punterola del martillo del picador no asomaba como debería en el contrataque de cabeza. Al cabo de un cierto tiempo y de pronto sentí hablar y noté que las palabras venían de donde se hallaba la capa. Me sorprendió mucho, porque aunque el sonido del martillo del picador se oyese ,lo que era imposible de oír eran las palabras a través del terreno. Además no eran voces ni gritos, si no una conversación en tono normal. ¿ Que había sucedido?. Pues que pese a las señas el picador pasó con la chimenea de largo junto al contrataque donde debía calar y fue ha hacerlo a otro que era el de base de la explotación (ya abandonada) que estaba por encima de la galería. Donde sin querer caló no había peligro alguno y todo quedó pues en una historia curiosa y nada más. Pero claro si ese taller (rampla) abandonado hubiese tenido cierta cantidad de agua, quizá al menos un buen susto se podría haber llevado el picador y su ayudante, cuya conversación oí yo desde la galería.
Rogelio Meléndez Tercero