La escritora gallega Blanca Riestra estuvo en Dijon (Francia) en la misma época en que uno fue Erasmus en la Universidad de Borgoña, donde ella también estaba matriculada. Lástima que no coincidiéramos, aunque sí conocí a toda una tropa de gallegos procedentes de la Universidad de Santiago de Compostela. Incluso recuerdo a una chiquita, Ana Ameijeiras, que luego fue, durante algún tiempo, profesora de filosofía del Instituto El Señor de Bembibre, donde también estudié el Bachillerato.
Blanca Riestra, ya por entonces, debía ser una gran estudiosa y muy trabajadora, por eso tal vez no le veíamos el pelo en la ciudad helada de la mostaza y el vino, donde el gran Henry Miller pasó una temporadita, como queda plasmado en su Trópico de Cáncer. Cómo me hubiera gustado conocer a Riestra, que luego de su estancia en la capital de la Borgoña, se fue con una beca a la Academia de España en Roma, como el genio poético Mestre o el amigo y gran poeta Miguel Curiel, que ahora está disfrutando tan ricamente de esta beca.
Blanca Riestra llegó a ser, incluso, directora de un Instituto Cervantes en Estados Unidos. Y ahora creo que reside en la capital de España, y es profesora en la IE Universidad (Madrid). Creo que esta narradora coruñesa podría ser un fichaje extraordinario para Tardes de Autor en la capital del Bierzo Alto.
Madrid Blues
Si hace años, Blanca Riestra nos deslumbró con su novela, La canción de las cerezas, ahora lo hace con Madrid Blues. Si su segunda novela estaba ambientada en el París de los 90, un París-vertedero, más que un París-fiesta (por decirlo a lo Hemingway), adonde van a parar jóvenes estudiantes, como Erasmus y otros, en busca de gloria o un futuro profesional, quizá vital, ahora Blanca nos sitúa en nuestra capi, ese Madrid actual de Lavapiés y el barrio del Pilar, la calle Montera y la plaza Jacinto Benavente, Antón Martín y Atocha, que cada día se parece más a París en su paisanaje y ese modo de vida tan apresurado e impersonal, ese Madrid “miserable” en el que se está fraguando el atentado del 11-M, ese Madrid “hueco, recorrido por alcantarillas donde navegan ratas, por túneles donde mendigos juegan al mus”, ese Madrid plagado de personajes frustrados, de emigrantes sin papeles en busca de autor y una salida a como de lugar, véase ese curioso marrakchí, Jusef Ahmed, que pretende salvar el mundo dinamitándolo, nomás, ese Madrid de gente hacinada, cuyos tipos sienten el tormento del peso existencial, tal vez el desarraigo, de una vida cruel y sin concesiones, que en cierto sentido me recuerda La Colmena de Cela, aunque revisitada por el tiempo presente. No sé si nuestra querida Blanca se habrá inspirado en esta novela conductual del maestro Cela.
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