Este 2025 está siendo un año muy amabliano para Bembibre, pues la figura del pintor y escritor Amable Arias Yebra, aquí nacido en 1927, y donde reposan también sus restos desde 1984 (aunque falleció en San Sebastián, ciudad en la que residía desde 1942), vuelve a estar en el sentir y en la conversación de los bembibrenses, en el candelero social y cultural, quizá ahora más que nunca. Toda vez que la noticia anunciada hace dos años por su compañera y heredera, Maru Rizo, de donar al pueblo de Bembibre, representado por su Ayuntamiento, unos dos mil cuadros de su obra pictórica, parece ser que discurre por buen camino. Se haría así realidad el sueño de Amable de ver un día, en su villa natal, donde pasó la niñez y pintó una parte muy significativa de sus cuadros de tema berciano, “un museo moderno con sus pinturas de entre los años 56 y 68”. Un deseo en el que Maru Rizo, la gran valedora de su obra, se encuentra animosamente volcada y comprometida, y en contacto, a través de su representante, con las autoridades municipales, para que pueda materializarse tan pronto sea posible. Ojalá sea una realidad antes del año 2027, cuando se cumplirá un siglo de su nacimiento. Sería la mejor manera de celebrar este aniversario.
En este sentido, hay que hacer mención también a la constitución este pasado mes de junio de la Plataforma ciudadana “Bembibre es Amable”, una iniciativa horizontal, abierta y apartidista, creada con el objetivo de reivindicar, contribuir y colaborar altruistamente para el logro de este fin. Iniciativa que está teniendo un amplio seguimiento en la red; y una de cuyas actividades será “un paseo comentado por la memoria viva de Bembibre a través de la mirada del artista Amable Arias”, que se realizará este sábado día 13 con ocasión de las fiestas del Cristo.
Es bien conocida la serie de adversidades que marcaron y condicionaron la niñez y juventud de Amable, tanto en Bembibre como después en la capital donostiarra; sin embargo, gracias a su vocación y férrea voluntad autodidacta, logró abrirse un espacio importante en el mundo del arte, conjugando en su obra las tendencias figurativas y abstractas entonces en boga. Hay que recordar, al respecto, que Amable fue, junto con Chillida, Sistiaga, Zumeta, Oteiza, Mendiburu, Ruiz Balerdi y Basterrechea uno de los promotores del Grupo Gaur, que tanta trascendencia tuvo entonces. Y que su nombre suena hoy como una figura relevante en el mundo pictórico de aquellos años, de la que Juan Manuel Bonet, crítico de arte y exdirector del Museo Reina Sofía de Madrid y del Instituto Cervantes, escribió un día: “… cuanto más pase el tiempo, más se verá hasta qué punto fue grande este pintor oscuro y doliente y caótico y peleón, que supo definir, en soledad, un mundo propio, y que también cultivó la poesía”.
Son varias las etapas que distinguen los estudiosos en su trayectoria, que van desde la inicial más figurativa, cuando pintó los primeros cuadros con paisajes y personas de Bembibre a partir de mediados de los cincuenta del siglo pasado, a la más abstracta de la década siguiente con cuadros que responden a una interpretación del mundo interior más que a una identificación con la realidad -léase “pintura del átomo” o “de la gota”-, o la posterior neofigurativa de los setenta con la presencia de personajes que introducen un ingrediente narrativo. Pero siempre simultaneando el mundo imaginativo con el de los seres y objetos que nos rodean, sin hipotecar la libertad expresiva por los dogmas vanguardistas y sin perder nunca el referente berciano, como queriendo recordar en sus pinturas aquello que dijera el poeta Rilke de que “la verdadera patria del hombre es la infancia”.
