Testigo y memoria de un tiempo

César García –César, el fotógrafo-, fue testigo, intérprete, transmisor y memoria de un tiempo: el que le tocó vivir junto a su cámara; y de un entorno: aquel que lo acogió y en el que supo hacerse querer y respetar por todo el mundo, gracias a su trabajo y su manera de ser. Era un adolescente cuando dejó su casa para ir a trabajar a la mina. Era un muchacho inquieto, curioso y emprendedor. Se aficionó pronto a la fotografía y decidió que prefería la oscuridad del cuarto donde revelaba las fotos, a la negrura inmensa del pozo donde acudía a diario a ganarse el sustento. Hizo de su afición su oficio yendo por los pueblos, retratando sonrisas, los días de fiesta. Primero en Laciana, poco después en el Bajo Miño (Pontevedra), y por último en el Bierzo Alto. A mediados del siglo pasado, César, se instaló definitivamente en Bembibre, convirtiéndose en el único fotógrafo profesional de toda la comarca alto berciana. Rápidamente, su trabajo, fue reconocido y apreciado, y su forma de ser respetada y estimada por todos. No había fiesta en toda la contorna en la que no pudiera verse al joven César, cámara en ristre, ofreciendo su arte para inmortalizar la realidad del instante. Con minuciosidad aprendida y mucho tacto, sabía dirigir a sus modelos para que adoptaran la pose adecuada en cada momento. A la velocidad del rayo visualizaba, antes en su cabeza que en el visor de la cámara, la composición de la escena que habría de retratar; y mientras lo hacía, no dejaba de regalar aquella su sonrisa a las personas que tenía ante sí. Por entonces decidió César que debía montar su propio estudio, en la calle Siro Alonso, de Bembibre, donde empezó a hacer fotos de carné y artísticas. Pronto llegaron los encargos para bautizos, comuniones y bodas, muchas bodas, tantas que había días que no daba abasto para asistir a todas. Hasta cuatro, llegó a cubrir más de un sábado. Pero nunca faltaba una sonrisa ni un gesto agradable tras los pensamientos de César, el fotógrafo. Afable, afectuoso y gentil, supo enamorar a la joven Honorina, con quien habría de casarse y tener, posteriormente, a sus dos hijos, Pin y Mila, quienes habrían de heredar de su padre el amor por la fotografía y el trato amigable y respetuoso con las personas. César terminó por convertirse, con el paso de los años, en el amigo imprescindible que todos querían tener. No hay hogar en el Bierzo Alto en el que no haya una foto, un retrato, un reportaje fotográfico que no lleve la firma de César. Por cierto… Cuando terminen de leer, miren al cielo. Sonrían. César García les agradecerá que se hayan acordado de él y les regalará una instantánea y una sonrisa.

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