En el principio

¡Ay, Amancio! Que en el principio fue el Bierzo, Dehesas, París y el orbe patrio. Morabas, en el principio de los principios, y el principio fue una vara verde de mimbre y juncos de miel de brezo. En el principio un ser de mirada limpia y amplia, como las aguas del Sil, que besaron tus pies y llevaron tus pasos allende de la vida misma y toda, en el principio de los principios. Y en aquel principio del principio de entonces, te hiciste hombre de ti mismo, con ramas de apacible espiritualidad y la costumbre de vivir viviendo en la vida de los astros y los poetas, y habitaste entre nosotros, desde el Bierzo, Dehesas, París y el orbe patrio. Y te fue entregada la merced de la palabra armónica y sensorial, y de tus himnos, cual ruiseñor enamorado de la alborada, brotó el infinito amor a las cerezas, las lámparas y las lágrimas de nombres hermosos. Tu pecho, en el principio, un castillo de acero, con ventanas y aspilleras orientadas al arribo de los vientos y el sol radiante de las cumbres de los Aquilanos. Vientos fértiles que juegan rezando oraciones blancas entre tu pelo cano del principio. Sol de sal, tus ojos espirales, y manantial de bálsamos para las heridas que produce el polvo de la luna plena. Y te fue permitido devolvernos las señales de todos los caminos que ampararon el ir y devenir de errantes viajeros de corazones sin casa. En el principio. ¡Ay, Amancio! Timbre de voz apacible, como el día en que los azahares piensan la inmensidad de la vida, y la lluvia mansa y callada cala y bendice el alma toda de todas las almas, como en el principio. Y llora el mar por no haberte acunado en el principio, Amancio de tierra adentro, de adentro de las entrañas del Bierzo, que crepita con las brasas encendidas de todas las hablas de los nortes y oestes, y los decires de los sures y estes, que reviven, todas las tierras, abrazadas al espíritu amplio de esta tierra nuestra y berciana. En el principio fueron San Juan y Rosalía; Santa Teresa y Federico; Agustín y Ferlosio y Mestre y… tú, Amancio Prada; porque algo vuestro ha quedado en nuestra sangre que no morirá jamás. “No, no puede acabar lo que es eterno, ni puede tener fin la inmensidad”. En el principio te hiciste exclamación consoladora de las miradas cómplices de la Vía Láctea, y de las manos que acarician acariciando la tersura de las palabras sacras. En el principio. Como llegado al galope, en la grupa de un manantial de sabiduría, cruzaste el horizonte del mañana para llegar al principio del principio, desde donde alzarás la mirada, para que las grutas de todas las dudas supliquen ver la luz de tu canción de esperanza. En el principio.

 

 

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