En todo caso, la mejor demostración de su arte, rica imaginación y fecundidad, es el copioso legado de 305 óleos y más de 6.000 dibujos (entre collages, grabados, acuarelas, papeles chinos, etc.), que en muchos casos han sido expuestos en ciudades como San Sebastián, Madrid, París, Bilbao, Vitoria, Zarautz, Durango, Barcelona, Praga, Gijón o Irún; sin olvidarnos de Valladolid, León, Ponferrada o de su Bembibre natal, en cuyo Museo Alto Bierzo hay varios cuadros suyos. Cinco al menos, creo recordar. En Bembibre se expuso también, en el año 2017, una selección significativa de su obra, incluyendo los famosos “Cristos”, varios autorretratos, artículos publicados en la prensa berciana e incluso la máquina de escribir que utilizaba, formando parte esta muestra de la amplia exposición que se celebró simultáneamente en tres lugares distintos de la provincia de León: dos en la capital leonesa, el Centro Leones de Arte, dependiente de la Diputación Proncial, y el MUSAC, de la Junta de Castilla y León; y la otra, como decimos, en la Casa de las Culturas de Bembibre. Un hecho insólito, creemos, tres muestras del mismo pintor, y al mismo tiempo, en una provincia como León.
Pero no es la pintura el objeto de este artículo, sino su obra escrita, porque Amable Arias, al igual que otros muchos artistas o músicos, compaginó también su faceta de creador plástico con la de escritor, demostrando así su inquietud y capacidad para expresarse con lenguajes y códigos diversos. Una decisión irrevocable, la de “escribir y pintar”, que tomó siendo muy joven, y aunque siempre se considerase sobre todo pintor, poesía y pintura fueron actividades simultáneas y complementarias, y a la vez independientes.
A la hora de indagar en su biografía buscando los primeros pinitos de escritor, las huellas nos conducen a una novela temprana, redactada cuando tenía 18 años y cuyo protagonista es Capa Negra, famoso bandido de las montañas del “Vierzo Alto”. Ambientada en la tercera década del siglo XVIII e ilustrada con dibujos suyos al estilo Freixas de las revistas infantiles, se conjugan en su argumento amores contrariados, lances de capa y espada y otros elementos del romanticismo idealista que recuerdan incluso ciertos episodios de El señor de Bembibre. Lo cual es comprensible, pues muy presumiblemente Amable habría leído con anterioridad la famosa novela de Enrique Gil, que le dejaría su huella bien marcada. No obstante, se trata de una pequeña obra de principiante, con lo que eso conlleva, que tiene una treintena de páginas contando las ilustraciones.
En cualquier caso, esa decisión clara de ser escritor fue creciendo y madurando a la par que su entusiasmo de lector empedernido interesado por temáticas diversas, desde tebeos, novelas y poesía, hasta filosofía y ensayo de autores progresistas, como refiere Carmen Alonso-Pimentel en el libro de su tesis doctoral dedicada a él. Fruto de ese esfuerzo autodidacta y del afán por investigar y crear para ser “él mismo”, Amable se fraguó un universo imaginario y de reflexión que fue germinando en textos de distinta condición, desde los más literarios -poemas, cuentos, aforismos y luego ensayos, grabaciones magnetofónicas, memorias y teatro- hasta artículos dedicados a cuestiones artísticas y otros asuntos de posicionamiento social que aparecieron espaciadamente en publicaciones periódicas entre los sesenta y primeros años ochenta.
Buena parte de ellos, los relacionados más directamente con el Bierzo, se publicaron en el semanario Aquiana de Ponferrada, como los titulados “Un berciano en el Louvre” (1977), “Sobre El Señor de Bembibre” (1979), otro evocando al también pintor y profesor bembibrense Antonio Gago (1978) y unos cuantos más.
Sin embargo, el momento más placentero de esa faceta de escritor le llegó con la edición del primer poemario, La mano muerta, que vio la luz en 1980 cuando tenía ya cincuenta y tres años. Publicado inicialmente por ediciones Hordago de San Sebastián, volvió a reeditarse, una vez agotado, en el año 2012 por el Instituto de Estudios Bercianos y la editorial leonesa Lobo Sapiens. Escrito durante los inviernos de 1973-74, tiene un contenido poliédrico y discrepante, con un centenar de poemas “tan pronto agresivos y de embestida frontal, como delicados y tiernos”, según apunta Alonso-Pimentel; y que no dejan indiferente al lector. La mayoría están ilustrados con dibujos en tinta negra creados ex profeso en 1980, ilustraciones que muestran su ironía y “talento fabulador”. La reedición del 2012 tiene algunas variaciones respecto a la primera.
