Vamos allá. Esta vez vengo a que me llamen machista (u otra cosa). Porque está visto que no puedo (o no se puede) escribir sobre ciertos temas sin que, en vez de debatir con madurez, me cuelgue alguien etiquetas o hasta me insulten.
Porta-voz- Porta-voces.
La voz. Las voces.
Y no El voz o Los voces.
No portavoza o portavozas. Eso si acaso sería otra cosa e iría con b.
Vamos, que sin ser lingüista se ve que portavoces si acaso es más femenino que masculino, pero esas patadas a la lengua no tienen nada de nuevo así que no voy a seguir yo del todo en este artículo por ese camino.
Es importante visualizar a la mujer, desde luego, también en el lenguaje, pero diría que se les está yendo la cosa de las manos… y lo malo es que va en su propio perjuicio, porque se desvían atenciones.
Por ejemplo ¿Qué es eso de la discriminación salarial según sexos? Parece una verdad absoluta de tanto oírlo, pero tiene más de debate artificioso.
En lo público no existe: cobra igual un enfermero que una enfermera o una policía que un policío (que no, que es broma: un policía).
Y en lo privado es más complicado. En principio ocurre como en lo público: cobra lo mismo un camarero que una camarera y así con tantos trabajos, pero por ejemplo se pretendía comparar recientemente entre actores y actrices, y eso ya son mezclas que no nos valen para el cálculo, porque ahí no es cuestión de macho o hembra, sino de caché. Cobra más Penélope Cruz que unos cuantos actores españoles juntos. Y tampoco se puede comparar por ejemplo entre el banco Santander y otro más pequeño: cobra más la presidenta de éste que el presidente de algún otro.
Nos acercamos a un problema más real: hay más hombres que mujeres en puestos directivos… pero tampoco creo que sea una cuestión de discriminación por sexos, sino de dedicación: un puesto de alto rango requiere a menudo mucho tiempo, tanto que a menudo supone dejar a un lado a la familia, y en eso ya se sabe que las madres son las madres y especialmente para las mujeres, afortunadamente, la familia suele ser lo primero.
Seguramente sí hay en algunos casos discriminación por la posibilidad de quedarse embarazadas con la consiguiente baja, y ahí sí hay todavía lucha… así que no se despisten, «jóvenas», pero también es de entender que un puesto de alta dedicación-responsabilidad no puede dejarse durante unos meses cuando coincida y por tanto una mujer que no esté dispuesta a sacrificar su maternidad (ahí fue la biología la machista) esté en desventaja.
Volviendo al lenguaje: lo de ser finos, en el mal sentido de la palabra lo digo… eso que llaman políticamente correctos, se le ha ido de las manos no solo al movimiento feminista. Y tampoco es solo cosa de lenguaje: se quiere ser tan políticamente correcto que se cae en la incorrección de oponerse a cosas como la «prisión permanente RE-VI-SA-BLE» (es decir, que sí deja lugar a la reinserción, pero sin jugar a la adivinanza de poner x años de condena y que llegado el momento se suelte a un delincuente peligroso esté o no rehabilitado), empeñándose en soltar a la calle a auténticos monstruos (¿y monstruas?).
Pero sigo con el lenguaje, perdón por la divagación.
No sé si pondré bien el orden, pero me parece que las residencias de ancianos se empezaron llamando asilos… pero con el tiempo sonó mal, y creo que fue entonces cuando pasaron a llamarse geriátricos… y luego creo que fue el turno de como yo he empezado llamándolas… y luego creo que residencia para personas mayores… y yo ya no sé por dónde estaremos, pero ocurre también que uno dice (en tono sereno, no peyorativo) que una persona es vieja y ya le puede caer una bronca. Es más, se pone uno a hablar de alguien que tiene setenta y tantos y ya hay quien dice «no es tan mayor». Es como si quisieran hacer desaparecer la vejez. Joer, a ver si llego yo a viejo. Es un lujo ser viejo, no algo de lo que avergonzarse.
Los discursos políticos, ya de por sí aburridillos, se alargan tontamente con un los/las, el/la, a/o, … y las famosas patadas al diccionario que luego copan portadas de medios de comunicación en detrimento de otras cosas más interesantes e importantes.
Y como al final se nos reboten los «trompetistos» y demás entonces sí que se va a liar buena.
No me enrollo más. No se olviden, amigos y amigas, que esto no es más que un artículo de opinión; y no me olvido yo de que no tengo la razón absoluta, no se preocupen mis detractores/as.
Tomás Vega Moralejo