A CIENCIA CIERTA / Errores, despistes e inexactitudes. ¿Así se escribe la Historia?

“Bella gerant fortes, tu, felix Austria, nube”. Esta es una de las muchas frases célebres que se pueden leer en los libros de historia. En uno de estos (“Historia de España y Universal”), que yo estudié hace más de 50 años y que aún conservo aparece esta frase. Hace pocos días se me ocurrió buscarla en “Internet” y resulta que,… no es exactamente así. Al parecer era : “Bella gerant alii tu felix Austia nube”. La traducción de una y otra frase en la práctica es la misma; pero es obvio que las palabras exactas, no son las mismas.

Aunque no soy historiador profesional ( me considero en el mejor de los casos historiador aficionado); me ha gustado la investigación histórica desde mi juventud y dada mi formación (geología) más encaminada a las llamadas ciencias (física y matemáticas por ejemplo) que a las letras, siempre he considerado que la historia debe ser el análisis racional y científico del pasado. Si no se hace así entraremos en el campo de las creencias, las leyendas, las religiones o simplemente en el afán de convencer a los demás de que nuestra forma de ver la vida es la correcta.

Las diferencias en la frase aludida son mínimas, incluso depreciables, pero el problema es que inexactitudes similares hay “ a patadas” en los libros, revistas y otros muchos textos destinados, al menos teóricamente, a divulgar el conocimiento del pasado. Hace ya muchos años (1987) que S. W. Hawking en su libro “Historia del tiempo”; contó al hablar de la gravitación universal y de Newton, que la historia de que este celebérrimo científico fue inspirado por una manzana que cayó en su cabeza, es “casi seguro apócrifa” y añade que la idea de la gravedad y según explicó el propio Newton, se le ocurrió en una ocasión en la que estaba sentado “en posición contemplativa” de la que únicamente “únicamente le distrajo la caída de una manzana”. En resumen que Newton estaba meditando sobre la gravedad y la caída de una manzana le distrajo, pero no dice para nada que le cayese justamente en la cabeza.

Desde hace muchos años he leído infinidad de libros y revistas de historia y por ello he observado una enorme cantidad de historias como la de la manzana de Newton o frases célebres, que no fueron exactamente tales o no fueron pronunciadas por personajes a los que se les atribuyen. Una de ellas es la que se atribuye a un tal Beltrán Duguesclin. “Ni quito, ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.

Hace años leí (en una revista de historia creo recordar) que no estaba claro, ni mucho menos que Duguesclin hubiese pronunciado tal frase. No obstante si miramos en la Red datos al respecto, hay opiniones para todos los gustos. Por ello de todo lo mucho que he visto al respecto, lo más sensato y razonable -en mi opinión- es lo que publicó en fecha 25-3-2021 un tal Arturo Rodríguez en “El reto histórico” y en un artículo que lleva un título harto elocuente: las “tres muertes” de Pedro I. En este artículo presenta en principio tres versiones históricas (citando documentos textuales de hace siglos) y curiosamente, en ¡¡ninguna de las tres aparece la célebre frase¡¡. Esta frase si aparece en documentos posteriores a esas tres primeras versiones, que debieron ser las más cercanas en el tiempo, al momento en el que Duguesclin debió-en su caso- pronunciar tan célebre y a la vez discutida frase.

Al analizar lo que ocurrió con Bertrand du Guesclin, se me ocurrió ir de nuevo a la Red en busca de detalles sobre la historia de la manzana, Newton y la gravitación universal. De nuevo me encontré con un espantoso lío. Al parecer no hay ni un solo escrito del propio Newton, en el que él mismo describiera lo relatado en el libro de Hawking. Lo que éste (Hawking) cuenta es lo escrito por alguien, a quien el propio Newton se lo habría contado. No se conoce ningún escrito personal de Newton en el que se hable de la célebre manzana. Otro asunto es lo que otros hayan escrito.

Los casos citados son sólo algunos de los muchos, muchísimos que abundan en la historia. En definitiva que por lo que veo, en el proceso de transmisión de la información, aunque sea por escrito, hay inevitables errores y distorsiones. Así pues nada tiene de extraño, que personajes que en su tiempo fueron alabados u odiados por la mayoría, se hayan convertido con el paso del tiempo, en lo contrario de lo que en su momento fueron. También se da el caso de los mismos hechos son vistos de diferente forma en función del lugar del espacio, en los que se conocen. El caso del José Bonaparte puede ser un buen ejemplo y no el único. Por supuesto que siempre quedará un fondo de verdad y fondo de mentira. Es labor de los investigadores delimitarlos, pero no es una tarea sencilla.

Ya “rizando el rizo” podremos argumentar que no siempre lo que se puede leer en antiguos documentos es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, como es obvio. Los cronistas escribieron la que ellos consideraban que era la realidad , aunque no han de faltar casos en los que a propio intento el “historiador” de turno mintió por cualquier tipo de motivo. Por si esto fuera poco resulta que siempre está abierta la posibilidad de hallar nuevos documentos o nuevas pruebas de cualquier índole que empujen a los que investigan el pasado a cambiar de opinión.

A todo esto hay que añadir que por norma general los que escriben la historia, lo que hacen es interpretar los datos o los hechos reflejados en los documentos. De no hacerlo así los libros y revistas de historia serían meras colecciones de documentos y nada más. Pero claro en la interpretación está la trampa. Por todo ello nada tiene de extraño que un mismo suceso histórico (una declaración de guerra por ejemplo); se presente según algunos como algo totalmente justo y por otros como justo lo contrario.

Ante esta situación tan complicada, me da la impresión de que muchas personas se aferran con “uñas y dientes” a la versión o versiones de la historia que les gustan o les interesan, sin hacer el necesario ejercicio mental de razonar y analizar. Suponen o creen y se niegan a aceptar la más mínima sobra de duda. Es un ejercicio de autoengaño. Cuando hablamos de sucesos que tuvieron lugar hace siglos (salvo que sean inherentes a cuestiones religiosas); el asunto no tiene mucha importancia digamos “práctica”. El problema surge en mi opinión, cuando ese afán de poner las creencias por encima de las razones, se refiere a sucesos más cercanos en el tiempo y que se utilizan como trampolín o arma arrojadiza para atacar o defender determinadas ideas o situaciones políticas. Creo que en alguna ocasión ya escribí que entre las ideologías políticas y las religiosas hay un cierto paralelismo.

Las personas no somos máquinas y tenemos sentimientos, simpatías y antipatías; que son comprensibles pero que a menudo son un obstáculo para ver el mundo tanto el presente como el pasado como realmente es o fue. Quizá son más objetivas las máquinas, que comenten errores de los que no obstante, tampoco estamos libres los humanos. En la Red donde se halla “de todo” he localizado datos sobre un libro que por lo que veo trata en profundidad este asunto. La imagen que acompaña a este texto hace referencia a esa publicación, cuyo autor es Luciano Canfora.

Rogelio Meléndez Tercero

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