Los versos de este poemario, y los que vinieron después, no se adaptan a las reglas y preceptos clásicos de medida, rima y demás; son anárquicos y transgresores como lo es la obra restante, “escribiendo -dice él- de la forma que a mí me gusta sin problemas de sintaxis, semántica y semiótica, y manteniendo una postura ética marxista”. Así era su vivir y su pensamiento crítico.
Ese rostro que a nadie interesa / esa voz que no se escucha / esa presencia anodina / caída del tiempo absoluto / ese desconocido / cambiante / presente y ausente / ese estar en el mundo sin valor ninguno. / Eres tú y yo.
Esta primera edición de La mano muerta fue presentada en la Casa Sindical de Bembibre (al lado de la actual Casa de las Culturas) a finales de junio de 1980, presentación “que indudablemente me gustó mucho y os agradezco” decía Amable en su carta de agradecimiento, remitida después de haber leído la noticia en el semanario Aquiana. Por cierto, este acto fue organizado ya entonces por el Instituto de Estudios Bercianos, la institución del Bierzo, e incluso de León, más comprometida con la figura de Amable, a cuya obra ha dedicado varias exposiciones y publicaciones.
Al año siguiente (1981), la misma editorial Hordago publicó un libro colectivo titulado 23, con narraciones, cuentos y poemas de treinta y ocho escritores entre los que figuran, además de Amable Arias, el escritor y farmacéutico oriundo de Cacabelos Raúl Guerra Garrido, junto con Gabriel Celaya, uno de los representantes más destacados de la “poesía social”. En este caso la aportación de Amable se limita a una docena de cuentos cortos escritos el año anterior, microrrelatos iluminados con cinco dibujos hechos también a propósito. Estos dos fueron los únicos libros de su autoría que llegó a ver publicados en vida.
Tras fallecer en 1984, el Instituto de Estudios Bercianos editó en octubre de 2003 la primera obra póstuma, Sobre el vaivén de las cortinas. Un volumen de bella y cuidada factura en el que se recogen treinta y cinco poemas -treinta de ellos inéditos habían sido escritos diez años antes de morir, titulándolos poemas “De la verdad”, mientras que los otros cinco pertenecen al primer libro-. En cuanto a las ilustraciones, decir que corresponden a la serie “Maquillajes y Carnavales” (1981), para cuya elaboración utilizó papel de hilo coloreado con rouge de labios y sombra de ojos, o sea simple maquillaje del que usaba su musa; eso sí, con un resultado sutil y de gran efecto estético. Así reza uno de ellos.
Los ojos / esos ojos que las personas tienen en la cara / no miran ya de frente / ¿Dónde está la mirada altiva del rebelde?
La siguiente obra en aparecer, Sherezades, “admirablemente editada” por Bassarai Ediciones -según reconoce la propia Maru Rizo-, vio la luz en noviembre de 2005 y reúne una amplia selección de textos sobre sus relaciones con distintas mujeres que dejaron huella en su vida, unas por amor y otras por amistad, o por sus situaciones o actitudes. Un libro oral, ya que no fue escrito de su puño y letra sino fruto de las conversaciones con Maru, quien copiaba los relatos directamente a máquina, recogiendo en este caso 51 de los 114 que le había dictado unos años antes de morir; como si intentara demorar la llegada de la parca, al igual que hace la reina Sherezade en Las mil y una noches.
Hablamos, por tanto, de un trabajo diferente de los anteriores y de los que vendrían después; pues, además de nacer de una relación de complicidad y confidencialidad entre él y Maru, tiene un marcado interés autobiográfico al versar el contenido sobre diversos aspectos de la vida cotidiana: su relación con las mujeres -como ya se dijo- pero también sus amistades, deseos, soledades, frustraciones, preocupación por la pintura, primeras exposiciones, etc. Abarcando una etapa vital amplísima y tan distinta que va de los siete años de la niñez a los cuarenta y cuatro, uno después de conocer a quien fue su gran amor y compañera de su vida desde 1970.
