Nicanor García Ordiz, publica *El lugar donde esperabas*, un poemario donde la ternura, el duelo y el silencio componen una cartografía emocional de la pérdida sin dramatismo ni consuelo fácil.
En tiempos de velocidad emocional y sentimentalismo de red social, el nuevo libro de Nicanor García Ordiz (Olé Libros, 2025) se convierte en una rareza necesaria. Lejos de la estridencia y la retórica autocompasiva, este poemario se construye desde la contención, el gesto cotidiano, la palabra justa. Con él, García Ordiz no levanta un mausoleo del amor perdido, sino una casa sin cerradura donde aún resiste la ternura. Hablamos con él de pérdidas, de memoria, de cómo seguir sin hacer daño.
“No lo escribí desde la herida abierta, sino desde lo que quedó”
- —Tu libro no busca consolar ni explicar, y sin embargo, acompaña. ¿Cómo nació?
—Nació del silencio. Del silencio después del dolor, cuando ya no hay nada urgente que decir, pero las palabras siguen latiendo por dentro. No lo escribí desde la herida abierta, sino desde lo que quedó. Escribirlo fue una forma de habitar ese lugar que aún guardaba cosas que no quería olvidar. Y también de despedirme sin cerrar la puerta del todo.
“La poesía no necesita gritar para ser verdad”
- —Hay una arquitectura clara en tu poemario que divides en tres partes: Lo que quedó, Lo que el silencio sostiene, Lo que queda. ¿Por qué ese recorrido?
—Porque el duelo tiene ritmo, aunque no sea cronológico. La primera parte recoge la ausencia más física, la que todavía está en la taza, en el abrigo, en la cama. La segunda parte es el silencio: no el que duele, sino el que protege. Y la última no es superación, sino aceptación. No quedamos como antes, pero seguimos. Y eso también es una forma de vivir.
- —¿Qué papel tuvo el tiempo en esa estructura? ¿Escribiste los poemas cronológicamente?
—No. Escribí como se recuerda: en desorden. A veces me salía un poema de la etapa del duelo más crudo, y otras veces uno donde ya había paz. Solo después entendí que ese caos también tenía un sentido. Fue al organizar el libro cuando descubrí que el tiempo emocional había dejado huellas. El poemario fue un espejo que me devolvió un mapa que no sabía que estaba trazando.
- —La sobriedad del lenguaje es notable. ¿Fue una decisión estética o una necesidad emocional?
—Ambas. A veces uno escribe como respira. Y cuando algo se rompe, el aliento se vuelve más corto. Yo no podía adornar lo que dolía. Solo podía decirlo como era: sin metáforas de más, sin énfasis. La poesía no necesita gritar para ser verdad.
- —¿Tuviste miedo de ser demasiado íntimo?
—Sí. Pero ese miedo era el precio de la verdad. Yo no quería escribir un libro sobre “el amor perdido”, quería escribir desde un yo que ya no espera consuelo. Sabía que si era honesto, el lector lo reconocería. No por voyeurismo, sino porque todos hemos tenido un nombre que se quedó en nosotros más tiempo del que duró.
“La ternura es una ética, no una debilidad”
- —La ternura atraviesa el libro de principio a fin. Pero no como recurso afectivo, sino como mirada política casi.
—Lo es. En este mundo tan ruidoso, tan impaciente, tan dispuesto a herir sin mirar atrás, ser tierno es un acto de resistencia. No como gesto blando, sino como forma de estar en el mundo sin arrasar. En este libro la ternura no es un consuelo, es una ética: una forma de recordar sin pedir, de amar sin poseer.
- —¿Esa ternura también tiene que ver con el perdón?
—Sí. Aunque no sea un perdón declarado. Es una forma de soltar sin romper. Hay poemas que no nombran directamente a la persona amada, pero la cuidan. Porque incluso desde la distancia se puede proteger un recuerdo. La ternura también es eso: no herir ni siquiera cuando se tiene derecho a hacerlo.
“Hay silencios que no duelen ni traicionan”
- —El silencio no aparece aquí como vacío, sino como herencia compartida. ¿Es tu forma de salvar lo que se perdió?
—Sí. Hay silencios que no se rompen por miedo, pero también hay silencios que no se rompen por respeto. No porque ya no importe, sino porque uno sabe que decir más sería herir lo que ya ha cicatrizado. En este libro el silencio es refugio, no castigo.
- —¿Qué has descubierto en ese silencio?
—Que uno no siempre necesita respuestas. Que hay preguntas que se disuelven con el tiempo. Y que el silencio, si es limpio, puede ser más elocuente que cualquier verso. Escribí muchos poemas que al final borré. No porque fueran malos, sino porque ya no eran necesarios.
“Este libro no me curó. Pero me sostuvo”
- —¿Escribirlo te salvó de algo?
—Tal vez me salvó de la desesperanza. No me curó, pero me sostuvo. Fue la manera de decir: sigo aquí. Aunque no me esperen. Aunque ya no me nombre nadie. Escribirlo fue volver al lugar donde aún latía algo.
- —¿Y qué queda de ti en ese lugar ahora?
—La lámpara encendida. No por nostalgia, sino por gratitud. A veces amar bien también significa despedirse con ternura. Y yo quería que el libro fuera eso: una despedida sin violencia, sin recriminaciones. Algo que se quede en el lector como un susurro, no como un grito.
“Uno puede seguir viviendo con una lámpara encendida”
- —¿Qué te gustaría que quedara en quien lo lea?
—Ojalá quede la certeza de que el amor no termina solo porque se va. Que hay pérdidas que nos hacen mejores si no las llenamos de resentimiento. Que la ternura no es debilidad. Y que uno puede seguir viviendo con una lámpara encendida, aunque ya nadie cruce la puerta.
- —¿Crees que hay belleza en lo que no fue?
—Sí. Tal vez la más profunda. Porque no tuvo tiempo de fallar. En el libro hay un poema que dice “no hay ruinas, porque no hubo construcción”. Esa forma de amar sin cumplir es una herida que no sangra, pero tampoco se cierra. A veces no vivir algo es la única manera de no destruirlo.