Sherezades es el más extenso y cuidado de los libros que recogen su obra escrita -sin contar los numerosos catálogos de obra plástica y la ya mencionada tesis de Alonso-Pimentel- y lleva además un estupendo prólogo de Iñaki Beti Sáez, de la Universidad de Deusto-San Sebastián. Añadir, asimismo, que cada relato va acompañado de un óleo o retrato de la protagonista del texto, o bien de un dibujo del ambiente que describe.
Como botón de muestra, estos dos fragmentos del titulado “Yolanda”, de neto sabor bembibrense. Al que se pueden añadir otros seis también con abundantes referencias a su villa natal.
Andaba yo por el café Mero como por mi casa. Dibujaba a todas horas y por todos los rincones toneladas de papel, y mi carpeta, que era de tablas y cuerda, estaba siempre en Casa Mero. Allí pasé ratos muy agradables. En fin, el café Mero es uno de los lugares concretos donde me forjé.
Recuerdo un día. No había nadie en el café, y Yolanda, arrodillada en una silla, limpiaba el mostrador junto a la cafetera. El sol de tarde entraba y le daba en las piernas. Yo se las miraba. Me preguntó un poco nerviosa: “¿Qué miras?”. Cambió la silla de lugar y otra vez se arrodilló en ella, pero el sol volvía a acariciarle las piernas; y yo, a mirárselas.
El año 2007 marca otro hito en la obra amabliana escrita, con la aparición de Cuadernos experimentales de arte, publicado por la Universidad de León en la colección “Plástica & Palabra” dirigida por Javier Hernando y José Luis Puerto.
Se reúne en él una amplia serie de textos e imágenes realizadas por Amable en diez libretas escolares donde experimentaba y registraba la creatividad cotidiana. Algo así como una especie de diario o catálogo que abarca desde noviembre de 1978 a febrero de 1979. Una “biología imaginaria” poblada de monigotes, figuras humanas, animales y vegetales, además de lecturas, pensamientos y reflexiones donde no faltan guiños a la “poesía visual”. Y siempre con “una vocación de fragilidad, y un aire de levedad, improvisación e intrascendencia”, como dice en el prólogo Francisco Javier San Martín, profesor, historiador y crítico de arte. Tiene 155 páginas y está ilustrado en color.
Casi por el mismo tiempo, allá por la primavera de 1978, se ultimó Encantamiento y desencantamiento, el más reciente de los libros, aunque no vio la luz hasta marzo de 2016 en edición al cuidado de Maru Rizo y sello de la editorial leonesa Eolas Ediciones.
En este caso, se trata de una recopilación de más de un centenar y medio de textos inéditos y plurales (159 concretamente) tomados de los propios manuscritos y corregidos pacientemente por Maru, pues la letra de Amable era complicada y la ortografía bastante laxa, confiesa su compañera. Poemas amétricos y rompedores, de vértigo, encanto y desencanto como la vida misma; ramalazos denunciadores del hombre comprometido y disidente que resiste y se revela con ironía contra un vivir tantas veces sembrado de falsedad, injusticia y poder devorador. Poemas que pivotan sobre los temas que definen su pensamiento: “la pobreza como dignidad, la religión como intento destructivo de la razón, Bembibre como arcón de memorias, la libertad como empeño, el azar como zancadilla prodigiosa, el marxismo como teoría y práctica, yo -Maru- como tantas cosas, la codicia legalizada como hacedora de sufrimiento, el sexo como gozosa liviandad, el Bierzo como impulso estético, el arte como espejo multiplicador o la noche como aproximación al yo”.
Finaliza el libro, que está ilustrado con una veintena larga de dibujos de la serie Clamoxyl -medicamento que le hacía sentir “una especie de fantástico desvarío cuando lo tomaba”-, con un esclarecedor epílogo de Rogelio Blanco Martínez, pedagogo y escritor cepedano que fuera en su día Director General del Libro del Ministerio de Cultura, y buen conocedor de la obra poética y pictórica de Amable, a la que califica de “luminosa y delatora en tiempos tibios y lúgubres… voz heridora y vibrante, entrañable y humilde… que golpea a los aquietados para superar el aterimiento y la banalidad… y a los dominantes osa y lanza palabras como sal y dolor”.
Arriero fue Amable Arias por los caminos que buscan el ideal de un mundo más digno y justo, dejando “a jirones la vida” entre los desgarros y bocanadas de viento fresco. De ahí que su poesía y obra escrita sean, junto con su lenguaje plástico, un espacio de denuncia y libertad plenamente actual, aunque hace cuarenta y un años que nos dejó.
Ya como broche, este poema tomado del citado libro, cuyas últimas presentaciones tuvieron lugar en Ponferrada y Bembibre a finales de 2016. En el caso de Bembibre, el lugar fue, como no podía ser de otra manera, la Confitería Ferrero (que en los tiempos de Amable se conocía como Café de Mero), que se llenó en esta ocasión de amigos y admiradores ansiosos de conocer y leer esta obra.
Te llevaré una flor con ciento un pétalos, todos de diferente color / quien tenga esa flor tendrá el paraíso en las manos. / Pero esta flor se encuentra a la orilla de un río en tierra firme y / hasta ahora sólo se han visto flores cercanas a la que te digo, / tenían sesenta pétalos y muchos de un mismo color.
Hay quien dice que cada pétalo promete salud amor amistad / otros han visto castillos de piedra transparente / o sueños de alegría libres del tiempo de trabajo / y otras muchas fantasías que te contaré. / No obstante, persigo la primera flor / y sólo creo en el primero de los dichos.
Cuestión aparte, aunque un tanto tangencial, es la bibliografía referida a él, que abarca incontables páginas en la prensa, además de revistas, catálogos y libros que se han venido ocupando de su obra desde hace décadas. Un tema demasiado extenso para desgranar en un artículo de este tipo. No obstante, hacemos mención a tres de esos libros, que entendemos relevantes. El primero, la ya mencionada tesis doctoral de Carmen Alonso-Pimentel, y los otros dos porque abundan en la conexión y vínculos de Amable con León.
Los citamos, así pues, por orden de aparición. Comenzamos por el titulado Amable Arias, de la profesora universitaria Carmen Alonso-Pimentel y que fue publicado en 1997 por la Universidad de Deusto, San Sebastián. Un libro amplio, de 324 páginas, riguroso y muy documentado que resulta imprescindible para conocer las sucesivas etapas y momentos de la vida y del discurrir pictórico de Amable. El hecho de que esta obra, que se corresponde en gran medida con la tesis doctoral de la autora, defendida cuatro años antes en la citada universidad, fuese publicado por dicha institución, nos da idea del interés que suscitaba ya entonces la figura y la obra de Amable en el ámbito académico de esta importante universidad vasca.
El segundo, que lleva por título Amable Arias. La pasión reflexiva, vio la luz el año 2003. Se trata de un libro-catálogo de la exposición del mismo nombre, comisariada por la mencionada profesora Alonso Pimentel, muestra que se expuso en la sede de la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León, en León, y en varias capitales más de la comunidad autónoma castellano-leonesa. Un lujo de libro ilustrado a todo color, de 240 páginas, con textos clarificadores de la propia comisaria y de Francisco Javier San Martín y Javier Hernando Carrasco, profesores de la Universidad del País Vasco y de la de León, respectivamente.
Finalmente, el titulado Amable Arias. El teorema de la anamnesis. La barrera contemplativa, que fue publicado el año 2017, con ocasión de la exposición ya referida, que se celebró simultáneamente en tres salas de León capital y Bembibre. Un proyecto que estuvo comisariado por Jesús Palmero, otro de los grandes conocedores de la obra de Amable, cuyo libro, de 128 páginas, recoge un amplio repertorio del material mostrado, como, por ejemplo, su biblioteca personal con muchos de sus libros subrayados y anotados de su puño y letra, su máquina de escribir o el famoso rollo de papel continuo de 95,5 metros de largo, ilustrado por Amable y que nunca había sido expuesto hasta esta ocasión.
Este es, a grandes rasgos, el resumen de la faceta literaria de este importante pintor y escritor aquí nacido, el único bembibrense, creemos, cuya obra pictórica y literaria ha sido objeto de estudio en una tesis doctoral dedicada exclusivamente a él. Con lo que ello significa.
Jovino Andina Yanes